Conductas inapropiadas

El empleo de términos casi neutros en lo que concierne al orden moral, solo puede acabar en dos alternativas, que son la parcialidad o el falseamiento.

08 DE MARZO DE 2018 · 09:46

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Es sabido que en medicina de la exactitud en el diagnóstico depende la recuperación del enfermo. Un mal diagnóstico significará aplicar un remedio inútil, mientras que un buen diagnóstico supondrá ir en la buena dirección. Aunque el diagnóstico no lo es todo, pues habiéndose hecho uno acertado pudiera ser que la enfermedad es irreversible. Pero tal irreversibilidad no es por el diagnóstico, sino por la enfermedad misma.

El principio que es válido en medicina en cuanto al valor del diagnóstico, se puede aplicar también a otros campos de la vida, como las relaciones en el matrimonio y la familia y todavía a mayor escala en las relaciones sociales. Igualmente es aplicable a la relación del individuo consigo mismo. Los problemas que son anejos a la vida humana precisan, si queremos resolverlos, un análisis pormenorizado para ir a las raíces y es ahí donde tiene un papel primordial el diagnóstico.

Pero para que un diagnóstico sea acertado completamente, ha de plasmarse en palabras acertadas, pues si se usan palabras falseadas el diagnóstico también resultará falseado. Las nociones son vitales y la única manera que tenemos de articular dichas nociones es por medio de las palabras… de las palabras correctas. De ahí el peligro que tienen las jergas, que consisten en una adulteración del lenguaje, siendo especialmente peligrosas cuando dichas jergas adquieren tal preponderancia que acaban por configurar el pensamiento de una mayoría.

Las jergas no surgen por casualidad sino que obedecen a un tiempo definido y a determinados intereses que las necesitan para promover su ideario. La jerga es un arma que se puede usar tanto para exagerar como para aminorar, dependiendo de lo que queramos conseguir. Si lo que deseamos es destruir a un enemigo, nuestra jerga será extremar todo lo posible el significado denigratorio de los términos empleados, aunque no hagan justicia al caso totalmente; pero si lo que buscamos es suavizar y dulcificar un problema, entonces emplearemos los giros y vocablos más rebuscados para hacer que lo grisáceo parezca blanco o lo deslucido sea esplendoroso.

Con motivo de los escándalos sexuales suscitados en el seno de una conocida organización humanitaria, a los responsables de la misma no les ha quedado más remedio que salir a dar la cara y reconocer los hechos. Pero la expresión que han empleado para referirse a los mismos ha sido la de ‘conductas inapropiadas’. Esta palabra, inapropiado, está muy de moda y pertenece a una determinada jerga, popular en psicología, que tiende a atenuar la gravedad de las cosas. Le quita al acto toda carga moral y no digamos delictiva o penal, librando a la persona de demasiada responsabilidad. Es evidente que inapropiado es, por sí mismo, algo que no es bueno, pero tampoco tan malo como para echarse las manos a la cabeza. Se mueve en un terreno abstruso e impreciso, pero eliminando todo lo que evoque ignominia o vileza, palabras estas demasiado contundentes y horribles y por tanto inapropiadas para ser usadas.

Es llamativo en relación a este caso, que los mismos medios de comunicación, al trasmitir las disculpas de los responsables de la organización humanitaria, han dado implícitamente por buena la frase ‘conductas inapropiadas’, sin molestarse siquiera en preguntarse si no se trata de un rodeo dado para evitar reconocer el mal en toda su extensión. Porque ¿qué habría ocurrido si el escándalo hubiera sido protagonizado por clérigos? ¿Sería una ‘conducta inapropiada’ la suya? ¿Qué pasaría si al abusador de menores o al violador de mujeres que está sentado en el banquillo de los acusados, el fiscal le acusara de haber tenido una ‘conducta inapropiada’? ¿Nos contentaríamos con que el marido que maltrata a su mujer admitiera que lo que ha hecho se basa en una ‘conducta inapropiada’? 

El empleo de términos casi neutros en lo que concierne al orden moral, solo puede acabar en dos alternativas, que son la parcialidad o el falseamiento. La parcialidad, al emplearlos selectivamente, dependiendo de quién y de qué; el falseamiento al despojar al lenguaje de su verdadera concreción y fuerza, lo que desemboca en engañarnos a nosotros mismos.

Por eso me quedo con el vocabulario que emplea la Biblia, donde el valor de las acciones no se rebaja ni se agranda, sino que se describe tal cual es. Lo que hizo David con Betsabé no fue una ‘conducta inapropiada’ sino un pecado, lo mismo que lo que hizo Pedro al negar a Jesús. Y precisamente la veracidad en el diagnóstico y su reconocimiento por parte de los transgresores fue el primer paso para el perdón en ambos casos. Una lección que nuestro mundo y tiempo, amante de jergas disolventes, debe tener en cuenta, si quiere encontrar verdaderas soluciones.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Claves - Conductas inapropiadas