El primer anuncio del profeta Hageo

Los libros proféticos (XXX): Hageo, primero de los profetas postexílicos (I)

04 DE ENERO DE 2017 · 16:00

,biblia, antiguo testamento

A lo largo de las entregas anteriores, nos hemos detenido en la inmensa tragedia que significó la destrucción del templo de Jerusalén, la desaparición del reino de Judá y el destierro a Babilonia.

La tragedia fue anunciada por profetas como Habacuc, Jeremías y Ezequiel, pero el desenlace fue vivido de manera muy diferente.

A Ezequiel y Daniel los sorprendió en el exilio y ninguno de ellos logró regresar a su tierra. Aún más. En el caso de Daniel recibió el anuncio de que el episodio se repetiría en el futuro de manera más afrentosa si cabía.

A Jeremías lo tomó de lleno en Jerusalén, pero también concluyó su existencia trasterrado. Hubo otros profetas –los últimos– que, sin embargo, vivieron el regreso a la tierra de Israel y que contemplaron como esa circunstancia no sólo no era suficiente sino que incluso se hallaba erizada de dificultades, dificultades que aparecen narradas siquiera en parte en los libros de Esdras y Nehemías.

El primero de los profetas postexílicos fue Hageo. Su misión fue anunciar lo que Dios veía a dos personajes de no escasa relevancia: el gobernador de Judá, Zorobabel, y el sumo sacerdote, Josué (1: 1).

Su primer anuncio tenía un contenido claro. Los judíos habían regresado del destierro, pero su primera inclinación no era espiritual sino meramente material. El retorno a su solar patrio estaba teniendo consecuencias no espirituales sino sólo materiales y éstas además resultaban frustrantes.

Lo primero era construirse la propia casa y, precisamente por ello, dejar para más adelante la reconstrucción del templo (1: 2-4).

Si se hubieran molestado en reflexionar -¡qué importante es reflexionar y qué poco tiempo se dedica a tan necesaria tarea!– se habrían percatado de que afanarse en cuestiones meramente materiales no estaba dando los resultados deseados (1: 6) ni siquiera en ese terreno.

Esa perversión de la acción que se espera del pueblo de Dios, a fin de cuentas, estaba teniendo las consecuencias lógicas (1: 9-11): correr tras los que se ansiaba y sacar poco en claro.

Por utilizar las palabras de Jesús (Mateo 6: 33), los judíos seguían el sendero diametralmente opuesto a buscar en primer lugar el Reino de Dios y su justicia y el resultado –insistamos en que lógico– es que no recibían “lo demás” por añadidura.

El mensaje de Hageo –práctico y directo– provocó una primera reacción que fue el temor. Quien más, quien menos debía recordar lo que había significado no escuchar a Dios apenas unas décadas atrás. ¿Y si Dios volvía a desencadenar un juicio sobre Su pueblo? ¿Tan poco iba a durar el tiempo de sosiego?

Pero la intención del mensaje del profeta no es amedrentar sino llevar a la reflexión y a la acción.

Por eso Hageo comunicó a los judíos que el Dios que los advertía también estaba a su lado si lo deseaban (v. 13).

El espíritu de Zorobabel, Josué y el pueblo fue despertado por Dios y se dirigieron a ocuparse de las tareas del templo hasta ahora descuidadas.

Sin embargo, la labor de Hageo no estaba concluida.

 

Continuará

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