La ultraderecha evangélica

Hay un problema grande cuando se asocia ser cristiano a una sección específica del espectro político.

30 DE ENERO DE 2017 · 12:26

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Este fin de semana me contaron la historia de un maestro de pueblo que era protestante al que, una vez ya acabada la Guerra Civil, fueron a buscar a la escuela unos milicianos y se lo llevaron para fusilarlo. Se supone que se lo llevaron y lo mataron, porque no se volvió a saber de él. Ya habían ganado la guerra y los asesinos actuaron por su cuenta, sin recibir órdenes de nadie, persiguiendo los ideales que ellos consideraban necesarios para la prosperidad del país.

Una de las grandes preguntas que nos hacemos a menudo es cómo es posible que en plena era moderna, hace nada en términos históricos, pudiesen llegar a suceder atrocidades así en nuestro patio de casa; cosas como esta historia, o el propio Holocausto que se conmemoraba estos días pasados. Por un lado, sabemos que el mal existe; por otro lado, cuesta entender que se propague y se favorezca de parte del gobierno de turno.

Nos parece como la última frontera moral y ética que cruzar, y nos da mucho miedo; nos provoca una sensación de impotencia e injusticia difícil de soportar. En principio, deberían existir mecanismos para que no se pudiesen volver a dar situaciones de injusticia parecidas; en principio, ese fue el problema de la primera mitad del siglo XX: que los mecanismos para garantizar los derechos humanos y civiles llegaron tarde. Sin embargo, el ascenso de Trump y de su ideología extremista en EE. UU. vuelve a hacernos dudar de que existan mecanismos suficientes no ya solo para parar el mal que provoca el ser humano, sino simplemente su estupidez. Vivimos muy cerca de Estados Unidos en términos culturales, y todo lo que ocurre allí nos repercute. Durante este fin de semana allí se han puesto en marcha algunos mecanismos (algunos oficiales, otros extraoficiales) para parar el veto antimusulman en los accesos al país, incluso de musulmanes en situación de legalidad a los que se les ha expropiado, sin previo aviso, su vida cotidiana; se han escuchado noticias e historias que nos hacen volver la mente a esos otros momentos históricos que nos ponían la piel de gallina. Nos vuelve a dar miedo no ya el mal, sino la simple expansión de la estupidez humana.

Pero la parte más difícil de todo lo que viene ocurriendo últimamente la tenemos, en términos de cultura, de nuevo en el patio de casa. Los evangélicos españoles y europeos no consiguen entender a las grandes figuras del evangelicalismo estadounidense que apoyan con esa rotundidad las ideas retorcidas de la política de Trump, e incluso disculpan (o alaban, lo que es peor) las salidas de tono del personaje. Ser presidente de Estados Unidos conlleva un respeto asociado a la institución que nos cuesta comprender fuera; pero, aun así, ese respeto institucional no es suficiente para entender estas justificaciones. Realmente estas personas están de acuerdo con sus políticas e ideas, aunque nos recuerden a las que preconizaron la guerra.

Y, de repente, nos damos cuenta de que el problema es mucho más grande de lo que queremos admitir. Ojalá esto fuera algo así de puntual, un simple apoyo a unas ideas que rozan la ultraderecha; con todo su peligro, podría delimitarse y, con el tiempo, se diluiría. Porque puede que el ser humano, en su estupidez, alguna vez llegue a apoyar ideologías o políticas que, aunque prometan paz y seguridad, en el fondo van en contra de la propia sociedad; sin embargo, esto no perdura en el tiempo, y siempre se acaba volviendo contra sus propios defensores. Pero la brecha que se nos abre aquí es mucho más grande, más profunda y llega más lejos: nos resulta muy difícil, muchísimo, ver cualquier línea de conexión entre ellos que se hacen llamar cristianos y el cristianismo que vivimos aquí. Resulta demasiado difícil llamarnos hermanos. 

Últimamente he tenido la oportunidad de estudiar un poco más a fondo la enorme influencia que hay en España de una visión estadounidense del cristianismo evangélico. He podido hablar con gente que conoce el tema, y he leído libros, más allá de lo obvio: que la inmensa mayoría de libros y materiales que nos llegan provienen de Estados Unidos. Y ahora, con el ascenso de Trump, se nos cae la venda de los ojos y comprendemos que no, que no podemos volver a decir nunca más que no pasa nada por esa influencia, porque las doctrinas e ideas son neutrales culturalmente, que son meramente “cristianas” y, por tanto, no están influidas por ninguna ideología de fondo. A partir de aquí debemos admitir que eso es sencillamente mentira.

