Olvidando lo que queda atrás

Tengo el deber de mandar al olvido aquello que no merece formar parte de mi vida.

03 DE JULIO DE 2017 · 09:15

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Ahuyento los confusos pensamientos que se intentan colar  en mi cabeza, intento que ellos no tomen las riendas del  presente.

Ahuyento aquellas ideas que pretenden mermar mi ánimo doblegando el espíritu.

Reconozco que no siempre soy capaz de ello, no obstante, tengo el deber de mandar al olvido aquello que no merece formar parte de mi vida.

Lo más triste es que después de algún tiempo, cuando creo que aquello que un día excluí quedó aniquilado en el lejano ayer, vuelve a aparecer alojándose de nuevo en el hueco que en su momento ocupó.

Confusa recuerdo las palabras de Miqueas: “Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados”.

Entonces: ¿por qué me aferro a la idea de rescatar aquello que es mejor dejar en el olvido? ¿Por qué seguir carcomiéndome con los errores cometidos en el ayer y hacer que ellos tengan lugar en el hoy?

Conozco la misericordia de Dios, sé que él perdona mis pecados, los sepulta y no los vuelve a retornar. Sé que al arrepentirme Él derrama de su gracia, pero aún así, neciamente reporto desde esa profundidad marina lo que en su día me hizo retroceder y haciéndole lugar en el hoy permito que me haga una zancadilla que me impide proseguir.

¿Quién soy yo para destapar lo que Dios ha querido dejar en oscuridad?

Qué negligencia esta mía, queriendo tomar alas prestadas para volar hacia donde no debo.

Compruebo que los pensamientos de Dios no son los míos, sus formas y las mías se distancian mucho.

Veo con un albor cada vez más sorprendente, que para ahuyentar aquello que me hiere tan sólo tengo que acercarme a quien sin tener en cuenta los miles de errores que cometo tiene a bien otorgarme verdadero perdón, verdadera libertad.

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