Daniel, las cuatro bestias y el Reino

Los libros proféticos: Daniel (III): el profeta que vio más allá de la caída de los de los grandes imperios.

16 DE NOVIEMBRE DE 2016 · 18:00

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Recreación de las cuatro bestias de la visión de Daniel

A partir del capítulo 6, el libro de Daniel reúne un conjunto de distintas visiones y sueños experimentados por el profeta. Dado su carácter críptico, ha sido habitual proyectar sobre el texto especulaciones que no pocas veces –no podemos ocultarlo- son ridículas.

Como además se da la circunstancia de que al proyectar la profecía al futuro, se puede especular sin ningún freno, los resultados, a pesar de ser muy populares –incluso rentables- son lamentables siquiera porque nada tienen que ver con el mensaje recibido y expresado por Daniel. Los capítulos 7 y 8 son una buena muestra de ello.

El capítulo 7 recoge varias visiones nocturnas que tuvo Daniel. La primera (7: 1-12) va referida a cuatro potencias que surgieron del Gran mar (7: 2), es decir, el Mediterráneo. No debería sorprender que esas cuatro bestias se correspondan con la sucesión de imperios de la estatua que ya vimos.

Curiosamente, la enumeración de las cuatro bestias tiene un paralelo con la enumeración que aparece en Oseas 13: 7-8. No debería sorprender porque aunque los grandes poderes se creen autónomos nunca se escapan de los propósitos de Dios.

¿Cuáles son esas potencias? La primera es Babilonia y aparece muy correctamente simbolizada como un león con alas porque ambos símbolos son frecuentes en sus obras de arte. Sin embargo, Babilonia perdió su carácter de león y adquirió el corazón humano de soberbia que caracterizó a Nabuconodosor II y ya hemos visto lo que significó.

La segunda potencia –Medopersia– era como un oso – uizá una referencia al carácter montañoso de su origen y tenía un lado más alto que otro por la sencilla razón de que Persia siempre fue más importante que Media (7: 5). La tercera potencia fue extraordinariamente poderosa, agresiva y rápida en su expansión (7: 6), circunstancias ambas que encajan a la perfección con Alejandro el Grande cuyo imperio acabó teniendo varias cabezas por la sencilla razón de que no se mantuvo unido sino que se disgregó en distintas monarquías extendidas a los cuatro puntos cardinales, pero unidas cultural y lingüísticamente.

Después de esa visión de las tres primeras bestias surgió otra cuarta mucho más fuerte y diferente (7: 7). Esta bestia es Roma, ciertamente, mucho más fuerte y permanente que las tres potencias anteriores hasta el punto de que su fuerza puede simbolizarse por diez cuernos (7: 8).

Mientras Daniel contemplaba a Roma vio que de su poder surgía un cuerno pequeño, que venía precedido por la salida de tres cuernos previos y que hablaba cosas espantosas. No son pocos los que consideran que ese cuerno pequeño es el Anticristo entendiendo como tal un político futuro de poder global.

Lo cierto es que la palabra anticristo JAMÁS se usa en ese sentido. Basta con echar mano de una concordancia de la Biblia para comprobarlo. Semejante interpretación, pues, es imposible, de entrada, por la sencilla razón de que Roma dejó de existir como imperio en el 476 d. de C. –1453 si aceptamos que continuó en Bizancio que es mucho aceptar– y el cuerno pequeño surge directamente de Roma y no de un imperio romano reconstituido en el futuro del que el texto no habla ni por aproximación. ¿Quién es, pues, el cuerno pequeño?

Históricamente –hasta los disparates de la escatología surgida de los jesuitas Lacunza y Ribera y luego popularizado en el mundo anglosajón– siempre ha habido dos interpretaciones. La primera es que se trata de Nerón. Surgió de Roma, fue precedido por tres soberanos Tiberio, Calígula y Claudio – todos muertos violentamente para dejarle paso – y fue el primer gran perseguidor del cristianismo hasta el punto de que significó el cambio de una Roma respetuosa que contemplamos en el libro de los Hechos por otra enemiga. Era un hombre, pero afirmaba cosas espantosas como su divinidad.

La segunda interpretación apareció ya en la Edad Media y fue asumida por la Reforma. El cuerno pequeño sería el papado. Surgido de Roma, aprovechando el vacío de poder y el colapso de los tres reinos bárbaros que pretendieron suceder al imperio, el papado absorbería los títulos paganos de la Antigua Roma –como el de pontifex maximus– y aunque siempre ha sido un hombre, ha pronunciado palabras espantosas persiguiendo a los creyentes fieles a la Biblia durante siglos.

Sin ánimo de dogmatizar hay que reconocer que ambas interpretaciones son muy verosímiles lo que no puede decirse, sin embargo, del futurismo.

Pero ¿qué pasa en las bambalinas de la Historia mientras los imperios, a cuál más cruel, se van sucediendo? Lo que ve Daniel es impresionante. Detrás de lo que se percibe, existe una realidad que, a pesar de su invisibilidad, es de mayor importancia que cualquier otra. Dios –un Dios tan puro que sólo puede ser simbolizado con la blancura y el fuego– es servido por ejércitos superiores a los de las potencias bestiales y además es Juez (7:9-10). Por eso, a pesar de la fuerza de estas potencias, la bestia de la que surgió el cuerno pequeño, éste y las otras potencias acabarán siendo aniquiladas (7: 11-12).

