¿Puede el enemigo de mi enemigo ser mi amigo?

La gracia común proporciona una base estable para la cobeligerancia, aunque esta actividad no es sencilla y requiere de reflexión, discernimiento y sabiduría.

03 DE MAYO DE 2016 · 14:18

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Jesús dijo: “El que no es contra nosotros, por nosotros es”.

Lucas 9:50

“el que no es conmigo, contra mí es...”.

Lucas 11:23

“La cobeligerancia puede tener cierto sentido si uno se mantiene alerta”

Doug Wilson (1)

El término cobeligerancia describe la actividad de los cristianos que trabajan con no cristianos en una causa común política, económica o cultural. Este ensayo explora un argumento bíblico acerca de la legitimidad de la cobeligerancia: la doctrina de la “gracia común”. Aunque la gracia común puede proporcionar una base estable para la cobeligerancia, esta actividad no es sencilla y requiere de reflexión, discernimiento y sabiduría profundos.

¿Qué tienen en común el Christian Institute, la Comisión Islámica de Derechos Humanos, el Gay Times y el comediante Rowan Atkinson? [Mr. Bean]. Por lo general podría pensar que muy poco. Sin embargo, todos ellos han hablado recientemente en contra de los planes del Gobierno [británico] de mandar al Parlamento un proyecto de ley contra la incitación al odio religioso. Como sucede con otras campañas recientes para terminar con la pobreza (Make Poverty History) o mantener el domingo como un día especial (Keep Sunday Special), o con las manifestaciones en contra de la guerra de Irak, ¿cómo reaccionaríamos si grupos tan diversos como estos decidieran organizarse y unir fuerzas para promover una causa común?

“Cobeligerancia” es un término político o militar que generalmente significa una alianza entre varias partes contra un enemigo común. La cobeligerancia opera sobre la base de hacer una distinción entre el mal menor y el mal mayor, y se pone metas a corto plazo para conseguir un determinado objetivo. La versión cristiana de la cobeligerancia con certeza reconoce que el campo de batalla es demasiado real. En nuestro contexto contemporáneo, ¿de qué manera luchamos como cristianos para ganar la guerra contra lo que Albert Moler ha dado en llamar “la muerte de la cultura y la cultura de la muerte” (2). ¿Debemos hacerlo solos o hay otros que lucharían a nuestro lado? ¿Podemos entrar en lo que Timothy George ha llamado “un ecumenismo de trincheras”? (3) 

En los círculos evangélicos, fue Francis Schaeffer quien popularizó el término “cobeligerancia”, y destacó la importancia de no caer ni en el separatismo ni en alianzas contemporizadoras: “Un cobeligerante es una persona con quien no estoy de acuerdo en todo tipo de cuestiones esenciales pero que, por las razones que sea, se halla en el mismo lado que yo en la lucha, en algún asunto determinado de justicia pública” (4). La cobeligerancia puede darse en muchos niveles y contextos distintos: un creyente individual, una iglesia local, una denominación, un grupo de presión o un partido político; y nuestros cobeligerantes podrían abarcar, desde otros grupos cristianos, hasta grupos religiosos distintos, e incluso antirreligiosos.

Para algunos cristianos, la cobeligerancia no supone un problema al entrar en ella, se considera algo instintiva e intuitivamente correcto, sobre la base de varios presupuestos teológicos que subrayan lo que es común a creyentes y no creyentes: la Creación y la “ley natural”, la imagen de Dios, el llamamiento a “amar a nuestro prójimo” y “amar a nuestros enemigos”, etc. En la Biblia parece haber ciertos precedentes para la cobeligerancia: José que trabaja juntamente con los egipcios para aliviar la hambruna (Génesis 41); Daniel en la corte de Nabucodonosor (Daniel 2); la carta de Jeremías a los exiliados, donde les insta a procurar la paz y la prosperidad de la ciudad a la que han sido transportados (Jeremías 29:7); y la exhortación de Pablo a hacer bien a todos, mayormente a los de la familia de la fe (Gálatas 6:10). En un contexto cultural donde los cristianos tienen poca influencia por sí solos, la cobeligerancia es un medio estratégico para lograr cambios sociales. 

Sin embargo, otros cristianos sienten igual de instintiva e intuitivamente lo “incorrecto” de la cobeligerancia, o una extremada precaución en cuanto a la misma, que subraya las diferencias entre creyentes y no creyentes. En primer lugar, en el terreno de los principios, se piensa que la cobeligerancia compromete nuestras creencias y/o da la impresión de ello a los de afuera, y como resultado se diluye la exclusividad de Cristo y del evangelio. En segundo lugar, en el terreno de las prioridades, se dice que deberíamos estar proclamando el evangelio de Cristo, ya que la conversión es la única forma de producir la transformación de la sociedad, en vez de comprometernos en la cobeligerancia cultural. Al concentrarnos en esta táctica, experimentaremos un marcado desacuerdo con el mundo que implicará la no cobeligerancia, sino simplemente la beligerancia.

