Saltarse el protocolo

A veces tenemos la necesidad de dar pequeños pasos para conseguir grandes cambios.

23 DE JUNIO DE 2017 · 16:35

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A veces tenemos la necesidad de dar pequeños pasos para conseguir grandes cambios.

Las manos le sudan. Un temblor se instala en todo su cuerpo consiguiendo que sus piernas cimbreen cual ramas preñadas de viento.

Orlada de valor cruza el patio para entrar en la casa. En ese corto trayecto tiene que obviar miradas; ojos que increpan prestos a la crítica y turbados ante una presencia tan desagradable.

Esta mujer busca al maestro, sabe que ha sido invitado por Simón, es por ello que envalentonada entra en la casa.

Allí huele a comida casera, a hogar, a respetabilidad, a todo lo que ella no posee. Sin que nadie pueda detenerla derrama un llanto estremecedor, se postra al lado del Maestro y comienza a regarle los pies con lágrimas, con perfume, enjugándolos con sus cabellos y con besos.

Deposita su ofrenda, no viene a recibir, viene a dar. Una entrega que molesta, que zarandea los pilares de un hombre que se cree bueno y que sin poder impedirlo recibe una lección de quien menos lo esperaba.

Ella conoce su condición sin embargo no puede ni quiere perder la gran oportunidad de estar cerca del Cristo, de ese hombre de quien todos hablan, un hombre al que sin haberlo visto ya ama.

Simón no entiende a que se debe aquella escena, no comprende como Jesús permanece quieto, impasible.

¿Es qué acaso no se da cuenta de quién es esa mujer?

¿Cómo permite que ella esté allí?

Simón no ha sido un buen anfitrión, sin embargo se enfurece ante el trato que una mujer pecadora tiene con su invitado.

Ella, soslaya todo lo que le rodea y se centra en la figura del Maestro. Está postrada a sus pies. Ha vencido sus limitaciones, ha superado la vergüenza y el temor, ha llegado cargada de amor y allí, con el corazón a punto de estallar, derrama su vida para ser renovada por la misericordia de Jesús.

Porque, al que mucho se le perdona, mucho ama…

Esta mujer me enseña una lección de valentía.

Esta mujer se atrevió a hacer algo distinto. No se conformó con quedarse en la puerta, con ver a Jesús desde lejos, vio la oportunidad de estar cerca del maestro y la aprovechó.

Existen situaciones en las que es necesario hacer caso omiso al ritual y allegarnos al padre con confianza, sabiendo que Él oye nuestro clamor. Saltarnos el protocolo, quitando el hermetismo y el rigor que viene en ocasiones impuesto por el hombre.

Acercarnos al padre con libertad, sabiendo cual es nuestra condición pero sin olvidar que Él es Dios, un Dios misericordioso.

Qué pocas veces nos arriesgamos a hacer algo distinto. Estamos tan acostumbrados a vivir una vida normalizada que nos cuesta romper con la rutina y prestarnos a algo nuevo.

Cuando hacemos de nuestras vidas un paseo rutinario caemos en el error de no dejarnos conmover.

En muchas ocasiones vivimos vidas cristianas en las que damos por hecho todo cuanto nos acontece como si todos los beneficios de los que gozamos fueran el fruto resultante de nuestra santidad, perseverancia, de nuestro buen corazón.

Yo no quiero acostumbrarme a Dios.

Dios está dispuesto a mostrarnos cosas, ha desvelarnos secretos.

Para que esto sea posible, tenemos que atrevernos a dejar que Él se manifieste en nuestras vidas. Atrevernos a darnos más y acercarnos hasta Él con el deseo de que su gracia sea nueva cada mañana, que su misericordia y su amor nos seduzcan de nuevo y que nos atrevamos a hacer algo distinto con nuestras vidas.

El Dios de lo imposible se acerca hasta ti y hace que tu relación con Él sea posible.

Rompe tu vaso y deja que el perfume sea derramado.

Quiebra tu vida para que el aroma se expanda y llegue hasta Dios como olor fragante.

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