Populismo: el abuso de una palabra

El término ha sido un comodín que la mayoría de las veces los profesionales de este oficio hemos utilizado como muleta periodística de destrucción masiva.

05 DE ENERO DE 2017 · 19:11

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Populismo ha sido la palabra de moda en los medios de comunicación durante este 2016, como ha reconocido la Fundación del Español Urgente (Fundéu). Una palabra que, a pesar de su uso exponencial durante este año, sigue significando muy poco, un comodín que la mayoría de las veces los profesionales de este oficio hemos utilizado como muleta periodística de destrucción masiva. Es más, esa palabra ha sido escogida como palabra del año precisamente por el uso extensivo e insustancial que se ha hecho de la misma por parte de los medios de nuestro país. De hecho, el 2017 sigue por los mismos derroteros y leemos titulares como que el PP pide “patriotismo” frente al “populismo que manipula sentimientos”, sea lo que sea que signifique eso.

Ante tal abuso, muchos han intentado dar una definición satisfactoria sobre qué queremos decir hoy cuándo hablamos de populismo y populista, pero rara vez encontraremos una respuesta precisa y buena en extensos artículos de opinión y editoriales que, a su vez, no suelen disimular demasiado sus simpatías. Así pues, hemos leído durante el pasado 2016 y en años anteriores infinidad de titulares que circunscriben a tal o cual movimiento político dentro de un difuso abanico llamado populismo. Podemos sospechar, sin embargo, que este uso nos habla mucho más de la línea editorial del medio en cuestión que no del sujeto al que colocan la etiqueta.

De hecho, si hay algo en lo que todos coinciden es que nadie quiere que le tachen de populista: el populista siempre es el otro. Una reacción perfectamente lógica cuándo nos damos cuenta de que populista se usa como sinónimo de racista, demagogo, simplista, comunista, nacionalista, y otros –ista nada simpáticos; de forma que según la fuente que tomemos, personajes tan dispares como Pablo Iglesias, Donald Trump, el papa Francisco, Barack Obama, Marine Le Pen o Alexis Tsipras, además de la gran mayoría de líderes sudamericanos, y muchos otros; son populistas.

Si casi todo es populista posiblemente casi nada sea populista.

Los profesionales de la información deberían ser más precisos a la hora de usar los adjetivos y autocensurarse cuándo intuyan que empiezan a vislumbrarse de una forma clara sus propias fobias. En el momento que aplicamos “populista” situamos al lector en el terreno de la mentira, estamos opinando e induciendo a opinar lo mismo que nosotros, sin permitirle pensar demasiado. Los medios se convierten, así, en AUTO, ese ojo rojo de la ‘infantil’ Wall-E que decide lo que unos humanos obesos y atrofiados deben sentir, pensar u opinar, tan futurista y tan familiar. Se nos susurra “¿Cómo vas a tomar en serio sus propuestas? ¡Es populista!” y saltamos al siguiente titular chillón.

Si esto fuera poco, cuando colocamos la etiqueta “populista” también estamos juzgando a todos aquellos que dan apoyo a tal movimiento. Votar a un populista, asumen, es votar a un demagogo que, en definitiva, es una mutación del mentiroso. Por ello, estamos metiendo en el saco sin ningún tipo de rubor a miles, cientos de miles o millones de personas que por algún motivo están dando su apoyo a tal persona: o son tan tontos que se dejan engañar o son tan malos cómo su líder. Por lo tanto, por todas sus implicaciones, el periodista debería ser más riguroso y preciso al utilizar este término, y mostrar un poco más de humildad en sus valoraciones.  

 

Samuel Crespo es periodista y parte del equipo de redacción de Protestante Digital.

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