Cómo hacer que el polvorín no arda

La respuesta, al menos de los que somos cristianos de verdad, no puede ser más odio a cambio.

21 DE AGOSTO DE 2017 · 14:05

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Mientras escuchaba la rueda de prensa del major de los Mossos d’Escuadra explicando las investigaciones que se están realizando en Ripoll alrededor de la radicalización de los terroristas (que un año antes de querer atentar eran chavales jóvenes del pueblo, sin más, de familia musulmana, pero todo lo normales que se puede esperar), me vino de repente la fuerte impresión de que yo vivo en un polvorín.

También vivo en una población mediana, tirando a pequeña, de Cataluña, donde hay una fuerte presencia musulmana, sobre todo marroquí. En mi mismo bloque son más de un tercio las familias musulmanas. Me cruzo con adolescentes y jóvenes musulmanes cada vez que salgo de casa. Sus hijos juegan en el parque con el mío, y van a clase con él. Compramos en las mismas tiendas. Esos son el objetivo primero de los terroristas, los que les dan seguridad e identidad dentro de una corriente de la religión musulmana que no comparten todos; los radicalizan y les convencen para inmolarse por el bien de Alá y del islam, y no lo hacen por ningún motivo superior o espiritual, sino porque saben que si un terrorista del Daesh viene a España a montar un atentado va a tener a la policía en su cogote en cuanto pise Barajas o El Prat. Pero, como se ha podido comprobar tristemente estos días, unos jóvenes de aquí radicalizados son mucho más invisibles al sistema y a las fuerzas de seguridad.

En cierto momento del fin de semana, alguien colgó en el foro del barrio de Facebook las fotografías de una manifestación de musulmanes en contra del atentado y del terrorismo en la plaza del ayuntamiento, y la gente de mi barrio empezó a llenar la publicación de insultos y mensajes racistas. Había una señora que decía que no se creía nada de la manifestación porque eso no eran más que cuatro carteles y luego iban asesinando a gente, y también se quejaba de que vienen aquí a robar y a aprovecharse del sistema, pero luego aseguraba que ella no era racista.

Creo que algunos de mis vecinos no son conscientes de que son profundamente racistas. Para ellos ser racista es proclamarte nazi, o ponerte el capirucho del ku-kux-klan, o liarte a bastonazos con los negros de la plaza. El insulto, la queja, el apartarte cuando te cruzas por la calle, el mirar mal, el reírte del acento del chino o del paquistaní de la tienda, eso para ellos no es racismo, es “ser normal”. Creo que nadie se lo ha explicado.

Yo he de reconocer que he tenido que preguntarme si yo también he sido racista, o si lo soy. Creo que muchas veces no he estado a la altura. Orando por este tema este fin de semana, decidí tomar parte, revertir ese proceso de ignorancia en mí, y me uní a los muchos que les respondimos. Yo intenté hacerlo sin herir, diciéndoles la verdad y con todo el humor que se podía. Algunos se acabaron callando. Los que más gracia me hacían eran los que me contestaban con insultos cuando se quedaban sin nada que decirme. El odio no tiene muchos argumentos, al fin y al cabo.

Y, repito, solamente me quedé en el grupo de mi barrio. Sé que eso mismo se ha ido repitiendo todos los días en los innumerables rincones de Internet. Y de la vida cotidiana.

Por un lado, me doy cuenta de que en mi pueblo y en mi barrio hay decenas de chavales con el mismo perfil que los terroristas de las Ramblas. Por otro lado, soy consciente de que la actitud de odio y de desprecio de parte de algunos, con la que conviven desde pequeños, aumenta las posibilidades de que se acaben radicalizando y sueñen con el falso prestigio de ser terroristas.

Vivo en medio de un polvorín. Y solo hay dos maneras de que no arda.

La primera es trabajar para evitar que se difundan ideologías yihadistas entre la población musulmana. La segunda es hacer entender a los necios, a los carcomidos por su propio odio, racismo e intolerancia, que le están echando gasolina al fuego con su actitud. A uno del foro le decía yo este fin de semana en un comentario que cuál era su propuesta, ya que tanto se quejaba de que se manifestasen. Si no se manifiestan, se quejan. Si se manifiestan, se quejan y les insultan porque no es suficiente para ellos. Luego andan exigiendo que los musulmanes no sean tan cerrados, que se abran y participen del barrio y de la vida del pueblo, pero cada vez que lo hacen les muelen a palos, aunque sean dialécticos. Le preguntaba si pensaba que así se solucionaba algo, y la respuesta fue un silencio incómodo.

