La libertad de faraón

Debemos dejar de pensar que el príncipe de este mundo tiene cierto poder sobre nosotros y que hemos de contentarnos con tener algunas migajas de libertad.

03 DE MAYO DE 2018 · 09:00

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Habían llegado a aquella tierra sin escogerlo, movidos por la necesidad acuciante que se había presentado en forma de hambre, como otros antes y después que ellos. Pero la tierra de su emigración fue algo más que un simple clavo ardiendo al que agarrarse, pues allí echaron raíces, se multiplicaron y prosperaron como nunca hubieran imaginado. Aunque eran extranjeros, la nueva tierra se convirtió en lugar de oportunidades. Y así fue, hasta que andando el tiempo las cosas cambiaron.

Un nuevo gobernante se había levantado con otras ideas muy diferentes hacia los extranjeros. Eran una amenaza potencial, pues el desequilibrio demográfico que suponían ya comenzaba a ser patente y los miedos empezaron a calar sin necesidad de alimentarlos demasiado. Los extranjeros podían convertirse en una quinta columna letal, en caso de conflicto bélico. Después de todo, sus lealtades no estaban vinculadas a la tierra, que no era la suya, y podían aprovecharse de cualquier emergencia nacional que se presentara y hacerse con el poder.

Y así fue como se dictó una orden tras otra para frenar, someter y hasta aniquilar a aquel pueblo que a todas luces era incómodo. Las medidas fueron tan drásticas que de haberlas juzgado por parámetros posteriores se habría empleado una palabra para describirlas: Genocidio. La situación llegó a ser tan insoportable para los oprimidos que era desesperada. Los continuos abusos y atropellos los habían dejado reducidos a la condición de esclavos. ¡Quién iba a decir años atrás que algo así les sucedería!

Y, de pronto, un día se presentaron ante el gobernante dos individuos afirmando traer un recado, por el que se le mandaba que dejara en libertad a aquel pueblo sometido. Naturalmente la respuesta fue una rotunda negativa. ¿Quién se habían creído que eran, para darle órdenes a él? La conclusión a la que llegó es que como no estaban lo suficientemente ocupados, de su ocio surgían esos delirios de libertad. Y es que la religión que no está sometida totalmente al poder secular es fuente de todo tipo de distracciones y quimeras peligrosas. La solución fue redoblar la opresión para que de esa manera no tuvieran tiempo de pensar en lo que no debían pensar. Libertad. ¡Qué palabra más fuera de lugar para esa clase de gente!

Pero aquellos dos individuos volvieron a la carga, con credenciales que demostraban que hablaban en serio. Eran credenciales sobrenaturales, que mostraban que su comisión no obedecía a pautas convencionales. Pero aquel gobernante refutó sus pretensiones, demostrando que también él tenía credenciales similares, al efectuar los mismos prodigios que aquella pareja de enviados habían realizado. No, no abriría el puño lo más mínimo en el que tenía bien agarrados a todos aquellos desarrapados.

Mas los dos individuos, inasequibles al desaliento, volvieron con renovadas demostraciones de su comisión, demostraciones que esta vez el gobernante no pudo emular. Hasta sus consejeros más íntimos reconocieron la realidad. Tenía que rendirse a la evidencia y, por vez primera, una grieta asomó en la cerrazón del gobernante, así que cedió. Pero su cesión consistía en que, sin cambiar las opresoras condiciones de aquel pueblo, les permitiría practicar su culto. Desde su punto de vista era todo un ejercicio de generosa tolerancia. Los grilletes y las cadenas seguirían siendo los mismos, solo que aliviados por las oraciones. ¿Qué más querían?

Pero aquellos dos molestos individuos querían más. Querían que el culto se celebrara fuera del territorio opresor. El recado que traían no consistía solamente en contentarse con un simbólico gesto de concesión, que a fin de cuentas dejaba todo igual que antes, sino que el plan era la liberación total y para ello no dudaron en emplear un duro correctivo para hacer entrar en razón a aquel terco gobernante. Otra grieta se abrió en su dureza, estando dispuesto a hacer una concesión añadida, siempre y cuando se anularan los daños ocasionados. Pero cuando todo volvió a la normalidad, él también volvió a su cerrada negativa.

Como consecuencia, las medidas empleadas contra él se recrudecieron, causando una catástrofe económica nacional, hasta el punto de que su gente de confianza apremió al gobernante a que les dejara marchar, sin condiciones. El pulso que les estaba echando lo estaba perdiendo. Por fin parecía que asumía su derrota, pues les concedió su petición de salir. Pero al saber que dicha salida era tanto de hombres como mujeres y niños, retrocedió a su negativa. Él estaba dispuesto a consentir que los varones adultos salieran, pero no las mujeres y los niños. Así los varones tendrían que regresar otra vez.

Pero los dos individuos comisionados no estaban dispuestos a conformarse con una libertad parcial ni a medias, de ahí que redoblaran sus drásticas medidas para obligar al gobernante a doblegar su voluntad. No le quedó más remedio que acceder a las demandas, aunque todavía le quedaba una bala en la recámara. Irían hombres, mujeres y niños, pero no su ganado. El ganado se quedaría en aquella tierra. Pero la respuesta de los dos comisionados no pudo ser más atrevida. No sólo también el ganado saldría, sino que el gobernante mismo les proveería de su propio ganado para el culto que iban a celebrar. Esto era más de lo que podía soportar, de modo que los echó de su presencia.

Entonces es cuando sucedió la última señal credencial, que fue el tiro de gracia que derrotó totalmente al gobernante. Aquella noche de muerte y horror llamó a los dos comisionados y les dijo que salieran, todos, hombres, mujeres, niños y ganado. Y sin condiciones.

Esta historia podría haber tenido otro final distinto, si los carentes de libertad hubieran racionalizado que, después de todo, la parodia de libertad que Faraón les ofrecía era bastante atractiva. Y hasta podrían haber fabricado razones doctrinales y teológicas para sostener que se puede ser esclavo y al mismo tiempo dar culto a Dios. Que hay que ser pragmáticos y no pretender lo imposible.

Trasladando la historia a nuestra situación, la enseñanza que se desprende es que debemos dejar de pensar que el príncipe de este mundo tiene cierto poder sobre nosotros y que hemos de contentarnos con tener algunas migajas de libertad, porque la voluntad de Dios es que nuestra libertad sea total. Una libertad que solo procede de nuestro Redentor.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Claves - La libertad de faraón