El amor, todos los días

El amar con vocación duradera exige pruebas y no promesas, muestras evidentes y no palabreos almibarados que pronto resultan agrios.

13 DE FEBRERO DE 2014 · 23:00

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Amar, lo que se dice amar, es estar definitivamente exhaustos y querer seguir uno dentro del otro, siendo una sola carne, como anota el Libro de los Libros. Pero la palabra “amor” se ha desgastado tanto, que hasta quieren señalarle un día para celebrarlo: lo propio es amar a diario y a todos, a la mujer amada y al prójimo: también a resentidos(as) o envidiosas(os), a esos supuestos enemigos instalados en el desamor perpetuo. Pero ya que hablamos del amor hacia quien te acompaña en este tránsito vital y espiritual, anotaré algunas esquirlas de lo mucho que siento cuando se trata de ella. Así digo, por ejemplo: Sentir que te abrazo quema las distancias como una radiación que traspasa el cuerpo en vuelo. Y ello sin arrancarte de mi pecho donde el Amor es la primera palabra y la última calentando la esperanza que vendrá a socorrerme en solitario parto. O también: Eres mi pastora del Líbano, con tus labios sobre el cuerpo de sal y relámpagos. Cuando uno se enamora hasta se torna poeta, olvidándose del desdén con el que usualmente se expresaba hacia los auténticos poetas. Yo, aprendiz de poeta, sonrío ante estas puerilidades de la mayoría que se vuelve tierna hasta lo cursi. Pero sigo escribiendo para mi amada, sigo anotando mi sentir: ¡Oh gacela de mis edades, soy el morador de tus costas. También tu viñador! O esto otro: “Sentido das a mi deseo, a mi querencia más allá de los besos”. Y además: Suave y bella dama: lo mío es un amor sin siglos y sin desesperanzas. No lo corrompe ni la enfiladura de la vejez. Pero el amar con vocación duradera exige pruebas y no promesas, muestras evidentes y no palabreos almibarados que pronto resultan agrios. Entonces escribo: El tiempo de Amar precede al tiempo de hablar. Por ello ardoroso es el silencio del que se reconcentra para amar. Inmensa fuente de querencias es la compañera de los días. Soy privilegiado, lo sé. No siempre resulta así el esposamiento. Y a ello digo: Enorme es el cuerpo de tu realidad que me condecora con ternuras. O mejor: Tras tu boca amorosa están unos brazos listos, extendiéndose. Y también: Traes a tu lado nuestro común horizonte primero, para que así sea más delgada la nostalgia. Y rebrillas, resucitada en mi firmamento; reverdeces en mi playa definitiva. Mujer de fe inagotable, yo te doy las gracias por haberte imantado a mí. El día del Amor son todos los días cuando la eternidad parece existir.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El sol de los ciegos - El amor, todos los días