Lo que aprendimos de Manuel Molares

Era una de esas personas extraordinarias que piensan siempre en los demás y en el reino de Dios, y casi nunca en sí mismos.

02 DE MAYO DE 2018 · 16:07

De izquierda a derecha Jaime Fernández Vázquez, Jaime Fernández Garrido, Carmen Garrido, Juan Carlos Caride, Juan Gili y Manuel Molares, en 1997./ Miriam Ruíz,
De izquierda a derecha Jaime Fernández Vázquez, Jaime Fernández Garrido, Carmen Garrido, Juan Carlos Caride, Juan Gili y Manuel Molares, en 1997./ Miriam Ruíz

En la portada de uno de mis libros figura la siguiente leyenda: "Algunas personas viven, otros se conforman con sobrevivir”. Recuerdo que conocí a Manuel Molares cuando era muy joven, pero desde las primeras ocasiones en las que tuve la oportunidad de hablar con él, y más tarde disfrutar de una amistad fiel, comprobé que "Don Manuel”, como le llaman en su ciudad, no se conformó con menos que vivir lo máximo posible.

Nació en el 1916, cuando tenía quince años llegó a sus manos un Nuevo Testamento y comenzó a leerlo, lo cual sería algo normal en muchos países del mundo, pero no en la España de los años 30, dónde no sólo estaba perseguida la lectura de la Biblia, sino que además, era casi imposible conseguir un ejemplar. Manuel sintió el llamado de Dios al leer su Palabra y entregó al Señor su vida, lo que le supuso sufrir el desprecio de su propia familia: en aquella época, tener un hijo “protestante” era una desgracia. La verdad es que su familia se lo recriminó en varias ocasiones, y mucho más cuando llegó la guerra civil española en el año 1936.

Con veinte años recién cumplidos, Manuel se vio perseguido por “comunista, masón y protestante” aunque en realidad sólo podía responder por lo último, las dos primeras “cualidades” se les añadían a todos los que no profesaban la fe católica. Le obligaron a entrar en el ejército y estuvo a punto de ser fusilado. Cuando nos contaba la “hazaña” sonaba como si nos estuviera contando una película: 

Me acuartelaron durante cinco días y me llevaron delante del teniente coronel que me pidió que me retractara de mi religión diciendo que el piquete estaba esperando, dispuesto a fusilarme”

Molares le respondió: “Usted va a matar un cuerpo, pero mi alma ni usted ni todo el ejército puede atravesarla porque es de Dios, cuando quiera puede fusilarme” Se colocó en posición de “firmes” delante de su superior, y éste al ver su valentía, no supo que hacer y decidió que se fuera. Más tarde el teniente coronel pensó en una manera “indirecta” de librarse del soldado protestante, así que le envío al frente de batalla, a todo cuanto lugar más peligroso podía encontrar. Manuel simplemente oraba y confiaba a Dios su vida una y otra vez. Y una y otra vez Dios le salvó de todos los peligros hasta que la guerra terminó.

Al volver a su ciudad de origen, Manuel comenzó a reunirse con otros creyentes, pero de una manera clandestina. Estaba prohibido hacer cultos en cualquier lugar público, así que se encontraban en las casas sólo tres o cuatro personas para no levantar sospechas, porque la iglesia oficial podía demandarlos a la guardia civil y llevarlos detenidos. Aún así, todos sabían que Manuel Molares era evangélico, así que le pusieron una veintena de pleitos en su negocio para que no pudiera trabajar, e incluso el cura del pueblo les hablaba públicamente a sus feligreses de que no fueran a comprar nada a su establecimiento porque “Las pastillas de jabón que vende Molares, tienen el diablo dentro” pero Dios le ayudó en todo y no pudieron con él.

Cuando se promulgó una primera ley de libertad religiosa en España (1967) Manuel pudo no sólo hablar abiertamente del evangelio en todos los lugares a dónde iba, sino también ayudar a todas las iglesias, misiones, organizaciones evangélicas, etc. con su trabajo, su sabiduría y con todos los medios de los que disponía. Reseñar aunque sea de una manera breve toda su labor en la obra de Dios en España sería casi imposible  así que simplemente decir que nosotros disfrutamos de su incalculable ayuda en el programa de televisión y radio “Nacer de novo” desde el primer momento hasta que sus fuerzas no dieron para más.. Su amistad fue siempre un regalo de Dios para mis padres y para mi,  pero también en los últimos años para Miriam y nuestras hijas, que siempre le llamaron “El abuelo”.

Siempre dispuesto a apoyar y ayudar, no sólo en el campo evangélico, sino también a todos los que quisieran hacer el bien; formó parte de la fundación de la Asociación mundial de orfanatos, junto con Juan Gili, otro gran amigo, que también está con el Señor (año 1997) A Manuel le preocupaba el bien de todos, ayudar a todos, llegar con el evangelio a todos; era una de esas personas extraordinarias que piensan siempre en los demás y en el reino de Dios, y casi nunca en sí mismos... Y ese deseo de hacer el bien fue siempre tan grande como su propio corazón. Las personas como él, que son capaces de luchar toda la vida siguen siendo imprescindibles para transformar el mundo. Mas que ninguna otra cosa, nuestro gran amigo “Don Manuel" nos dejó un mensaje de parte del Señor: nos enseñó a vivir.

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