¿Cómo debemos juzgar la legitimidad y los límites de la cobeligerancia desde una perspectiva teológica? O más fundamentalmente aún: ¿Cuál es la base bíblica para que los creyentes se mancomunen con los no creyentes? La situación parece bastante opaca: los israelitas “despojaron a los egipcios” (Éxodo 12:35-36), aun así, Pablo deja claro que los cristianos no deben entrar en un yugo desigual (2 Corintios 6:14). A los samaritanos no se les permitió ayudar al pueblo de Dios en la reconstrucción del Templo; no obstante, se aceptó la mano de obra fenicia (Esdras 3–4). Estar “en el mundo” sin ser “del mundo”, ¡de repente parece un asunto bastante confuso! ¿Cuáles son los límites entre una mancomunidad legítima y una contemporización ilegítima? ¿Qué presupuestos teológicos sostienen dichos límites? 

Antes de meditar acerca de la cobeligerancia en sí, hemos de poner algunos fundamentos teológicos sólidos que determinen nuestra actitud hacia ella. Quisiera argumentar que hay dos verdades bíblicas centrales para nuestra reflexión: la extrema diferencia entre el creyente y el no creyente y la “gracia común” de Dios, que destaca las experiencias compartidas por creyentes y no creyentes por igual en el mundo de Dios (Mateo 5:45).

 

GÉNESIS 3-6: LA RUINA DE LA HUMANIDAD

El carácter y las consecuencias de la Caída son un comienzo poco prometedor para desarrollar una defensa a favor de la cobeligerancia. Aunque el protoevangelio de Génesis 3:15 da esperanza de redención mediante el aplastamiento de la cabeza de la serpiente, Dios pone enemistad entre la simiente de Satanás y la simiente de la mujer. Desde ese momento, se puede distinguir en la Historia de la Redención dos corrientes en la humanidad, diametralmente opuestas entre sí. En Génesis, esto se representa de inmediato con las dos líneas genealógicas de Adán-Set (que invocan el nombre del Señor en Éxodo 3:14) y Caín-Lamec (“Caín, que era del maligno”, cf. 1 Juan 3:12).

Sin embargo, cada vez más, vemos que esta distinción es espiritual; de manera que incluso aquellos que creen ser hijos de Abraham son en realidad hijos del diablo (Juan 8:44). Esta es la oposición extrema o “antítesis” (5) entre creer y no creer, la luz y la tinieblas, la muerte y la vida, los que son ciegos y los que pueden ver, los guardadores del pacto y los que lo quebrantan, los que están en Adán y los que están en Cristo. Como dice Jesús: “El que no es conmigo, contra mí es” (Mateo 12:30); y: “Ninguno puede servir a dos señores” (Mateo 6:24). Esta antítesis es la aplicación lógica de la total depravación de la humanidad que vemos en su forma más pura en Génesis 6:5: el pecado en su estado incontrolado, caracterizado por su intensidad (“mucha [maldad]”), su interioridad (“pensamientos”), su carácter absoluto (“solamente el mal”) y su carácter habitual (“de continuo”) (6). En este contexto y espíritu es donde el mandamiento de Pablo de dejar de unirse en yugo desigual con los incrédulos tiene sentido. ¿Cómo puede haber una comunión profunda y duradera (de la que el matrimonio es solo un ejemplo) entre el creyente y el incrédulo, entre Cristo y Belial?

Sin embargo, debemos añadir otro ingrediente a esta mezcla antropológica, ya que incluso en Génesis, en ese nadir temprano de la historia de la Humanidad, hemos de reparar en que son los descendientes de la línea asesina de Caín-Lamec los inventores de la cultura agropecuaria, la música y la artesanía (4:17-22). Aunque reconocemos la depravación de la humanidad, hemos de admitir, asimismo, el progreso del desarrollo cultural y del mandato cultural de llenar la tierra y sojuzgarla que se da en Génesis 1:28. ¿Cómo podemos explicar esta situación paradójica? Quisiera examinar la cuestión desde dos puntos de vista diferentes: el exegético y el sistemático.

