El triunfo de la posverdad

La posverdad no triunfa porque algunos la emplean, sino porque los muchos la desean.

29 DE AGOSTO DE 2017 · 17:22

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Cada sistema cultural, cada cosmovisión, tiene sus resultados. Unos son muy buenos y miden el desarrollo humano, aquella parte que aún afectada por el pecado, sigue reflejando algo del resplandor del Creador. A la vez, existe otra parte de la cultura que muestra el espesor y la densidad de la oscuridad que hay en cada mente, en cada corazón. No hay excepciones, todos los sistemas culturales reflejan estas dos realidades simultáneamente.

Las portadas de La Razón, la información política y los resultados de elecciones en Alemania, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, nuestro país, etc., el imperio del Phothoshop sobre cada rostro, sobre cada evento social... Cada uno de estos fenómenos nos hablan de un resultado: la posverdad. La posverdad no triunfa porque algunos la emplean, sino porque los muchos la desean. “Cuénteme la realidad como quiero que sea, cuéntemela como quiero sentirla, hágame sentir bien con ella, dígame lo que deseo oír aunque sea mentira”. 

Cada vez la información general se parece más a la información de los periódicos deportivos. Cada vez los lectores se parecen más a los hooligans de los clubs de fútbol. Hay un periódico para cada club, porque al final del camino no queremos saber lo que sucedió, sino que deseamos que nos digan que, ganando o perdiendo, somos los mejores, mucho más que un club, el club más señor del mundo aunque entrenador y jugadores se comporten como villanos.

Esta es la consecuencia de aquel momento del siglo XX en el que desechamos la verdad. Incómodos con la verdad del racionalista que tenía una explicación para cada cosa, con la verdad del que decía que la educación lo cambiaría todo, con el prototipo de la razón que era el científico, pero que, sin embargo, nos había llevado a dos guerras mundiales, a las armas de destrucción masiva, a la política de los dos bloques, a un capitalismo del monopolio, a las puertas de la globalización sin alma de persona. En ese momento cínico nos dijimos que la verdad como tal no existe, puede que existan pequeñas verdades, aquellas que son verdades para mí, pero no tienen que serlo para ti, las verdades que, en caso de existir, nadie podría conocer. 

Agazapada detrás de la desconfianza hacia la verdad venía el deseo de echar de nosotros las tutelas de cualquier autoridad externa. Nadie tiene el derecho de decirle al individuo lo que debe hacer, nadie puede fijar normas de conducta universales que sean válidas para todos, algo que esté bien o mal, nadie puede establecer verdades que lo sean en todos los contextos. El ser humano libre de cualquier tutela prefiere la posverdad. Ahora que la verdad ya no existe, que nos construyan una verdad que queramos oír, lo que queremos que sea verdad. Una teoría conspirativa puede ser más atractiva que lo que es cercano a los hechos. 

La dulce posverdad es lo más parecido al soma de Huxley. Pagamos con moneda de libertad por un instante de placer.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Luego existo - El triunfo de la posverdad