Acosadores doctrinarios

Me quedo con Jesús y su doctrina, porque si en su método de impartirla tiene en cuenta mi conciencia, también en su contenido no tiene comparación con ninguna otra.

17 DE MAYO DE 2018 · 16:00

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La palabra doctrina procede, gramaticalmente hablando, del verbo enseñar, siendo, por tanto, una de las grandes competencias y necesidades del ser humano, que necesita ser enseñado y, a su vez, se convierte en impartidor de enseñanza. En ese sentido, la rueda de las sucesivas generaciones es una rueda de enseñanza, porque los que un día fueron enseñados por sus padres, se convertirán en enseñadores de sus hijos, cumpliendo así una de las más importantes misiones que toda persona tiene en esta vida. Cuando la acción de enseñar va encauzada por un conjunto ordenado de instrucción, entonces estamos ante la doctrina.

El término doctrina tiene, pues, un sentido primario noble, porque hace referencia a un cuerpo de ideas elaboradas con una estructura organizada, que apela a la razón; no algo deslavazado e inconexo, sin pies ni cabeza. De ahí que se pueda hablar de la doctrina legal, que sienta la jurisprudencia, o de la doctrina cristiana, que surge de la Biblia, entre otras acepciones.

Pero aunque la palabra doctrina no levanta demasiadas sospechas, sus derivados adoctrinar y adoctrinamiento tienen un tono totalmente diferente, al estar asociados con una invasión de ideas que someten al individuo a un asedio inadmisible. Esos términos tienen que ver con una especie de avasallamiento ideológico, promovido desde ciertas instancias. Naturalmente, cuando ese adoctrinamiento se convierte en un bombardeo constante, ya está cerca de ser un lavado de cerebro. Es así como la noción de adoctrinamiento ha terminado por contaminar a la noción de doctrina.

Normalmente la palabra adoctrinamiento ha quedado asociada con regímenes políticos que necesitan imperiosamente inculcar su ideario sobre toda la población. Se trata por todos los medios de educar y reeducar, para implantar las semillas de su ideología, hasta el punto de manipular la conciencia del individuo, desfigurándola si fuere necesario. De ahí que adoctrinamiento sea un término que ha quedado asociado a dictaduras.

Sin embargo, cuando alguien se sienta en el sofá delante de la televisión, en un país donde hay pluralidad ideológica, no puede dejar de sustraerse al sentimiento de que se le está adoctrinando. El problema no es sólo de las dictaduras; también lo tienen las democracias. Los grupos de presión que han alcanzado considerables cotas de poder, no paran de verter, un día sí y otro también, sus ideas, hasta el punto de que se puede hablar de acoso doctrinario. Ahora que está de actualidad la realidad de un tipo de acoso en la escuela y en las redes sociales, también es posible considerar la realidad de este otro acoso que llega vía televisión. El individuo se sienta frente al aparato y aprieta el botón del mando, pensando: ‘Aquí estoy, para recibir mi dosis diaria de acoso doctrinal.’ O también puede desplazarse por los distintos canales, deliberando: ‘A ver a qué dosis de acoso doctrinario me apunto hoy.’ Se trata de un ejercicio que puede alcanzar niveles masoquistas, pues ya sea en noticias, series o programas de entretenimiento, el adoctrinamiento acosador es parte primordial e inevitable de la tortura. Algo insoportable. Y no hay escapatoria, salvo apagar el chisme o buscar una cadena donde se nos muestra cómo se hace una copa de cristal o se fabrica una pluma estilográfica.

¿Significa esto que hemos de renunciar a esa noble palabra, doctrina, en vista de en lo que se ha convertido? Ni mucho menos. Jesús habló de su doctrina y lo hizo en términos que trazan una esclarecedora línea de separación con el adoctrinamiento pernicioso. ‘Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.’i Lo primero es que no trae una enseñanza que es una invención propia, algo para promocionarse a sí mismo, un sistema particular con el fin de buscar su encumbramiento personal a toda costa. Esto ya es una señal inequívoca de imparcialidad y desapego hacia intereses espurios. Lo segundo es que, lejos de imponer por la fuerza de la machaconería esa doctrina, apela al individuo a que honestamente compruebe por sí mismo su veracidad. Es decir, hay un requerimiento a la conciencia de cada cual, para que de manera responsable compruebe y saque sus propias conclusiones. ¡Qué diferencia con la actitud de los acosadores doctrinarios, que manipulan, hasta deformar la conciencia!

Por todo ello, me quedo con Jesús y su doctrina, porque si en su método de impartirla tiene en cuenta mi conciencia, también en su contenido no tiene comparación con ninguna otra, pues lejos de manipular y forzar la conciencia, la limpia de contaminación, la ilumina con la verdad y la libera de las cadenas del error. Doctrina, qué preciosa palabra, cuando está centrada en su justo término.

 

Notas

i Juan 7:16-17

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