Substancia y trascendencia del hecho religioso

Rápidamente propagado por todo el mundo entonces conocido, el Cristianismo marcó una nueva fase en lo moral, en lo religioso y en lo espiritual de la humanidad.

18 DE ABRIL DE 2018 · 09:00

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La historia de Adán es la historia de la religión en su primer caminar por los derroteros del corazón humano. La sociedad que vivió en la tierra tras su caída fue una sociedad religiosa. No fue una sociedad con Dios al margen.

Con la caída de Adán y Eva no desaparece el sentimiento religioso. Sus hijos se crían en el conocimiento de Dios. En la adoración. Caín adora con productos de la tierra. Abel adora con productos del ganado. Pero adoran. Viven en una sociedad religiosa, de ninguna manera secularizada. El sentimiento religioso se desarrolla y perfecciona en las sociedades posteriores.

Cuando Noé sale del Arca después del diluvio lo primero que hace es construir un altar a Dios para adorar en él. Cuando Abraham peregrina por la Mesopotamia en busca de la tierra prometida (Génesis 12:8-9, 13:18, etc.) por donde pasa va dejando testimonio de su presencia en los altares que levanta. Porque, según decía Carlyle, “la adoración es un elemento trascendental”.

De las siete maravillas conocidas del mundo antiguo, seis de ellas tenían una significación religiosa. Las pirámides de Egipto se empezaron a construir unos 3.000 años antes de Jesucristo como tumbas reales para asegurar la inmortalidad de sus moradores.

Los jardines colgantes de Babilonia. La construcción de estos jardines se remonta al año 605 antes de Cristo. Fue obra de un rey muy citado en las páginas del Viejo Testamento: Nabucodonosor. La versión más aceptada es que los mandó construir para su esposa que, según las leyendas era hija de diosa o de sacerdotisa.

La estatua de Júpiter erigida en Olimpia, sudoeste de Grecia, alrededor del año 435 antes de Cristo, era un monumento a esta divinidad temible, padre y rey de los dioses helénicos.

El templo de Artemisa, en Éfeso, fue empezado hacia el año 620 antes de Cristo. Se construyó en honor de la diosa Artemisa, llamada Diana por los romanos.

El famoso Mausoleo de Halicarnaso, en Asia Menor, fue mandado construir por la reina Artemisa para su esposo, el rey Mausolo, quien falleció el año 353 antes de Cristo. En aquellos lugares del mundo se creía que el alma era más dichosa después de la muerte si el cuerpo moraba en lugar suntuoso.

El Coloso de Rodas, la gigantesca estatua levantada por los habitantes de la isla griega entre los años 300 y 288 antes de Cristo, era una representación de Apolos, dios de las artes, de la poesía, del día y del sol.

Solo el Faro de Alejandría, cuya construcción se inició hacia el año 300 antes de Cristo en el Delta del Nilo, no tenía significación religiosa. Ya decía Jenofonte en sus “Cartas a Sócrates” en el siglo V antes de Jesucristo: “Las instituciones humanas más antiguas son aquellas donde existe más religión”.

Unos 1510 años después de Moisés, 752 años después de la fundación de Roma, en el año 42 del reinado del emperador Octaviano Augusto, encarna en Belén el Hijo Eterno del Padre. Con Él, el mundo conoce una nueva dimensión religiosa.

Jesús de Nazaret promueve el movimiento religioso más fecundo y arrollador en la historia de la humanidad. Para quienes creemos en las profecías de la primera parte de la Biblia, toda la historia antigua fue tan sólo una preparación para la venida de Cristo al planeta tierra.

La religión es por esencia un lazo entre los hombres y Dios. Esta es, precisamente, la columna vertebral de la fe cristiana: Cristo es el revelador de una religión poderosa. Más que eso, es el pan de vida del que se alimenta la humanidad desde entonces y del que ha de vivir hasta la consumación de los siglos.

El Cristianismo no es sólo una religión, es una religión absoluta, milagrosamente revelada y por lo mismo inmutable. El Cristianismo es la última palabra de Dios para los seres humanos. El Cristianismo es el fin al que coinciden todas las especulaciones filosóficas y religiosas de la antigüedad.

Aquella religión nueva se convirtió pronto en un fuego que enardecía las almas. Abrazó todas las inteligencias, fundó una nueva sociedad espiritual. Ligando a los hombres por una fe común, les dio también sentimientos comunes. Rápidamente propagado por todo el mundo entonces conocido, el Cristianismo marcó una nueva fase en lo moral, en lo religioso y en lo espiritual de la humanidad. Decía Giovanni Papini que para quien sepa leer, “la historia de la humanidad es como la circulación de órbitas en torno de un punto fijo: la Cruz de Cristo”.

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