Sin embargo, la Historia no entra en su punto trascedental con la desaparición de esos imperios. En realidad, la Historia cambió de manera esencial cuando el Hijo del hombre fue llevado ante el Padre y fue reconocido como rey. Ese punto no está situado en un futuro sino que se cumplió de manera indiscutible cuando Jesús fue ascendido a la derecha del Padre y, como señala con enorme claridad el autor de Hebreos, se sentó porque su misión había sido cumplida totalmente. Es obligado recordar que cuando Jesús murió señaló que todo estaba consumado (Juan 19: 30).

Jesús no reinará sino que ya reina y así lo seguirá haciendo hasta que vaya consumándose su reino siendo el último enemigo en ser vencido la muerte (I Corintios 15: 24-27). Como señala Pablo, Dios ya ha sujetado –no sujetará- a todos los enemigos del mesías bajo sus pies en la resurrección y todo eso que sucedió en la época de la cuarta bestia –como también se había visto en la visión de la estatua– tendrá una consumación que hemos de esperar.

El Reino no será algo inaugurado por el mesías en el futuro. Llegó ya con su venida como él mismo se ocupó de decir (Mateo 12: 28) y ahora vivimos en una época intermedia hasta su consumación como puede verse en no pocas de las parábolas del reino como las de la cizaña (Mateo 13: 24-51).

Daniel estaba abrumado, asustado, dolorido tras aquellas visiones (7: 15) y suplicó aclaraciones sobre lo que acababa de ver. La respuesta es obvia. Las bestias son símbolo de cuatro imperios que surgirán en la tierra (v. 17), pero no había que dejarse abrumar por el temor ya que el verdadero reino será el de Dios y se entregará a los seguidores del Hijo del hombre.

Como señaló Jesús en Lucas 12: 32 aquel rebaño pequeño –menuda imagen si se compara con grandes fieras– podía sentirse asustado, pero no debía temer porque el Padre había decidido darles el Reino y ese Reino a diferencia de Grecia y Roma, de Persia y Babilonia no tendría fin.

Daniel, sin embargo, seguía insistiendo en aclaraciones sobre la más terrible de las bestias, la cuarta, y el cuerno pequeño. La razón no era mera curiosidad sino que se relacionaba con el hecho de que el cuerno pequeño perseguiría al pueblo de Dios con saña y obtendría victorias sobre él (7: 21) antes del juicio sobre ese reino (7: 22).

De nuevo, la respuesta que recibió fue que ni siquiera el cuerno pequeño ni la cuarta bestia escaparían del juicio de Dios. Es cierto (7: 25) que intentaría cambiar el tiempo y la ley –razones ambas que confirmaron la interpretación reformada de que se trataba del papado que había alterado incluso el calendario y, desde luego, la ley de Cristo– pero el tiempo está en manos de Dios.

El poder del cuerno pequeño duraría “un tiempo y tiempos y la mitad de un tiempo” (v. 25). Curiosamente, tanto la interpretación que identifica al cuerno pequeño como con el papado se ajusta a ese versículo. Dos años y medio, duró la persecución neroniana de la que se hicieron eco incluso autores paganos y en la que perecieron personajes de la talla de Pablo de Tarso y quizá Pedro. Pero es que si a los dos años y medio se les aplica –como sucede con algunos textos de la Biblia– la idea de que cada día equivaldría a un año, el poder del cuerno pequeño equivale al de la existencia de los estados pontificios desde su establecimiento hasta su desaparición con la unificación de Italia y su desaparición como reino. Ambas interpretaciones encajan.

Lo importante, lo esencial, lo trascendental no es eso, sin embargo, sino el Reino del que disfrutarán los seguidores del mesías, el reino que llegó con el mesías, en la época de la cuarta división de la estatua de Nabucodonosor y en la de la cuarta bestia vista por Daniel: Roma.

Por supuesto, hay gente que, en lugar de contemplar lo que dice Daniel –hay que reconocer que algo de Historia hay que saber- se dedica a especular sobre el futuro y a creer en relatos de escatología-ficción. Así, sólo pierden el tiempo miserablemente. En el Reino ya se puede entrar. La realidad era tan abrumadora, tan poderosa, tan conmovedora que Daniel quedó turbado y palideció, guardando todo en su corazón (7: 28).

Al final, piensen lo que piensen los que dominan imperios, la Historia está en manos de Dios y resulta triste contemplar como una ignorancia grave de las Escrituras impide ver la grandeza del ministerio de Jesús para especular sin sentido sobre si el Anticristo –palabra que en la Biblia JAMÁS es utilizada de un poder político– es Napoléon, Mussolini, Saddam Hussein o el rey Juan Carlos. De todos ellos se ha dicho con un éxito evidente y, sin embargo, la Biblia es tan clara…

 

Lectura recomendada: capítulo 7.

Continuará

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - La voz - Daniel, las cuatro bestias y el Reino