La predicación automatizada

Nuestra lectura bíblica está plagada de estos automatismos, textos que, al leerlos y releerlos, siempre acudimos a interpretar de la manera acostumbrada. ​

13 DE FEBRERO DE 2017 · 10:11

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Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?

Romanos 10:14

Volviendo a los detalles contextuales concretos del texto bíblico, nos encontramos en este versículo con una realidad en la que pensamos pocas veces. Si hay algo que se nos da bien como humanos es automatizar procesos: una vez aprendemos algo, ya sea conducir, montar en bici, escribir en un teclado o prepararnos un café, se convierte en un proceso en el que no pensamos de manera consciente, sino que realizamos de forma subconsciente. Bueno, quizá lo del café sea más necesidad que subconsciente, pero se me entiende. Nos sucede igual con las ideas y los razonamientos. La lógica, en nuestro cerebro, se parece a caminos ya transitados que utilizamos para llegar del punto A al punto B. Al igual que con el camino para ir de casa a la estación o al supermercado, quizá haya un camino más cómodo, o más rápido, pero nosotros hemos automatizado el proceso y siempre tomamos la misma ruta, porque asumirla no nos supone ningún esfuerzo intelectual, y la economía de procesos es una de las bases de lo que somos como humanos.

En nuestra fe también tenemos algo parecido a estos procesos automáticos, en parte porque es imposible estar continuamente revisando punto por punto todas nuestras creencias y calibrando si son verdad o no. Es algo bueno; es la base de esas creencias la que nos ayuda en el día a día a tomar pequeñas decisiones, a mantener la confianza en las dificultades. Damos por hecho que hemos de orar antes de comer porque tenemos la creencia de que Dios nos provee todas las cosas, y estamos agradecidos porque sabemos que nosotros solos no podemos cuidarnos así de bien. No nos paramos a considerar si es cierto o no en cada ocasión. Eso sería inviable.

Nuestra lectura bíblica está plagada de estos automatismos, textos que, al leerlos y releerlos, siempre acudimos a interpretar de la manera acostumbrada. Puede ser algo adquirido (que aprendimos en la escuela dominical, o en tal o cual predicación o estudio bíblico), o una conclusión a la que hayamos llegado nosotros a lo largo de los años. Suceden varias cosas con esto: una, que puede que nuestra interpretación no sea acertada, por habernos movido en un entorno eclesial muy aislado o no haber tenido suficiente contacto con otros cristianos. Puede que hayamos llegado a esa conclusión desde un presupuesto esencialmente falso que desconocíamos. Por otro lado, puede que nuestra interpretación no sea la única que exista para entender este texto; no hablo solo de la diversidad histórica del protestantismo, sino de la realidad de las múltiples capas simultáneas que tienen los textos bíblicos, como textos literarios que son. Puede que la propia intención del autor fuera ofrecer un principio aplicable a diferentes situaciones (ocurre a menudo en las parábolas de Jesús, que más que explicarte algo concreto, vienen a explicarte cómo funcionan las cosas en el reino de Dios). En este punto también pueden suceder dos cosas: que seamos cristianos “normales”, sensatos, dispuestos a seguir aprendiendo y a revisar nuestras ideas siempre que cumplan con ciertos requisitos mínimos de fiabilidad, o que seamos de esa clase de “cristianos” que, una vez adoptan un sendero de pensamiento, o de interpretación bíblica, se toman como una blasfemia el más mínimo cambio.

Asumiré que todos los que leen esto son de la primera clase.

Como todos, pues, tenemos ganas de aprender y de seguir descubriendo el texto bíblico, tenemos que admitir que a veces es bueno revisar las automatizaciones que tenemos asumidas. Una de ellas tiene que ver con el texto de Romanos 10:14. Hablo de mi propia automatización: siempre he leído este texto como la base de la necesidad de la predicación a la que estamos acostumbrados en la iglesia evangélica. Es decir: que como la fe viene por el oír, entonces tenemos que oír la Palabra de Dios que predica el pastor. Esto no es mentira… pero no es toda la verdad.

Lo cierto es que Pablo no está hablando de una predicación expositiva a la que venimos acostumbrándonos desde el siglo XIX en el entorno evangélico. No tenía eso en mente, ni nada parecido. De hecho, asumir una relación directa y exclusiva entre este versículo y esa predicación tradicional da a luz un problema importante dentro de la iglesia.

Cuando Pablo escribió esto se podría decir que, básicamente, la única manera de escuchar el mensaje del evangelio era a través de la exposición oral de otra persona. De hecho, κηρυσσοντος, que se traduce por “predicar”, tiene el sentido básico de anunciar y proclamar, que es un acto oral. Supone una ingenuidad interpretar que la única manera de hacer esto con respecto al mensaje del evangelio es los domingos de 11:30 a 12:30 en un local con una ubicación geográfica concreta. Desde luego, desconfío en que esto fuera lo que tenía Pablo en mente cuando escribió el texto.

