¿Podrá la fe salvarnos?

En la Biblia se nos afirma de una y otra manera que la fe sin acción ni compromiso es una virtud que acaba por morirse y dejar de ser.

07 DE JUNIO DE 2016 · 15:21

Fotografía de  Eden Brackstone / flickr - CC BY-NC-ND 2.0,
Fotografía de Eden Brackstone / flickr - CC BY-NC-ND 2.0

Busquemos el hálito vital de la fe, porque si no, ¿podrá la fe salvarnos? A veces nos resulta un tanto incomprensible el que nos hablen de que la fe puede morirse como si hubiera alguna enfermedad mortal que la puede atacar. Es como si de alguna manera pudiéramos vivir cargados con el peso inútil de una fe muerta aunque vayamos alardeando por el camino gritando que tenemos fe. Quizás sea esta la tragedia de muchos que caminan por el mundo llamándose cristianos de espaldas al compromiso con el hombre.

El hálito vital de la fe es simplemente el amor actuando y obrando en el mundo. Una vez más, así como el amor a Dios y al hombre deben estar en relación de semejanza, así también la fe y el amor en acción son inseparables, como los dos elementos de una y la misma realidad o, si se quiere, realidades coimplicadas imposibles de separar. No puede existir una fe viva sin una acción amorosa que le sea su hálito vital. Así, pues, el hálito vital de la fe es el amor en acción, el amor al prójimo, la vida en un compromiso de acción ineludible. Sólo la fe, acompañada de su hálito vital, es la que puede salvarnos.

La fe puede morirse, puede irse debilitando hasta dejar de ser y dejar en nuestro interior como un cadáver sin rostro y sin efectividad que, aunque le llamemos fe, ya no lo es. Sí. Así es. En la Biblia se nos afirma de una y otra manera que la fe sin acción ni compromiso es una virtud que acaba por morirse y dejar de ser.

La frase que parece tan dura y que sale de la pluma del Apóstol Santiago, afirma: “la fe sin obras es una fe muerta”. Esta sentencia tiene apoyo en la Sagradas Escrituras siempre que por obras entendamos las obras de la fe y no las obras de la carne de las que alardeamos para, quizás, posibilitar el ganarnos el cielo con nuestro esfuerzo.

¡Qué poco hablamos de las obras de la fe! Una fe que actúa, una fe que trabaja, una fe que da frutos de amor. A veces nos fijamos demasiado en la afirmación del Apóstol San Pablo de que “el justo por la fe vivirá” y olvidamos y no enfatizamos su frase dicha a los Gálatas en la que pone de relieve de que “la fe obra por el amor”.

Sin amor, por tanto, no puede haber fe, pero también a la inversa: sin fe tampoco puede haber amor, el amor cristiano que es el canal para que se produzcan las obras de la fe. La fe se nos muestra en la Biblia como el grano de mostaza que no solamente es muy pequeño, sino que crece y se hace efervescente hasta poder servir, hasta que las aves del cielo puedan hacer en él su morada.

La fe, esa  certeza que tenemos en lo que no se ve con los ojos de la carne, de alguna manera se puede mostrar al mundo a través de su hálito vital: las obras de la fe, la acción misericordiosa que va a tender también, según la Biblia, a hacer visible la fe de los cristianos en el mundo. La fe actúa, tiene sus obras, crece, sirve. Es la única forma de mostrar que en el mundo hay personas de fe, esa fe que actúa a través del amor y que sirve.

Así, pues, la fe no es sólo algo mágico e invisible que nos abre a la relación con Dios, sino que nos tiene que abrir también a la relación con el hombre. Esto es totalmente bíblico. Nos abre a la relación con el hombre a través de su hálito vital: el amor en acción a favor del prójimo apaleado y tirado al lado del camino.

Sí. Debemos abrirnos a la realidad que son las obras de la fe que se realizan a través del amor y que se deben estar haciendo visible en el mundo. Cuando a la fe le cortamos esa dimensión amorosa, obradora y actuante, la matamos o termina por morirse y dejar de ser. Fe y amor, realidades implicadas e inseparables. El amor es su hálito vital que, cuando falta, tenemos que replantearnos nuestra fe por si acaso la que tenemos se ha muerto o está a punto de dejar de ser para siempre.

No hay fe en aquel que pasa de largo ante el prójimo apaleado sin actuar, aunque sea religioso. Es condenado como mal prójimo. Pensad en la Parábola del Buen Samaritano que, por cierto, en el pórtico de esta palabra se plantea una pregunta por la vida eterna que se resuelve con una respuesta de amor en acción. Lo que pasa es que, por la implicación de la fe y el amor de la que estamos hablando, se podría decir que es imposible tener un amor del que se habla en el contexto bíblico sin fe.  

En la Biblia no hay nunca contradicciones. Si se habla de la salvación por el amor en acción como se dice en la parábola del Buen Samaritano con el imperativo “Haz tú lo mismo”, es porque detrás de ese amor cristiano está de forma ineludible e inseparable su elemento coimplicado que es la fe. La fe necesita del amor y el amor cristiano de la fe. En la Parábola del Buen Samaritano también se percibe la idea de una fe actuando por el amor. En la Biblia nunca se dan las contradicciones. ¡No!

Por eso cuando en la Biblia se nos pregunta en el libro de Santiago: “¿De qué aprovechará si alguno tiene fe y no tiene obras?”. En esta pregunta se están avalando las obras de la fe. Sí, las obras de la fe no sólo existen, sino que son el hálito vital de la fe. Porque, de manera tajante, podemos decir que existen las Obras de la Fe. Si éstas no existen, si en la vivencia de nuestra fe no se dan los actos solidarios ni somos capaces de tender una mano de ayuda al hermano que sufre, la pregunta bíblica está clara: “¿Podrá la fe salvarnos?”.

Las obras, así, bíblicamente, se muestran como el hálito vital de la fe. Son las obras de la fe. Es posible que ahora sí entendamos la fe que salva. Es aquella que actúa juntamente con las obras de la fe. Ahora entenderemos aquella frase bíblica en forma de pregunta que se nos puede formular hoy mismo: “¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras?”. Así, la fe y el amor actuando  se necesitan mutuamente, están coimplicadas, no se pueden separar porque la fe actúa por el amor. De ahí que podamos afirmar tajantemente y con total seguridad, que la fe y el amor son conceptos coimplicados e inseparables. Los separamos sólo a efectos didácticos para entendernos. Pero no, no podemos ser cristianos sólo de fe o cristianos sólo de amor. Simplemente porque la fe actúa siempre a través del amor. De ahí que éste sea su hálito vital.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - De par en par - ¿Podrá la fe salvarnos?