Teodoro, el evangélico de Facebook

En esta semana, que se hablarán y se analizarán los problemas y los retos que tenemos por delante como iglesia, espero que alguien se acuerde de mencionar a los Teodoros.

10 DE JULIO DE 2017 · 11:46

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Cuando muchos vayan a leer este texto, estaremos metidos de lleno en la semana de conmemoración del 500º aniversario de la Reforma. Pienso en todas las opiniones e ideas que se van a exponer desde lo alto del estrado estos días (incluidas las mías). Pienso en la diversidad de personas que van a escuchar. Y pienso, sobre todo, en una persona (un tipo de persona) en particular, en cómo llegar a ella. Es de los más difíciles, no porque no escuchen o no lean, sino precisamente porque lo leen y lo escuchan todo sin cribar nada. Me refiero a alguien a quien he llamado Teodoro, “el evangélico de Facebook”. 

Es ese señor que va por la vida ciego a la incongruencia entre lo que dice y lo que hace, sumándose a cada moda, a cada causa que le digan, sin investigar, sin querer saber más: dejándose llevar únicamente por lo que a él le parezca bien o le guste, como si eso fuera garantía de algo.

Teodoro lo mismo te suelta una chapa acerca de la necesidad de la pureza, la santidad y la doctrina de la Palabra (que ha copiado de otro muro de Facebook, porque Teodoro no es de mucho pensar, y mucho menos de expresar él su propia opinión sobre nada), que lo mismo te recomienda que leas un libro sobre filosofía oriental y feng-shui… aunque él no lo sabe, porque no se ha molestado en investigar; solo que alguien de su iglesia le ha dicho que es un libro muy bueno, o se lo ha dicho su cuñado, igual que le han dicho que la acupuntura es muy útil o el yoga es bueno para la espalda. Y él no ve la incongruencia.

Mientras tanto, Teodoro no escucha nunca música que no sea cristiana, no porque le guste más (porque a Teodoro, en lo profundo de su ser, lo que le gusta es la copla y el flamenco, pero eso no se lo dice a nadie de la iglesia), sino porque no vaya a dar pie al diablo sin querer.

Teodoro también opina que hay que votar a partidos políticos según defiendan “valores cristianos” (ese unicornio rosa), aunque sean de ultraderecha. Él no ha decidido votarles: le han recomendado que les vote. Lo ha leído por ahí, lo ha escuchado a un predicador… Y si le pides que te explique cuáles son los “valores cristianos” esos, solamente nombra el aborto y que los gais no se casen.

Teodoro no cree que ser cristiano tenga mucho que ver con no malgastar el agua, con reciclar bien las basuras o con animar a las familias a participar en los programas de acogida de niños tutelados por el gobierno, para que no estén en los orfanatos. No lo cree ni lo descree: nadie le ha hablado nunca de eso, así que no se lo plantea. Él solamente repite y comparte las cosas de las que los demás hablan siempre, porque si hablan tanto de ellas, será que son importantes: qué va a saber él, piensa Teodoro. Los que saben son los demás.

Y por esa regla de tres, si se tercia, te comparte de nuevo, etiquetándote, la noticia de que la NASA ha demostrado que todo lo que dice la Biblia es cierto. Y si le dices que es un bulo del tamaño de la Ópera de Sídney, se excusa y dice: “Bueno, por si acaso lo comparto, que nunca se sabe”. No, Teodoro: claro que se sabe; se sabe de sobra que es falso.

El problema de Teodoro no es tanto su propia incongruencia, su desconocimiento de todo; el problema de Teodoro es que necesita un pastor, o un diácono, o un maestro, o un discipulador, un hermano, un amigo en Cristo (llamadlo como queráis) que sea sabio, que se meta en las redes sociales y participe e interactúe en vez de pensar que esas cosas demasiado mundanas no van con él, que además de explicarles el contexto histórico del libro de Ezequiel en la Escuela Dominical, por ejemplo, les hable de la vida real, de los peligros que hay en Internet, de las verdades de la postverdad y los problemas de la era de la información, de las miles de cosas que tiene apariencia de bondad y no lo son; necesita a alguien que se preocupe de llevarle a madurar en conocimiento y sabiduría práctica más que, simplemente, hacer que ocupe su asiento en el culto dominical. ¿Dónde está esa persona? Yo creo que, de corazón, Dios ha preparado a muchos para esa tarea, y ellos lo saben. Pero como la imagen del pastor o predicador ideal que tienen de modelo se quedó anclada en el siglo XIX, sus métodos y actividades también. Y, como se viene a decir, la casa queda sin barrer.

Teodoro podría ser un hombre profundamente valioso para el reino de Dios. Tiene el corazón sensible y las ganas de ayudar, y a él no le da vergüenza decir o hacer cosas por Cristo. Puede que sea un hombre sencillo, pero enumerad por un momento a toda la gente humilde a la que Dios utiliza en la Biblia y pensad si eso es un impedimento para algo. Igual que hay teólogos, tiene que haber Teodoros, porque unos llegan donde los otros no pueden, y en eso consiste que la iglesia sea un cuerpo hecho de muchas partes. Pero a Teodoro nunca nadie se ha molestado en edificarle, en hacerle crecer espiritualmente; en mostrarle dónde residen los engaños reales; nadie le libra de sus miedos falsos explicándole los peligros verdaderos. Nadie le habla de la belleza del evangelio, solo de sus obligaciones. Y a nadie le importa que Teodoro esté bien, siempre y cuando ofrende con regularidad y no se salte las actividades programadas.

Teodoro se quedó, como dice el autor de Hebreos (5:13-14), como un discapacitado espiritual, alguien que a pesar de ser adulto por fuera, no ha recibido estímulos ni cuidados para ser adulto por dentro.

Cuando pienso en que en esta semana se hablarán y se analizarán los problemas y los retos que tenemos por delante como iglesia, espero que alguien se acuerde de mencionar a los Teodoros. Necesitamos la bondad y el compromiso de los Teodoros. La iglesia no podrá crecer sin ellos. Pero necesitamos que, aunque sigan siendo sencillos como palomas, también capten un poquito de la astucia de las serpientes (Mateo 10:6). 

Quizá exagere. Quizá no haya un solo Teodoro con todos estos síntomas, pero estoy segura de que vosotros conocéis a muchos Teodoros (y también, sobre todo, Teodoras, a las que se ha ignorado aún más) que cumplen algunas de estas características. Orad por ellos. Acompañadles. Quedad en su casa una tarde a la semana a charlar y a leer la Biblia juntos. Si nadie toma la iniciativa de ese cambio, hacedlo vosotros. La responsabilidad es de todos.

Nos vemos en el Congreso.

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