Dictadura en la democracia

Que la predicación de la Biblia esté siendo combatida muestra el grado de deterioro que los pilares de la democracia están sufriendo.

09 DE MARZO DE 2017 · 08:46

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La noticia de que dos evangelistas callejeros han sido multados en el Reino Unido, al considerar el fiscal que la mención de algunos versículos de la Biblia en su predicación era constitutiva de delito de orden público, pone sobre el tapete en qué estado se encuentra la democracia en los países occidentales. Que la predicación de la Biblia, exponente de la libertad de conciencia y de expresión, esté siendo combatida, muestra el grado de deterioro que esos dos pilares sagrados de la democracia están sufriendo en las naciones que fueron cuna de ese sistema de convivencia y gobierno. Si el asedio tuviera lugar en alguna nación cuyo pedigrí democrático fuera relativo o sospechoso, sería entendible que algo así sucediera; pero que ocurra en la nación que alberga a la Cámara de los Comunes, donde todas las ideas se debaten y se exponen libremente, es señal de que la democracia, tal como la conciencia de esa Cámara la entendió durante siglos, ha sido liquidada. Lo más inaudito en todo esto es que fue precisamente la Biblia, su difusión y predicación, lo que dio origen al sistema democrático que nació en Inglaterra, frente a la forzada uniformidad ideológica que perseguía toda disidencia, no solamente en esa nación sino en todo el continente europeo.

Siglos después de haberse puesto los fundamentos de la libertad de conciencia y de expresión, gracias a la predicación de la Biblia, ahora se la combate y a quienes la predican, por ir contra el orden público. Lo cual significa que ese orden público represor es lo mismo que la antigua uniformidad ideológica forzada, que castigaba y suprimía toda disidencia. Es la tumba de la democracia. El nombre, democracia, por supuesto continúa, pero ha quedado vaciado de contenido. Es una palabra hueca, una manera de intentar salvar la cara, ante la flagrante violación de los principios más elementales que rigen cualquier sistema que merezca llevar ese nombre.

Las dictaduras, de un signo y de otro, han echado mano de la palabra democracia para justificarse y cubrir su desnudez. En los regímenes comunistas se usó y se usa el término ‘democracia popular’, para describir lo que en realidad es asfixia de la libertad; en España, durante los últimos años del régimen de Franco, se echó mano del término ‘democracia orgánica’, para definir lo que en realidad era ahogamiento de la libertad. Y es que las palabras pueden llegar a decir lo que el emisor de las mismas quiere que digan, lo cual no significa que respondan a la realidad. Es una manera de intentar aplacar la mala conciencia que se tiene y presentar lo impresentable con un rostro amable, aunque lo que hay detrás de la atractiva máscara sea sombrío.

La persecución que está ocurriendo en los países occidentales no es más que la constatación de que la predicación del mensaje de la Biblia enfurece, porque denuncia un orden de cosas pervertido. Y como las democracias actuales se han convertido en valedoras del más profundo desorden, no pueden soportar que nadie contradiga o ataque el cimiento ideológico que sostiene el desorden que promueven. En realidad esta persecución no es más que una señal de debilidad, ya que la verdadera fuerza consiste no en la censura y el acoso, sino en permitir la crítica y la denuncia, cosas que se daban por sentado en cualquier democracia hasta no hace mucho.

¿Dónde ha quedado toda aquella monserga sobre la tolerancia, que hace unos pocos años fue el discurso favorito desde las instancias del poder? ¿A qué clase de tolerancia se referían, cuando machaconamente presentaban las excelencias y bondades de ser tolerantes? ¿Por qué se tildaba de intolerantes a los que no se unían al coro que cantaba las glorias y alabanzas de esa tolerancia? ¿Cómo es que los que tanto predicaban la tolerancia y arrojaban al infierno de la intolerancia a quienes no creyeran a pies juntillas en su mensaje, ahora muestran su intolerable intolerancia?

‘Se les ha visto el plumero’, fue la expresión que nació en España en el siglo XIX para designar a quienes eran de una corriente ideológica concreta. Aludía al penacho de plumas que coronaba el casco de los milicianos que se crearon para defender las ideas de un determinado gobierno. Una expresión castiza, que bien se puede aplicar a los “tolerantes” que muestran su intolerancia hostigando a los predicadores de la Biblia. La diferencia es que el ‘plumero’ ya no es un penacho de plumas, sino una acción represiva, enemiga de la libertad de pensamiento y expresión.

Pero no hay que extrañarse de que algo así esté sucediendo, donde hasta no hace mucho era inimaginable que pudiera suceder. Después de todo en Tesalónica, ciudad de Grecia, cuna de la democracia, se tachó a los predicadores de la Biblia, hace casi 2.000 años, como trastornadores del mundo enteroi, aunque en realidad era el mundo el que estaba fatalmente trastornado. Lo mismo que las actuales democracias.

i Hechos 17:6

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