Los evangélicos y la política

Todas las fuerzas culturales, sociales y políticas, tienden a la privatización de la religión. También a que la fuerza de la fe en la vivencia de la espiritualidad cristiana se aprecie lo menos posible.

05 DE JUNIO DE 2018 · 18:00

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Los evangélicos también nos deberíamos sentir interpelados por la situación política que se vive en España. También en el mundo. Siempre estamos siendo sobresaltados por el poder del mal que se encarna en nuestras estructuras políticas y sociales. De ahí que os haga una pregunta: ¿Seremos capaces los evangélicos de mirar y, en su caso, denunciar muchas de las corrupciones, abusos y problemáticas sociopolíticas, económicas, sociales y éticas sin que las hagamos desde la óptica de alguno de los partidos políticos de turno? ¿Seríamos capaces de denunciar y trabajar por la justicia desde la POLÍTICA, así con mayúsculas, obviando las luchas de poder partidistas? ¿Hacemos algo o lo vivimos todo con total pasividad?

Es verdad que algo nos hemos movido en temas como el aborto o los matrimonios homosexuales, pero parece ser que todo queda reducido en torno a las problemáticas en relación con el sexo, los pecados de la carne como los clasificarían algunos. Temas comunes para muchos evangélicos, pero que ya resultan lugares repetitivos de los que no salimos para avanzar. Los grandes temas de denuncia social que trabajaron los profetas y el mismo Jesús no están siendo retomados. Nos falta la denuncia profética que puede ser a su vez política, social, económica, búsqueda de la justicia, así como el tema de los valores, de la ética, de la moral.

Hay que tener en cuenta que en la Biblia se dedica mucho más espacio para tratar los pecados de opresión de los débiles, la falta de trabajo por la injusticia social y el dar la espalda al grito de los pobres, que a los temas relacionados con la sexualidad. No obstante, los pecados son pecados y hay que intentar eliminarlos tanto de nuestras estructuras sociales como de nuestras vidas en el ámbito personal. No queremos hacer clasificaciones o comparaciones que ya pueden ser un tópico cansino.

La iglesia evangélica, o la iglesia cristiana en general, no debe vivir de espaldas al compromiso socio-político sin necesidad de que se haga desde la óptica de los partidos políticos de turno cegados por la conquista del poder o, en su caso, del dinero. Los cristianos, además de sus protestas en contra de todo tipo de corrupción y abuso de los débiles, deben trabajar también transmutando los valores que sean antibíblicos y que estén en contracultura con los valores del Reino.

En nuestra lucha por la justicia, por el cambio de estructuras de pecado, no debemos limitarnos a, como mucho, practicar un asistencialismo que sea totalmente acrítico y que no clame y luche por la justicia social en el mundo y por la reducción de la pobreza en la tierra. Es necesario, profético y bíblico trabajar en contra de las políticas injustas y en contra de los que se apegan al poder buscando sus propios beneficios o, en su caso, cayendo en la corrupción y el robo. Ser acríticos nos hace en gran medida cómplices de todo esto apoyando a los corruptos y malvados con nuestro silencio.

La defensa de los débiles es muchas veces una entelequia para muchos cristianos e iglesias. Podemos ver por los medios de comunicación o leer lo más atroz que empobrece y margina a muchos, podemos contemplar la corrupción política que roza en la delincuencia sin que nos interpele como cristianos. Hemos endurecido nuestra conciencia para con aquellos temas que afectan al hambre de muchos niños, a los desahucios, las personas sin hogar, el robo de bienes que empobrecen a muchos y que perjudican nuestra sanidad o educación sin que nuestros labios se abran y se presten a la denuncia.

Así, nuestra voz no se oye en las calles ni en las plazas, ni en nuestros medios de comunicación, ni en los centros de trabajo. Quizás evangelizamos, pero quitándole a nuestra evangelización esa denuncia que debe ir unida a todo anuncio para no transmitir un evangelio mutilado. El cristianismo es muy ético y tiene toda una moral de compromiso. Nos reta a encarnar la acción de nuestra fe en compromiso con el prójimo.

Nos debe importar la injusticia en el mundo, el desigual reparto, el escándalo de la pobreza, el militarismo, las problemáticas con un capitalismo neoliberal y de las consecuencias de la globalización, la separación cada vez más grande entre ricos muy ricos y pobres muy pobres, las guerras bendecidas por muchos que se autoproclaman seguidores de Dios, los problemas de la inmigración, el tráfico de personas, las nuevas esclavitudes, los problemas de libertad, las políticas sociales y de empleo y tantas otras, que deben entrar también dentro de una línea de moral y de ética cristiana. Toda la Biblia, y no sólo la denuncia profética, se enfrenta a todo esto de una forma contextualizada a sus momentos históricos.

Nosotros vivimos nuestro aquí y nuestro ahora aunque, a veces, parece que la fe hoy no tiene capacidad para insertarse en nuestro momento histórico por falta de personas comprometidas con la visión profética y que transmitan una esperanza que impregne el ámbito de la política, de la economía y la participación social.

Necesitamos de personas o de instituciones que puedan ir sacando a flote todo el contenido bíblico en torno a las relaciones entre la fe y la acción social, la fe y el mundo cos sus estructuras socio-políticas, la fe en relación con la justicia, el amor y la paz. Hoy los creyentes están prefiriendo una religión muy individualizada y carente de compromiso social y político.

¡Cuidado! Todas las fuerzas culturales, sociales y políticas, tienden a la privatización de la religión. También a que la fuerza de la fe en la vivencia de la espiritualidad cristiana se aprecie lo menos posible. Nos prefieren dentro de las cuatro paredes de nuestros templos concentrados en el ritual.

No debe ser así. La voz de los creyentes debería oírse en todos los ámbitos y ser como la levadura que puede ir leudando las estructuras sociales, económicas y políticas intentando también cumplir así con los deberes de projimidad que nos dejó Jesús.

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