Y Jesús fue tentado

Mateo, el evangelio judío (VI):  Mateo 4: 1-11. Las tentaciones de Jesús en el desierto.

06 DE SEPTIEMBRE DE 2017 · 21:00

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Hay predicadores que sostienen la tesis peculiar de que la vida cristiana es un camino de rosas. Cuando no es así, se debería a la falta de fe, a la ausencia de espiritualidad o a una incomprensión de lo que es la vida cristiana.

La realidad es bien diferente y Jesús es la prueba fundamental. Tras su bautismo, no sólo no se produjo una vereda de alegrías sino el sometimiento a las tentaciones diabólicas. No se trató del azar ni mala suerte.

Fue el mismo Espíritu el que llevó a Jesús al desierto para ser tentado (4: 1). Era indispensable.

Las tentaciones de Jesús son el modelo exacto de las que ha tenido que enfrentar el cristianismo a lo largo de su Historia y, por supuesto, cada cristiano.

La primera tentación es la de colocar lo material por encima de cualquier consideración. En unas ocasiones, se hace cubriendo la codicia con legitimaciones supuestamente teológicas; en otras, se insiste en “lo social” como si eso fuera lo más importante del Evangelio.

En unos y otros casos –lo mismo si se promete prosperidad a los fieles que si se les impulsa a asaltar los cielos– lo material es colocado en primer término como si, efectivamente, fuera capaz de convertir las piedras en pan.

Para Jesús, sin embargo, estaba más que claro que el hombre no vive sólo de pan y que su vida arranca de toda palabra –subrayemos el toda– que sale de la boca de Dios (4: 4).

La segunda tentación es la de la espectacularidad. Alguien que sepa aunar un lugar sagrado –como el Templo de Jerusalén, pero no sólo el Templo de Jerusalén– con el concepto del espectáculo -¿puede haber algo más espectacular que descender a pie de calle con los fieles, rodeado de magia y boato?– tiene enormes posibilidades de éxito religioso.

No es menos cierto que está actuando de acuerdo a los deseos del propio Satanás. Por supuesto, igual que el Diablo, puede hasta citar pasajes descontextuados de la Biblia (4: 5-6), pero no dejará de estar tentando a Dios (4: 7).

La última tentación es, quizá, la peor y la que ha tenido resultados más trágicos a lo largo de la Historia. El Diablo tiene en sus manos el poder y la gloria de los reinos del mundo (4: 8-9).

A decir verdad, Satanás se los da a quien quiere y ofreció a Jesús dárselos a cambio de una mera genuflexión.

Lo que el Diablo estaba ofreciendo no era que Jesús realizara una misa negra y a cambio recibiera el poder y la gloria. No, bastaría con un doblar la rodilla, inclinar la cabeza, ser… flexible.

Sí, no es que estuviera bien, pero si se comparaba con el bien que se podía hacer, ¿qué importaba?

  • Es verdad que se arrojó a la hoguera a los supuestos herejes por millares y millares, pero ¿no quedó compensado con una sociedad que se creía cristiana?
  • Sí, es cierto que la toma de Jerusalén por los cruzados vino acompañada por una matanza tal que la sangre corría por las calles a la altura de los tobillos, pero ¿no quedó justificado porque el papa había extendido su autoridad espiritual sobre los Santos lugares?
  • Sí, es verdad que tribu tras tribu fue sometida a servidumbre y que sus culturas fueron totalmente arrasadas, pero ¿no quedó más que equilibrado porque aquellos indígenas entraron, aunque fuera a empujones, en la única iglesia verdadera?
  • Sí, es verdad que se amenaza a la gente con terribles maldiciones si no entregan su dinero, pero ¿acaso no se emplea para expandir el Evangelio el dinero recogido mediante semejantes expolios?
  • Sí, es verdad que se acepta callar bochornosamente ante la ideología de género, pero ¿no se reciben de esa manera subvenciones que sirven para el bien?

En ningún caso, parece que los protagonistas se inclinaran ante una imagen del Diablo y le ofrecieran sacrificio. Sin embargo, queda bien claro a quien sirven. No al Señor y Sus enseñanzas sino al que les proporciona el poder y la gloria aunque fueran limitados.

Y es que, al final, siempre se puede encontrar una justificación incluso para las mayores atrocidades, pero tras esas acciones se encuentra directamente la acción de Satanás.

Y es que, al fin y a la postre, sólo se puede adorar y servir al Señor y lo contrario es meramente idolatría y apostasía (4: 10).

Jesús rechazó así la triple tentación de Satanás, la del materialismo, la espectacularidad y el poder político.

Lamentablemente, no se puede decir lo mismo del cristianismo a lo largo de los siglos. Por el contrario, hay manifestaciones espirituales que se presentan incluso como las mejores, precisamente porque han aceptado las ofertas diabólicas e incluso han convencido a sus seguidores de que así debe ser.

Sin embargo, el haber respondido adecuadamente no es garantía de un triunfo irreversible. El Diablo se apartó de Jesús, pero ya tenía pensado regresar en otro momento (4: 11).

Continuará

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