FMI, escatología y economía

A propósito del FMI, he releido un discurso que pronunció en 1992 el economista cristiano francés Michael Camdessus, Presidente y Director del FMI (1987-2000)

13 DE AGOSTO DE 2013 · 22:00

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Sobre los cielos de nuestra España veraniega en estos días sobrevuela un monstruo llamado FMI. Leyendo los diarios y escuchando las noticias y las tertulias he recordado aquellos tiempos, hace unas décadas, en que este monstruo hacía su aparición en los cielos de los países latinoamericanos. Y despachaba sus recetas que habíamos aprendido a temer porque casi siempre, ellas significaban, por ejemplo, que habría que reducir camas y médicos en los hospitales públicos, abandonar los proyectos de construcción de nuevas escuelas, y aumentar los presupuestos para policías antidisturbios. Y así nuestros gobernantes, según su ideología, si eran de derechas ya tenían a quien echarle la culpa por el sufrimiento que causaban a la población esas recetas y si eran de izquierdas ya tenían una figura sobre la cual cargar la frustración de no poder cumplir las promesas de sus campañas electorales. Si vivías en Lima, Buenos Aires o México el monstruo aquel FMI permanecía invisible y oculto en una distante ciudad norteamericana o europea, pero su figura amenazante sobrevolaba nuestros países cuando había que resolver una crisis económica y financiera. Aquí en España en este año 2013, el vuelo del monstruo ha conseguido que actores sociales tan distintos como sindicatos, patronales, partidos de la izquierda y la derecha unan sus voces en criticar sus recetas de rebajas de salarios, y expresen su voluntad de resistencia. Así que se me ocurre que una cosa que tenemos que hacer los evangélicos que seguimos el consejo apostólico de orar por nuestros gobernantes, es pedir a Dios que los arme de valor y sabiduría para resistir estas recetas que lo único que traerían sería mayor sufrimiento a una población que ya va sufriendo bastante. La figura del monstruo que sobrevuela cielo español me ha traído a la memoria una brillante exposición bíblica que le escuché al gran maestro evangélico F.F. Bruce en Canadá, allá por la década de 1980. Bruce fue una autoridad en los estudios acerca de San Pablo, respetado en todo tipo de círculos académicos y siempre fiel a sus convicciones sobre la veracidad y autoridad de la Biblia. En aquella exposición a la que me refiero se ocupó del tema “Principados y potestades”. Si mis lectores tienen interés pueden ver el texto completo de Bruce en el capítulo 35 de su libro Pablo: apóstol del corazón liberado, que hace poco ha sido publicado por segunda vez (CLIE, 2012). Bajo el título “Principados y potestades” Bruce expone la enseñanza de la Epístola a los Colosenses que podemos entender mejor recordando el contexto. En la iglesia de Colosas había entrado una herejía peligrosa proveniente del Judaísmo, que restaba valor a la obra de Cristo y su persona. Era una enseñanza que tenía pretensión de ser muy espiritual y proponía un camino de disciplinas ascéticas. “En esta herejía – dice Bruce - se daba aparentemente un lugar especial a los ángeles como agentes tanto en la creación como en la entrega de la ley… En la herejía Colosense la observancia de la ley se consideraba un tributo de obediencia debida a esos ángeles, y el quebrantamiento de la ley les ofendía y llevaba al transgresor a una situación de deuda y esclavitud de ellos. Por lo tanto debían ser apaciguados no solamente por las observancias legales del Judaísmo tradicional sino además por un riguroso ascetismo”[1] Con gran vigor y elocuencia Pablo afirma la supremacía de Cristo tanto en la creación como en la reconciliación, por su muerte en la cruz. No está demás releer el hermoso himno cristológico que Pablo ofrece en Col. 1:15-20: 15El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación 16Porque en él fueron creadas todas las cosas Las que hay en los cielos, y las quehay en la tierra, visibles é invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten: 18Y él es la cabeza del cuerpoque es la iglesia; élque es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia. 19Por cuanto agradóal Padre que en él habitase toda plenitud, 20Y por medio de él reconciliar consgo todas las cosas Así las que están en la tierra como las que están en los cielos, Haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.(Col. 1:15-20 RV60) La herejía colosense hacía vivir a las personas atemorizadaspor esas potencias invisibles, ángeles, principados y potestades. Al afirmar la victoria suprema de Jesús Pablo ayudaba a sus lectores a vivir en libertad, sin tener que cumplir elaborados rituales y exigentes prácticas espirituales. En un artículo como éste apenas podemos rozar la riqueza de la exposición de Bruce y sin embargo permítanme citar la aplicación pastoral que este erudito evangélico nos ofrece. “Los señores de las esferas planetarias pueden no jugar sino un papel pequeño en la visión del mundo del hombre de hoy – aunque el número de lectores de prensa popular que acepta la invitación de ‘hacer sus proyectos contando con los astros’ sugiere que quizá jueguen un papel mayor de lo que pensamos.”[2] Bruce describe luego la situación de muchos en la actualidad: “Todavía es consciente el hombre de hoy, de una manera que no tiene precedentes, de fuerzas poderosas y malignas en el universo a las que no duda en llamar ‘demoníacas’. Siente que están actuando contra su bienestar pero que es incapaz de dominarlas bien por fuerza individual o por acción unida.”