Muero de tristeza

Ser espiritual es vivir empapados hasta la médula en el dolor ajeno, llevando en nosotros el sabor y el olor de los despreciados y de los que sufren.

15 DE MAYO DE 2017 · 15:00

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Pocas veces hablamos del sufrimiento, y desgraciadamente, cuando lo hacemos solemos dar respuestas fáciles, medidas, doctrinalmente correctas, y a veces ¡incluso hirientes! queriéndonos sacar el “muerto” de encima sin mover un solo dedo para ayudar a quién está sufriendo.

Hasta que nos toca a nosotros. Entonces todo cambia: las palabras, la comprensión de los hechos, la necesidad de ayuda, la visión de la realidad, la sensación de dolor… ¡Incluso la doctrina que tanto habíamos defendido deja de tener valor!

Siempre me resultó, cuando menos curioso, que las dos respuestas más socorridas por parte de los “maestros”, en cuanto al sufrimiento de alguien que ama al Señor, sean también las más fáciles: por una parte están los que desprecian el dolor anulándolo por completo, proclamando que la vida cristiana es una vida de victoria y que, cuando algo malo sucede, es porque no estás viviendo como Él Señor quiere, o hay algún “pecado” escondido…

Y en el otro extremo doctrinal (aunque en la práctica defienden lo mismo) se encuentran los que intentan demostrar también con todo tipo de referencias bíblicas, que todo aquel que está triste o sufre ansiedad, depresión, soledad, dolor, etc. es porque o no es creyente, o no está siguiendo el “verdadero” evangelio.

Déjame decirte que, de la misma manera que conozco muy pocos ateos cuando llegan los momentos difíciles, porque cuando eso sucede todos suelen mirar al cielo; creo que los dos tipos de personas mencionados, defienden esas ideas no sólo porque no comprenden lo que la Biblia dice, sino ¡sobre todo! porque nunca han sufrido. Cuando aparece la hora de la lucha espiritual, el momento de la incomprensión y la soledad, la agonía de la tristeza y la depresión, o la prueba de la enfermedad y la muerte… Todos ¡sin excepción! abandonan sus “doctrinas” y buscan desesperadamente al Salvador.

Jamás llegaré a comprender la razón por la que muchos piensan que ser “espiritual” es algo así como flotar por encima de todas las circunstancias, sin que nada ni nadie te influya jamás en lo que vives o sientes. Cuando leemos la Biblia nos encontramos con que todos los siervos y siervas de Dios sufrieron, lloraron, fueron enfrentados y despreciados en muchos momentos de sus vidas, escribieron y hablaron sobre sus lágrimas y ¡Mas increíble aún! No ocultaron la sensación de que a veces sentían a Dios lejos de ellos; y además, fueron incomprendidos por aquellos a quienes aparentemente todo les iba bien, fueran creyentes o no.          

Lo mismo ha ocurrido a lo largo de toda la historia de la iglesia y sigue ocurriendo hoy en más de cincuenta países en los que hablar de Dios se paga con la vida. Y si muchas personas no hubieran entregado sus vidas por el evangelio y no hubieran sufrido hasta más allá del límite imaginable por amor al Señor en el pasado, nosotros no habríamos llegado a conocer la gracia de Dios. Ni nosotros ni muchos de los que ahora proclaman el evangelio de una manera tan triunfal y (da pena decirlo) tan arrogante.

De una vez por todas deberíamos comprender que ser espiritual es vivir empapados hasta la médula en el dolor ajeno, llevando en nosotros el sabor y el olor de los despreciados y de los que sufren. Sólo así seremos luz como el Señor lo fue. Sólo así podremos transformar el mundo. No se puede ayudar a nadie a salir del fango de la desesperación, vestidos de traje y corbata. No se puede abrazar al que está solo, gritando desde un púlpito. No se puede compartir el evangelio del crucificado sin cicatrices en nuestra alma. Hay que “arremangarse” ¡como mínimo!

