Somos nuestros recuerdos

Aún la vida más desgraciada tiene recuerdos felices. Y es a ellos a los que hay que volver.

03 DE ABRIL DE 2017 · 14:47

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Una de las actrices francesas más conocidas en los últimos años es Juliette Binoche, ganadora del Oscar a la mejor interpretación femenina por su papel en la película “El paciente inglés”, En medio de una entrevista para El País Semanal afirmaba: 

“Somos lo que fuimos en la infancia y nos pasamos la vida intentando volver a ser así”.

Recuerdos. Lo que fuimos en la infancia, lo que vivimos en los primeros años de nuestra vida. Las situaciones, las palabras, las alegrías y las tristezas, literalmente cientos de recuerdos diferentes que tenemos en el corazón y que llenan de paz nuestra vida. Momentos a los que nos gustaría volver.

Un tren que llega, un amigo que regresa. Un familiar al que hace tiempo que no hemos visto. El encuentro con alguien que es (o va a ser) muy importante en nuestra vida. Un lugar al que volvemos después de mucho tiempo. Un sonido familiar que nos hace anticipar recuerdos y vivencias.

Los recuerdos son importantísimos en la vida. Y suelen relacionarse con las cosas que quedan prendadas de nosotros, en lugares que ni siquiera imaginamos. Los recuerdos se casan con canciones, poesías, sonidos, paisajes, momentos, ilusiones, alegrías y también tristezas... Viven dentro de nosotros como si no quisieran molestar. Hasta que un día aparecen cuando menos los esperamos y llenan de nostalgia nuestra existencia.

No hacemos nada malo si de vez en cuando recordamos. Recordar: en nuestro castellano significa volver a pasar por el corazón (re-otra vez y cardis, corazón), y es uno de los ejercicios más saludables para nuestra existencia. Escuchar una canción, releer antiguas cartas, contemplar fotos o buscar los pequeños regalos que tanto significan para nosotros, pueden ser momentos sublimes dentro de un tiempo que se escapa de las manos a una velocidad endiablada.

Aún la vida más desgraciada tiene recuerdos felices. Y es a ellos a los que hay que volver. No tanto a aquellos que nos hieren o que tintan de amargura nuestra vida. ¡No! Los malos momentos no merecen ser recordados si no es para aprender algo. Los instantes felices son los que deben vivir siempre en nuestra conciencia.

Y mucho más si esos instantes han revolucionado nuestra vida. Hay cosas que jamás se olvidan; hay situaciones que van a permanecer con nosotros aún más allá de la tumba. Juan, el apóstol,  jamás olvidó la hora en la que encontró a Jesús (eran las cuatro de la tarde) -Juan 1:39-... Y así nos ha pasado a todos los que le conocemos.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - Somos nuestros recuerdos