Pero yo también creo que hay otra manera de evitar que arda el polvorín, aunque no sé cuánta gente se me querrá sumar a esto. Es aquello que como cristianos, hijos de Dios y representantes de su reino aquí, podemos hacer: orar. Si es que acaso seguimos creyendo en el poder de la oración. Si es que acaso el racista que todos llevamos en el corazoncito se decide a no salir, a sumirse de una vez por todas en la luz de Dios y difuminarse. ¿Nos atreveremos a orar por nuestros vecinos musulmanes? No digo de montar una campaña nacional, sino del compromiso primario de cada persona y de cada iglesia. No orar solamente por su conversión, no. Hablo de bendecirlos, de conocerlos, de mostrarles amistad y el amor de Dios en nuestras interacciones.

Conozco la historia de varios musulmanes que se convirtieron a Cristo porque algunos chicos cristianos quisieron hacerse amigos suyos. Sin más intención, solo amigos. Y, con el tiempo, compartiendo sus vidas son sinceridad, acabaron viendo a Jesús a través de sus amigos. A eso me refiero. Mientras tanto que eso llega a suceder, vas haciendo de tu entorno un lugar un poco mejor.

Hay asesinos escondidos en todas partes. En cada corazón humano hay uno en potencia que si se alimenta adecuadamente sale a flote, porque eso hace el pecado con nosotros. No podemos decir que nosotros no seríamos capaces de matar a nadie, porque no es verdad. Hay asesinos escondidos entre los musulmanes que utilizan la excusa del odio y la religión y matar. Pero la respuesta, al menos de los que somos cristianos de verdad, no puede ser más odio a cambio.

La Alianza Evangélica Española lanzaba un comunicado estos días llamando a la oración: por la iglesia, por la sociedad. Yo voy a orar por el polvorín de mi pueblo. Voy a orar cada vez que baje a la calle y me cruce con mis vecinos musulmanes. Cada vez que pase por delante de la mezquita, dos calles más allá, voy a orar por ellos. Voy a bendecirlos en silencio y voy a pedir a Dios que me abra puertas para que pueda bendecirlos en persona. También oraré por los compañeros de colegio de mi hijo de familia musulmana, por sus hermanos mayores, los adolescentes más vulnerables a la radicalización.

Sé que, si sigo orando sin cesar, en cada ocasión que pueda, no como un esfuerzo extra sino sumándolo al torrente cotidiano de mi relación con Dios, pasarán cosas. Se abrirán puertas, surgirán oportunidades para conocernos mejor. Se irá invalidando ese muro invisible que de un lado y de otro crece y separa.

Sé que mi simple gesto no va a cambiar nada, pero estoy segura de que si los que vivimos cerca de entornos musulmanes simplemente hacemos alguna cosa de todo lo que el evangelio nos anima a hacer y a pensar acerca de nuestros prójimos, algo puede cambiar. Quizá solo sea una tendencia, o una pequeña base para la sociedad que le dejaremos en un futuro a nuestros hijos. Yo tengo ganas de hacer el experimento y ver hasta dónde llega el poder de la oración, en primera instancia.

Si alguien se quiere sumar a la iniciativa, que se sume conmigo. Y veremos cómo nos sorprende de unos meses a esta parte.

 

Como nota final, quiero decir algo: normalmente ignoro a la gente que viene a dejar comentarios sin ganas de diálogo y sí de incendiar, pero en esta ocasión voy a responder a todos los comentarios que se quieran dejar aquí en tono paternalista (diciéndome que no tengo ni idea de nada, o que soy una ingenua), o racista, o que fomenten cualquier clase de odio. No es el momento para dar rienda suelta aquí a la porquería que cada uno carga dentro. Si uno no entiende lo que pasa, mejor que acuda al Señor. Que busque, se informe y conozca. “La sabiduría es lo primero. ¡Adquiere sabiduría! Por encima de todas las cosas, adquiere discernimiento” (Proverbios 4:7). Y, mientras tanto, nos hará un favor a todos si permanece en silencio.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Cómo hacer que el polvorín no arda