Es lo que Dios hizo por nosotros, bajó a lo más profundo de nuestra miseria para colocar allí su corazón.  Porque todas las personas atraviesan en algún momento de sus vidas la sensación de que están solas y abandonadas, tanto creyentes como no creyentes… Pero Dios, que es rico en misericordia no se desilusiona con nosotros, sabe de qué estamos hechos. Conoce que a veces no sólo nos desanimamos, sino que podemos sentirnos al borde de la muerte. Nuestro Creador cuenta cada una de nuestras lágrimas y jamás las olvida; nos ama de una manera incondicional porque Él es Amor con mayúsculas. Ese amor es parte de su esencia, y es el que transforma nuestra vida.

Por eso necesitamos aprendeer a no vivir a la sombra de nadie, por muy bueno que aparente ser, sino saber que somos cuidados por nuestro Padre Celestial. Ni tampoco permitir que nadie nos haga daño, por muy malo que sea, porque el Señor Jesús nos defiende siempre, Él es nuestro abogado ¡En todo momento! Cuando estamos bien y cuando el mundo nos cae encima; cuando nos sentimos felices y ¡tambien! cuando la tristeza llena nuestra vida. Él prometió orar por nosotros y defendernos.

El fiscal acusador es nuestro enemigo. No debemos ni siquiera escucharle, ni a él ni a nadie que él quiera usar para hacernos sentir mal, porque el enemigo quiere llenar nuestra mente y nuestro corazón de mentiras y recriminaciones, de dudas y debilidades ¡Esa es su manera de ser! Recuerda que el nombre “diablo” significa literalmente “acusador”.

Y un último “detalle”, ¡El más impresionante de todos! Jesús, nuestro Salvador, sabe perfectamente la situación por la que estamos pasando. Pocas horas antes de ir a la cruz, se llevó a sus discípulos al huerto de Getsemaní porque necesitaba que le ayudasen en su lucha. “Les dijo: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad.” (Marcos 14:34). Iba a entregar su vida por cada uno de nosotros y se siente morir de tristeza. Necesita a sus amigos para que oren con Él y no le importa reconocer su debilidad y su dolor. Las lágrimas y la angustia fueron “santificadas” en aquella noche cuando mi Salvador permitió que su corazón las acogiera en su seno  (Hebreos 5:7-8).

No me pidas que lo explique teológicamente ¡Dudo que alguien pueda hacerlo! Desgraciadamente, en el cristianismo hay muchos “amigos de Job” que lo saben todo y tienen respuesta para todo… Pero sí quiero decirte que lo que hizo que la desesperación perdiera todo su poder en mi vida fue algo tan sencillo e impresionante al mismo tiempo como saber que mi Salvador conoce siempre lo que sucede en mi vida y me cuida. Dios sabe lo que siento, y no sólo porque es omnisciente, sino porque lo probó en primera persona. Por eso Jesús le dice a sus discípulos que estén con él en los momentos difíciles. Esa es la misma razón por la que nosotros necesitamos a nuestros hermanos cuando sufrimos, los “acusadores” sobran.

Sea cual sea la situación por la que estás pasando, Dios te cuida no sólo de una manera personal, sino también por medio de las personas que te aman. Esa idea tan genial, sólo podía ocurrírsele a Él y esa es la razón por la que Pablo y los demás escritores de las cartas en el Nuevo Testamento, tienen siempre una lista casi interminable de personas a las que agradecer su ayuda y su amistad. Ese es el plan de Dios para su obra.

Y por si fuera poco, nuestro Padre celestial también envía ángeles para que podamos vencer nuestra tristeza. Lo hizo con su Hijo (Lucas 22:43) y lo sigue haciendo en el día de hoy con todos nosotros. A veces no sabemos quienes son, o no podemos verlos, pero Dios los envía en nuestra ayuda para fortalecernos; para que comprendamos que jamás estamos solos. No se trata sólo de que nuestro Padre no nos abandona nunca…     

¡No quiere que tengamos ninguna duda!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - Muero de tristeza