No estoy criticando a Estados Unidos como país. Tengo amigos y gente muy cercana allí y de allí. Me gustan muchos aspectos de su cultura, y aprecio a muchos de sus pensadores, pastores e intelectuales. No es eso de lo que estoy hablando. Estoy diciendo que la corriente “oficial” de cultura evangélica de Estados Unidos, la que nos llega como propaganda de forma abrumadora a través de libros, televisión y materiales didácticos, está inmersa en una corriente ideológica concreta que no tiene nada que ver con el evangelio, pero que se nos presenta como un paquete indisoluble: si te quieres llamar “cristiano”, debes creer este paquete de cosas, o si no te pondrán en duda. Y eso es peligroso. Por ejemplo, en Europa tenemos una amplia tradición política asociada a la socialdemocracia, que tiende a la izquierda; parece ser que esa visión está vetada por ciertos bienpensantes del stablishment evangélico en EE. UU. Me asombra (y me preocupa) cómo los poderosos dentro de la cultura evangélica rechazan y admonizan contra cualquier cosa que se acerque un poco a la izquierda política. Eso es algo muy de la cultura estadounidense, que haya varios espectros de derecha (de hecho, sus dos partidos principales son de derechas), y que la izquierda sea vista con recelo y miedo. Eso es herencia de la Guerra Fría. Hasta aquí nos llega ese miedo a ese lado del espectro político a través de la literatura cristiana; puede parecer inocente, o secundario, pero atenta contra la libertad de pensamiento que, entendemos en Europa, es una de las bases cristianas de la sociedad moderna.

Hay un problema grande cuando se asocia ser cristiano a una sección específica del espectro político. Se puede ser de derechas, de centro, de izquierdas e incluso apolítico si se tercia, o al menos así solemos entenderlo en Europa; sin embargo, la influencia que nos llega desde este evangelicalismo cultural de Estados Unidos nos obliga sutilmente a pensar que uno solo puede ser un buen cristiano si es de derechas.

Pero hay más problemas en esto; por ejemplo, con la ciencia. La ciencia, que en principio es algo positivo para el ser humano, más allá del activismo de los nuevos ateos, tiene una visión muy negativa desde ese evangelicalismo cultural estadounidense “oficial”. También ocurre con otros aspectos de la vida en sociedad, como la ecología. Supone un choque demasiado grande que desde el evangelicalismo radical se niegue el cambio climático, por ejemplo, y se le dé un cariz doctrinal o teológico para argumentar la postura.

Podríamos continuar poniendo ejemplos. Cuando nos paramos a pensarlo, nos damos cuenta de que década tras década, sobre todo desde comienzos del siglo XXI, nos hemos dejado permear por una agenda, una ideología y unas tendencias ajenas a nuestra cultura y a nuestra libertad (herencia de la Reforma) para interpretar la Biblia. Existen como dos niveles en esta influencia: en la parte sutil estamos totalmente inmersos; en la parte consciente, sin embargo, no. Por eso ahora nos asombramos de que pastores que pensábamos serenos y centrados estén apoyando políticas de ultraderecha; sin embargo, en cierto modo no estamos lejos de eso: llevamos años y años escuchándoles hablar, casi exclusivamente.

La solución, de mi parte, es aspirar a poder ser independientes culturalmente; es poder desarrollar literatura y materiales que estén más conectados con lo que vemos y vivimos desde aquí más que con temas y cuestiones con las que no tenemos nada que ver. Por eso creo que es tan positivo que existan portales como Evangelical Focus y que, como a veces he podido hablar con Joel, su director, se esfuercen por ofrecer un diálogo centrado en la realidad europea.

Creo que, a pesar de que por delante tenemos una época oscura, podrán salir cosas buenas de aquí. Al menos, espero, podrá salir el primer despertar de una nueva conciencia que nos haga ver que, desde el punto de vista bíblico, en primer lugar, ser cercanos a la cultura en la que vivimos no es una ofensa a Dios, como mucha de la literatura del evangelicalismo radical estadounidense insiste; y, en segundo lugar, que podemos alejarnos de los temas y preocupaciones de la cultura estadounidense para empezar a encargarnos, de una vez, de los problemas de la cultura española y europea.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - La ultraderecha evangélica