Atento a sus lágrimas

A veces dudamos de ello, pensamos que está ausente. Pero él no pasa de largo. ¿No lo sientes?

30 DE OCTUBRE DE 2017 · 10:51

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Poso mis ojos en Tu Palabra. Una vez más destapas el frasco de las más dulces fragancias permitiendo  que tu aroma impregne toda la estancia.

¡Dios mío, tu Palabra es vida!

 

La veo allí, rota de dolor, siguiendo la procesión fúnebre encabezada por el cuerpo sin vida de su único hijo. Ya había pasado por un ramalazo similar cuando falleció su marido, pero ahora, la desgracia es aún mayor, la pena es más fuerte.

No hay esperanzas para ella, ya nada puede  hace para que su hijo vuelva a la vida. Ha de empezar a olvidar el brío con el que en antaño él le regalaba besos de buenos días, abrazándola con sus brazos fuertes y jóvenes. Ahora tan sólo le queda la pena y el silencio, el ahogo como música de fondo para recordar los días pasados.

No hay palabras para expresar el vacío que siente, el dolor hundido en el pecho que oprime tan fuerte que el aire resulta pesado de respirar.

Jesús está allí. Pasaba por la ciudad cuando ha visto la procesión.

Los lamentos de ella lo conmueven. Ve rodar las lágrimas por el rostro de una mujer a la que la muerte le ha arrebatado lo único que poseía. Una mujer hecha llanto, despojada de vigor, convertida en gemido, cubierta de cilicio.

¡No llores! Le ruega.

Quiere que cese ese llanto, que el sufrimiento profundo, insondable sea sesgado y que vuelva el sosiego a ese agitado ser.

Se acerca al féretro, despierta la esperanza, ilumina los corazones y regala vida.

La mujer, maltratada por la aflicción, coronada por la desesperanza, azotada por el infortunio es gratificada con un nuevo renacer.

No tiene palabras. ¿Qué decir cuando ha sido premiada con lo más grande?

Jesús sigue su camino. Deja atrás a esa viuda, atónita, sobrecogida, agradecida.

Jesús sigue conmoviéndose con cada lágrima que se derrama.

 

A veces dudamos de ello, pensamos que está ausente, nos sentimos desolados frente a circunstancias que nos afectan. Pero él no pasa de largo. ¿No lo sientes?

Quizá está tan cerca que no puedes percibirlo. Quizá, su voz resuena en tu cabeza pero sigues incrédulo sin tener en cuenta que todo aquello que te dice son las palabras de quien más te ama, de quien más te conoce, de quien se preocupa por cada lágrima que derramas.

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