[3] Al no poder controlar esas fuerzas sólo cabe la resignación pasiva y un estado de ánimo que se entrega al cruel y ciego destino. Y va concluyendo Bruce: “La repuesta de Pablo a este modo de frustración y desesperación sería su respuesta a la herejía colosense. Estar unido a Cristo, diría, es estar liberado de la esclavitud de fuerzas demoníacas, para disfrutar de perfecta libertad en vez de ser los juguetes del destino.”[4] Volviendo a nuestra situación actual, un periodismo mal concebido, o intencionalmente dirigido a manipular la mentalidad ciudadana, puede presentar a instituciones creadas por los propios seres humanos, como por ejemplo el FMI, como monstruos colosales frente a los cuales no se puede hacer nada más que aceptar sus recetas por muy crueles e injustas que evidentemente sean. Los ciudadanos, cristianos y no-cristianos, podemos protestar, los economistas pueden elaborar alternativas, los gobiernos pueden resistir al monstruo y éste puede modificarse. Justamente a propósito del FMI, he estado releyendo un discurso que pronunció en 1992 el economista cristiano (católico) francés Michael Camdessus, quien fue Presidente y Director del FMI de 1987 al 2000. La sección francesa de la Unión Internacional Cristiana de Dirigentes de Empresa pidió a Camdessus que presentase una ponencia en su asamblea nacional. La revista católica argentina Criterio publicó en Octubre de 1992 el texto de la ponencia cuyo título es “El mercado y el Reino: la doble pertenencia”. La revista teológica peruana Textos para la acción la reprodujo en Agosto de 1996. Es un texto valioso viniendo de quien viene. No tuvo una tarea fácil Camdessus al frente del FMI. Fueron, por ejemplo, los tiempos en que el comunismo y su utopía marxista se habían venido abajo y el imperio soviético se desmembraba. Los países excomunistas europeos y asiáticos iban a entrar a vivir en la economía de mercado y la transición resultaba muy difícil y dolorosa. ¿Qué les dice Camdessus a los dirigentes de empresa cristianos en su ponencia? Les plantea esta pregunta: “¿Cómo hacer, por ejemplo, cuando se dirige el FMI y se tiene, entre otras tareas, la misión de ayudar a los países a atravesar las crisis que sacuden su historia económica, etapas de posguerra, caída de la materia prima, deuda, pasaje a la economía de mercado? Y bien, la respuesta es análoga a la de ustedes en su propio ámbito de responsabilidad: rigor en el ajuste y generosidad en la solidaridad.”[5] Lo que este economista de cosmovisión cristiana quiere dejar bien claro es que el mercado no es el Reino de Dios y que los dirigentes de empresa cristianos deben tener muy clara la distinción. Porque en esos países ex - comunistas que estaban en transición se habían gestado esperanzas exageradas acerca del mercado. “De hecho – dice Camdessus – y llegamos al corazón del problema, algunas veces ellos han imaginado ese pasaje a la democracia y a la economía de mercado como una suerte de parusía asociando, en el sueño que sostenía su lucha, mercado democracia y prosperidad. Y he aquí que descubren todo a la vez: que la prosperidad no es más que para mañana y que el mercado no es el Reino.”[6] Con unas palabras que parecen escritas para nuestra época, Camdessus continua: “Para esos países la realidad inmediata del mercado es cruel. El mercado es primero alza de precios y en corto plazo penurias. Es el desempleo abierto, allí donde se disfrazaba en estructuras improductivas pero donde cada uno tenía más o menos un lugar. El mercado al comienzo contiene mil formas de abuso; es la mafia, el triunfo de los astutos o de los traficantes de influencias…”[7] Como está hablando a dirigentes de empresa Camdessus prosigue: “Aunque seamos hombres de mercado, propagadores del mercado, debemos aprender con la misma mirada su eficacia (no es necesario demostrarla), y también su ineficacia congénita, que hace que abandonado a sí mismo se desentienda del único absoluto que reconocemos: la persona. Si no tenemos cuidado, allí están los gérmenes de su autodestrucción.” En la valentía de su crítica al mercado se puede notar que Camdessus piensa como cristiano. Como economista y funcionario, pero también como cristiano. Una parte de su ponencia resume la centralidad de la enseñanza del Nuevo Testamento acerca del Reino de Dios. Hacia el fin su resumen nos deja una propuesta para pensar: “El ciudadano del Reino –llamémonos así- realiza el máximo esfuerzo para que retrocedan todas las formas del miedo, las desconfianzas, el acaparamiento, ‘esta idolatría’ como dice San Pablo (Ef 5:5), y finalmente para que se amplíe el terreno de la participación, aquel donde el Reino ya impregna las realidades humanas y el hombre encuentra un poco más de espacio, de gratuidad y de apertura. Esto sabiendo muy bien que ‘siempre habrá pobres entre nosotros’. Lo que quiere decir, entre otras cosas, que el Reino no será sobre esta tierra sino hasta el día en que ‘El hará las cosas nuevas’”.[8]


[1] F.F.Bruce op.cit., p.482-483
[2] Ibid., p. 491
[3] Ibid.
[4] Ibid
[5] Michael Camdessus, “El mercado y el Reino: la doble pertenencia”,Textos para la acción, Lima, Agosto de 1996; p. 19.
[6] Ibid, p. 9
[7] Ibid
[8] Ibid., p. 22

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