La Soledad

Constituimos ya una sociedad de solitarios. No somos personas unidas a otras personas. Somos individuos a los que les ocurren cosas.

07 DE SEPTIEMBRE DE 2016 · 07:56

Portada del estudio ,
Portada del estudio

Señor director:

No lea este artículo. No es para usted. Va de la soledad del ser español. Juan Díez Nicolás, Premio Nacional de Sociología, dirigió en septiembre del 2015 una investigación titulada “la soledad en España”. Díez aporta el significativo dato de que cuatro millones de españoles se sienten solos.

Usted, lo sé muy bien, no se encuentra entre esos cuatro millones. Usted tiene una mujer que, en palabras del poeta, tiene la mitad de marfil y la otra de gracia. Femenina, delgadita, sabionda, con todo el saber que cabe en la mente de una licenciada en Filología hispánica, espiritual, muy espiritual, maestra del espíritu. A más, tiene usted unos hijos que le adoran y hasta la alegría de cuatro nietos. Este artículo no es para usted. No forma parte de los cuatro millones de españoles y españolas que viven consumidos por el martirio de la soledad.

Y parece que el tema no tiene fácil solución. “La soledad es un problema creciente en la sociedad española”, según el sociólogo citado. Constituimos ya una sociedad de solitarios. No somos personas unidas a otras personas. Somos individuos a los que les ocurren cosas. Las cosas se derrumban sobre nuestras cabezas sin que sepamos a quien clamar, cómo hacerlo, por dónde intentarlo.

El ser humano, desconectado de Dios, ha perdido el punto de apoyo más firme a su alcance para dejar de sentirse solo.

Y ahí estamos, señor director, escrutando la pantalla del móvil como si viéramos la luz primera, apoyados contra la esquina o sentados en el banco, esperando la compañía de alguien que no llega.

¿Ha leído usted al psicólogo Maike Juhman, de la Universidad de Colonia, en Alemania? En unas declaraciones al diario “El Mercurio”, de Colombia, realizadas cuando yo me encontraba impartiendo conferencias en el país sudamericano, dijo que “la sensación de soledad sigue una trayectoria no lineal y compleja a través de los años. La sensación de soledad –añadía- no se restringe sólo a la adultez mayor, sino que puede ocurrir en cualquier etapa de la vida”. Más datos de Luhnan: “hoy es común encontrar personas jóvenes o de mediana edad formando parte de una categoría de solos, solteros o solitarios, cuya soledad tiene más que ver con la elección de un tipo de vida que con la antigua soledad”.

Por su profesión de médico, ¿ha detectado usted tales síntomas en las personas de todas las edades que llegan al hospital donde ejerce su otro trabajo, señor director?

Un último apunte del psicólogo alemán: “las investigaciones realizadas coinciden en que las mujeres tienden a sentirse más solas que los hombres en todas las edades”.

Y esto, ¿por qué? ¿Por qué las mujeres sufren el tormento de la soledad más que los hombres? ¿Tiene usted alguna explicación coherente al problema?

Datos he pergeñado yo algunos, acudiendo a mis archivos repletos de temas humanos. Uniendo a un especialista con otro, todos ellos psicólogos o psiquiatras, he logrado obtener hasta cinco respuestas.

Una: la mujer sufre más que el hombre la ausencia de compañía física y espiritual.

Dos: la mujer suele ser más comunicativa que el hombre y por lo mismo soporta menos la soledad. La mujer es género; el varón, individuo. Al “yo” del hombre opone la mujer un generoso “nosotros”.

Tres: la francesa Madame de Staël dejó escrito que “el amor, para los hombres, no es más que un episodio; para las mujeres es la historia de toda su vida”. La necesidad de combatir la soledad por los caminos del amor es más apremiante en la mujer que en el hombre.

Cuatro: No todo es romanticismo en la mujer. Tiene un cuerpo físico que la tiraniza con idénticos deseos carnales que al hombre. Cuando el hombre siente la necesidad de “eso” y vive solo, busca una prostituta, paga, y si te he visto no me acuerdo. La mujer, más escrupulosa, más espiritual, prefiere el tormento de la soledad a ese tipo de solución sexual.

Cinco: La angustia que la mujer suele sentir ante el discurrir de la vida hace más dramática su soledad. Para la mujer, la soledad es intemperie, lo que la lleva a buscar con más afán la compañía.

Si usted, director, doctor en medicina, tiene otras cinco respuestas al problema de la soledad en la mujer, adelante, escríbalas. Sus lectores lo agradecerán.

El célebre escritor aragonés Baltasar Gracián, quien adquirió gran renombre como predicador católico, escribió en el siglo XVII que para vivir solo “hay que tener todo de Dios o todo de bestia”.

¿Me permite usted un exabrupto, director?   Allá voy: Es creencia mía que ni Dios aguanta la soledad. Creó a Adán y a Eva como padres de pueblos porque no aguantaba la soledad del Edén. Como habiéndola experimentado en vida propia, vida antes de la vida, dijo: “no es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18). Tampoco la mujer. Ni el niño. Páginas más adelante, la Divina Escritura exhala este suspiro: “¡ay del solo!”. Lo explica inmediatamente: “mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga en su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! Que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo?” (Eclesiastés 4:9-11).

¿Digo verdad, señor director? Usted y yo, que militamos en la misma fe, conocemos a Uno que puede y quiere aliviar y dulcificar la soledad del ser humano, mujeres, hombres, niños, jóvenes, ancianos. Sus consejos van dirigidos a corazones de todas las edades: Dios. No hay otro. Dios es el único horizonte para que el alma no desespere de soledad. El historiador y novelista vallisoletano Darío Fernández Flores lo planteó así en un artículo de 1950: “Hubo épocas afortunadas, la Edad Media es una de ellas en las que la compañía de Dios era sentida con tal autenticidad que compensaba con creces las humanas soledades. Ahora vivimos una sociedad que ha perdido a Dios, que padece la huida de Dios y que trata de aferrarse a sí misma, señalando a sus individuos con su signo social, acudiendo para ello a toda suerte de compromisos”.

Abundando en la idea anterior, el formidable escritor italiano Giovanni Papini, convertido del ateísmo a Cristo, insiste: “El hombre, al rehusar al Eterno Compañero, queda irremisiblemente solo”.

Ya he terminado, señor director, páselo bien.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enfoque - La Soledad