¡Pasen y vean!

Sólo el que arriesga su vida la gana. El que no, la está perdiendo en cada momento.

05 DE MARZO DE 2018 · 16:48

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Dolly Parton ha sido una de las cantantes de música country más famosas en los últimos cuarenta años. Ha participado también en diferentes películas y se ha convertido en el símbolo de varias generaciones en la Norteamérica de finales del siglo XX. Hace poco leía unas declaraciones suyas acerca del fenómeno del aumento de los gimnasios y el llamado ‘culto al cuerpo’: “Me encantan los vídeos de aeróbic de Jane fonda, me los compré todos porque me gusta mucho sentarme y comer galletas mientras los veo”. Es una frase genial, porque refleja un desinterés hasta cierto punto muy sano, delante de tanto negocio y tanto culto a la apariencia física. Cada vez hay más personas a las que lo único que les preocupa es que su apariencia sea sublime, aunque su interior esté vació.

Pero, por otra parte, el hecho de sentarse y mirar nos dice mucho de uno de los problemas de nuestra sociedad. La cultura del espectador. Muchos viven así. Intentan disfrutar de lo que ven, pero sin comprometerse nunca con nada, sin hacer el mínimo esfuerzo, creyendo que nada de lo que ocurra les influye. Lo malo del asunto es que los espectadores terminan pasando de todo. Siempre se sitúan lo más lejos posible de todo aquello que suene a compromiso. El espectador siempre termina aburriéndose soberanamente.

¡A muchos les encanta! Son capaces de vivir de una manera pasiva desde que nacen hasta que mueren. "Viven" entretenidos sin nada que hacer, ni aventuras por las que merezca la pena luchar. Asisten a los estadios, a los grandes espectáculos, se quedan horas delante de los medios de comunicación, pero son incapaces de hacer nada que merezca la pena. Pueden pasar días enteros viendo cómo otras personas teatralizan sus vidas en cientos de grandes hermanos diferentes sin preocuparse de que su propia vida se les vaya escapando. Jamás llegan a ser quienes son, jamás llegan a saber quiénes son.

La única manera de dejar una huella en la vida es poner nuestra vida en cada huella: arriesgarse, comprometerse, intentar cambiar lo que no está bien, ¡ser mucho más que un espectador! Si no ponemos nuestra fuerza y nuestro entusiasmo en lo que hacemos, raramente vamos a ayudar a nadie, ¡ni siquiera a nosotros mismos! El mundo está lleno de espectadores, así que la vida sigue igual, sin cambios, sin lucha, sin nada que merezca la pena. Mientras unos cuantos realmente hacen cosas que trascienden y que pueden ayudar a otros, miles y miles de personas lo único que hacen es mirar.

Algunos piensan que no pueden hacer nada. Que aun con todos sus esfuerzos el mundo siempre irá mal, con los mismos problemas de siempre y las mismas miserias de siempre. Incluso algunos lo espiritualizan diciendo que las personas son malas y no merece la pena cambiar nada. No es cierto. Influimos mucho más de lo que creemos en el lugar en el que estamos, en la sociedad en la que vivimos, en la familia con la que convivimos cada día. Podemos ayudar a nuestros vecinos y, ¡por lo menos!, comprometernos con los que sufren. Así haremos que en nuestra calle la existencia sea más justa, más libre, más solidaria.

La pregunta de Dios sigue siendo la misma: "¿quién se atrevería a arriesgar su vida...?" (Jeremías 30:21). Solo el que arriesga su vida la gana. El que no, la está perdiendo en cada momento.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - ¡Pasen y vean!