La Biblia y el Quijote

El Quijote es un gran libro escrito por un gran hombre; la Biblia es un gran libro escrito por grandes hombres, pero inspirado por Dios.

08 DE JUNIO DE 2016 · 09:42

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El Quijote ha sido muchas veces comparado con la Biblia. Linares Rivas lo llamó “Biblia literaria”; Fernández del Valle, entre otros, lo calificó de “Biblia de la humanidad”, y Washington Irving dijo que “el Quijote es la Biblia de lo profano”. Hace años, el entonces Catedrático de Literatura en Córdoba, Manuel Sandoval, dio una conferencia en el Círculo de la Amistad, en la ciudad de la Mezquita, versando sobre la novela de Cervantes. Al finalizar la misma estableció un paralelo entre la Biblia y el Quijote. La idea fue recogida por un sacerdote que asistía al acto y en ella se inspiró para elaborar un artículo que, con el título La Biblia y el Quijote, publicó con el seudónimo de Plutarco en el periódico La Opinión, de Cabra, Córdoba, el 27 de octubre de 1947, año en que se celebraba el cuarto centenario del nacimiento de Cervantes. En este artículo se habla de la humanidad y universalidad del Quijote y se establece un parangón con la Biblia.

Comparar el Quijote con la Biblia es como comparar, verbigracia, San Pablo con Cristo. San Pablo fue un predicador incansable, un apóstol culto e inteligente, un hombre humilde y sacrificado; sus celos, sus esfuerzos misioneros, sus dotes de organizador, su conocimiento del Viejo Testamento y sus capacidades literarias han beneficiado al Cristianismo de una forma que nunca se reconocerá lo suficiente. Pero aun cuando su figura humana cobre proporciones gigantescas ante nuestros ojos, aunque la ensalcemos hasta lo ideal, no fue más que un hombre, un ser humano de cualidades extraordinarias, pero humano, terreno. Cristo fue también hombre, y a su condición de hombre estuvo sujeto los treinta y tres años de su existencia terrena; pero además de hombre fue y sigue siendo Dios. Entre ambos existe un obstáculo imposible de saltar; un abismo insondable los separa. La comparación ha de estar forzosamente limitada a ciertos rasgos externos que les son comunes. El hombre nunca podrá igualarse a Dios. Cuando un querubín hermoso lo pretendió, fue arrojado de la presencia divina y perdió su hermosura; el que era ángel de luz lo fue luego de tinieblas. Otro tanto ocurre con la Biblia y el Quijote.

A la obra de Cervantes se le han aplicado los mejores calificativos de la literatura universal. Chesterton, en uno de sus libros más logrados, ha llegado a presentarnos las figuras de Sancho y don Quijote bajando por una colina paralela a las de Tomás de Aquino y Francisco de Asís. Nicolás Díaz de Benjumea, después de llamarlo “verdadera fábrica y monumento que descuella en la española literatura”, añadió que “las hipérboles y los mayores extremos de elogios dejan de serlo cuando se aplican a este prodigio del arte hermano llamado el Quijote”. Y todavía fue más lejos un autor anónimo, quien estampó en el prólogo a una de las traducciones inglesas del Quijote las siguientes palabras: “Por su especial ingenio, aguda ironía, riqueza de invención y profundo conocimiento del corazón humano, esta gran obra de un gran maestro permanece sin rival en la historia de la literatura.” (1) Ya está todo dicho. Según estas autoridades, el Quijote es el no va más de la humana literatura.

Pues bien; aun así, lo separa de la Biblia lo que separa a San Pablo de Cristo: su origen y condición humana. El Quijote es un gran libro escrito por un gran hombre; la Biblia es un gran libro escrito por grandes hombres, pero inspirado por Dios, lo que le hace perder su condición humana y ser un libro divino, el libro de Dios.

El paralelo, pues, que aquí establezca entre ambos libros ha de ser, naturalmente, relativo y sin perder nunca de vista que uno es un gran libro engendrado en el cielo, en el mismo corazón de Dios. Lo humano no puede ser nunca mezclado con lo divino.

El mismo Cervantes desaprueba y condena este procedimiento. En el prólogo a su primera parte del Quijote dice por boca del amigo: “Ni tiene para qué predicar a ninguno mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento.” Todavía en el Quijote, en el pasaje que ya he citado del discurso sobre las armas y las letras, dice que “al fin y paradero” de las letras divinas no se le puede igualar ningún otro. Y en El Licenciado Vidriera critica Cervantes a los titiriteros, precisamente por el poco respeto con que tratan de las cosas divinas: “De los titiriteros decía mil males; decía que era gente vagabunda y que trataba con indecencia de las cosas divinas porque con las figuras que mostraban en sus retablos volvían la devoción en risa, y que les acontecía envasar en un costal todas o las más figuras del Testamento Viejo y Nuevo y sentarse sobre él a comer y beber en los bodegones y tabernas.”

Hecha la advertencia que precede, estableceré un paralelo entre ambos libros, mostrando aquellos aspectos que les son comunes, pero sin olvidar ni por un momento la humanidad del uno y la divinidad del otro. Que nadie vea aquí muestra de irreverencia hacia la Biblia, que para mí -lo digo desde ahora- es palabra inspirada desde la primera letra del Génesis a la última del Apocalipsis.

 

(1) Citado por Astrana Marín, ensayo mencionado, páginas 59 y 60.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enfoque - La Biblia y el Quijote