¿Cuál es esta idea en su contexto? Hay que tener en cuenta que se ha escrito muchísimo sobre este pasaje y que mi propuesta no es absoluta, ni de lejos. Seguramente alguien lo habrá explicado mejor en algún momento (y si lo sabéis y podéis ponerlo en los comentarios, sería de agradecer). Dicho esto, hay varias cosas interesantes. Pablo se está refiriendo a predicar el evangelio a los judíos, quienes, a pesar de tener pleno conocimiento de la ley de Dios, estaban muy lejos de la verdad de la realización de esa ley en Cristo. Pablo expone la complicación que supone, paradójicamente, conocer tan bien la ley como los judíos, pero no ser capaces de actualizarla, de ver que señala a Cristo. Pablo habla de que la propia ley apunta a que el mensaje del evangelio es universal (es decir, que la salvación no es solo para los judíos). Este era un tema de debate muy importante en los primeros tiempos de la iglesia, aunque a nosotros ahora nos suene un poco a chino (precisamente porque es una de esas ideas que ya hemos automatizado). Así pues, en el versículo 14 Pablo asegura que la salvación, el conocer a Cristo, no vendrá por el conocimiento (evitando también así otra polémica, la de los movimientos gnósticos de la época), puesto que de eso los judíos tenían mucho y no les servía para nada: viene por el oír la palabra. Aquí, en la gran prosa de Pablo, se juntan dos cosas, el significado literal y el simbólico. Simbólicamente, quiere decir que hay que creer en ese mensaje (el sentido de “oír”, ακουσωσιν, es ese, el de “enterarse”). Literalmente, la mayoría de la población era analfabeta y, aun así, todavía no había nada escrito del corpus de escritos cristianos, así que no podían leer el mensaje, sino que solo lo recibían de boca de otros; esos “otros” son los “enviados” del versículo 15, es decir, literalmente αποσταλωσιν, de donde proviene la palabra “apóstol”. Es decir, que se creía en Cristo (se oía la palabra) al escuchar el testimonio de los apóstoles. De una manera literal y simbólica.

Dista mucho de esa interpretación ingenua de que se refiere exclusivamente a la predicación del pastor, aunque, por supuesto, esta predicación se incluye en lo que describe este versículo. Pero hoy en día, ya puesto por escrito el mensaje de los apóstoles en el canon del Nuevo Testamento, la fe también viene por el leer, a veces. Sería necio negar que alguien se hubiera convertido de verdad porque no escuchó una predicación, sino que leyó la Biblia: a nadie se le ocurriría decir eso. Sin embargo, es un error común que cometen los que abogan por una literalidad absoluta del texto bíblico. De hecho, si tuvieran razón en su forma de interpretar la Biblia, me pregunto por qué no defienden por este versículo que los sordos no pueden alcanzar el reino de los cielos, porque no pueden oír el mensaje. Sé que esto es una ridiculización absurda mía, pero la cuestión está en que podemos conocer la Verdad y aun así no creernos sus únicos guardianes. Siempre hay algo que aprender. Siempre algo más de luz que arrojar.

Parte de la automatización inexacta de este versículo deriva en una especie de loa exagerada al acto de la predicación en la iglesia moderna. Sé que a mucha gente le molestará que lo diga, pero no hay nada sagrado en la predicación, en el hecho de que alguien se suba a un púlpito a decir la verdad del evangelio de una u otra forma; sin embargo, gran parte del esfuerzo de la iglesia se centra en ello. E igual de error es centrarse en la alabanza como centrarse en ello: en eso no consiste ser cristiano. Al leer bien el texto del Nuevo Testamento comprendemos que no hay nada especial en hacerlo en uno u otro sitio, en un púlpito, en un plató de televisión, o en un carro camino de Jerusalén, como le pasó a Felipe (Hechos 8). La gran comisión, pues, está incluida en esto, en el hacer el camino predicando este mensaje a todo con el que nos encontremos y tengamos oportunidad. Hacerlo con la palabra, afirmarlo con los actos y vivir en esa verdad. A menudo, también, escucharemos y aprenderemos cosas desde un púlpito un domingo por la mañana (o por la tarde), pero será algo más que se suma a toda esta vivencia. Algo bueno y necesario, pero no podemos aspirar a que sea algo místico ni mágico, ni la única base de nuestra fe, como algunos a veces dejan caer.

Y, haciendo un inciso malévolo de mi parte, también me atrevería a decir que todos los que tienen ese miedo a que una mujer se suba al púlpito y predique deberían también prohibirle a esa mujer (en base a este versículo de Romanos 10:14) que predique en su cocina, o en su trabajo, o en el frente mismo del local de la iglesia pero debajo del púlpito, no encima… aunque eso se cargue este principio bíblico universal que se anuncia en Mateo 28:19, que se afirma en el libro de Hechos y se confirma en estas palabras de Pablo.

Pero esa es otra cuestión.

Me gusta lo que enseña este pasaje, que el evangelio nos ha llegado de parte del testimonio de los apóstoles y es legítimo creerles, ya fuera en su día a viva voz u hoy en día leyendo sus textos en el Nuevo Testamento. Arroja luz a las dudas que surgen y nos ayuda a percibir la realidad tal y como fue y tal y como es. También me resulta muy confortable la idea de que no se puede acceder a Dios a través del conocimiento, sino a través de Cristo. En mi entorno literario y académico cotidiano es algo bueno que recordar. Pero, sobre todo, me gusta cómo esto encaja, pieza a pieza, con el resto del mensaje de la Biblia, con la esencia del evangelio, afirmando la realidad de que ciertamente hay una línea inequívoca en todo el mensaje bíblico que tenemos a mano, en la que podemos confiar y creer sin miedo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - La predicación automatizada