 

GÉNESIS 8-9: EL CONTROL DE LA HUMANIDAD

Si avanzamos rápidamente a Génesis 8 y 9, el trato de Dios con Noé le da cierta forma de pacto a lo que ha ocurrido antes. En primer lugar, se nos dice que Dios promete sostener, preservar y controlar el mundo (8:20-22) mediante sus obras usuales de providencia y al preservar la Creación y no exterminarla. ¿Cuál es la base de esta bendición? Al comparar Génesis 8:21 con Génesis 6:5, Bavinck observa: 

Las palabras de Génesis 6:5 tienen que ver con la eliminación, mientras que las de Génesis 8:21 se refieren a la preservación de la tierra. En el primer caso, el énfasis se pone en los hechos perversos con los que se expresó el corazón corrupto del hombre antiguo; en el segundo, se subraya la naturaleza mala que perdura en el hombre[...]. Parece, por tanto, como si con estas últimas palabras el Señor quisiera decir que Él sabe lo que podría esperar de sus criaturas si las dejara hacer lo que les viniera en gana. En tal caso, el corazón del hombre[...] estallaría de nuevo en toda clase de pecados horribles, lo provocaría a ira constantemente y lo induciría a destruir el mundo una vez más. Y Él no quiere hacer esto. Por consiguiente, ahora estipulará leyes fijas para el hombre y la naturaleza y prescribirá un curso establecido para ambos, a fin de limitarlos y controlarlos (7). 

En segundo lugar vemos, en consencuencia, que Dios va a sostener, preservar y controlar a sus criaturas a través de diferentes medios (Génesis 9:1-7). El comienzo de Génesis 9 hace un paralelo con la Creación y el mandato cultural, pero con una diferencia: ahora el pecado ha ensombrecido la escena. Está el llamado a procrear; pero también el problema del resguardo de los animales (que ahora se rigen por el miedo) y del prójimo (la institución embrionaria del gobierno y la ley social). Por último, comenzamos a discernir los propósito de Dios detrás de la preservación y del control, y la inextricable relación del mismo con el plan divino de salvación.

En ese momento de la historia del mundo, Noé representa tanto a la humanidad en general como a la humanidad redimida en particular. El pacto de Dios con Noé es sustancialmente distinto de los demás pactos de la historia de la redención, pero guarda cierta relación con ellos. En primer lugar, Noé no es el segundo Adán (Jesús sí), y la antítesis entre creer y no creer se perpetúa a través de Sem, Cam y Jafet. En segundo lugar, las promesas de Dios a Noé no son espirituales, sino físicas; aun así, Dios salva a Noé y de su descendencia vendrá Cristo. La cuestión aquí es que Dios no se relaciona con su Creación por medio de Noé fuera de su continuo programa de redención. Hasta la naturaleza ordinaria de las estaciones debe comprenderse dentro del marco de los propósitos de Dios para la redención. Se controla el pecado para que la Humanidad pueda seguir existiendo, lo que permite el progreso de la Iglesia y la venida de Cristo. Dios sabe que el juicio y la maldición jamás resolverán el problema del pecado. Si el remedio adecuado para la corrupción que produce el pecado ha de aparecer, hay que preservar la Tierra de los juicios devastadores hasta el momento oportuno. Así, el pacto de Dios con Noé hace posible la continuación de la historia.

 

LA GRACIA COMÚN: SIGNIFICADO Y MEDIOS

Hagamos algunos comentarios más sistemáticos a partir de estos comienzos. El control del pecado y el estímulo a hacer el bien por parte de Dios se conoce como la doctrina de la “gracia común”: común porque es universal, y gracia porque es inmerecida y otorgada por un Dios misericordioso. La formulación de esta doctrina es sumamente rica, compleja y polémica, y aquí solo podemos resaltar algunos de sus puntos pertinentes. Las exposiciones de Murray y Macleod constituyen claras introducciones de la doctrina (8). Murray define la gracia común como “todo favor de cualquier clase o grado, que no llega a la salvación, que este mundo indigno y maldito por el pecado disfruta de las manos de Dios” (9). Según Murray, la gracia común tiene tanto una función negativa como una positiva. La negativa es aquella del control divino: control del pecado, de la ira y su ejecución y de los efectos del pecado. La positiva, a su vez, es el beneplácito de Dios por el cual la Creación recibe la bendición divina, los no cristianos son objeto del favor y la bondad del Señor, se les atribuye “bien” y se les concede ciertos beneficios por la presencia del evangelio.

En todas estas funciones, y bajo la soberanía de Dios, pueden darse una gran variedad de situaciones en relación a la cantidad de control y bendición divinos que hay en una sociedad en particular o período de la historia. La agencia de la gracia común de Dios adopta muchas y diversas formas. La autorevelación general de Dios de manera externa en la Creación (Hechos 14:17; Romanos 1:20, 32) e interna, por “la ley escrita en [los] corazones” (Romanos 2:14,15) implica que, “aun cuando no hay evangelio ni iluminación espiritual, existen aquellas cosas que “la naturaleza enseña” para que, hasta los estados específicamente seculares y las sociedades declaradamente ateas, posean todavía estructuras éticas robustas” (10). Hay estructuras y organizaciones en la sociedad que pueden, al mismo tiempo, controlar el pecado y promover el bien; por ejemplo la unidad familiar, la ley y el gobierno y la opinión pública. Por último, tenemos la presencia de la Iglesia en el mundo: “A un nivel, la comunidad cristiana tiene una función de ser luz y ejemplo. Es la luz que brilla en las tinieblas del mundo [...] A otro nivel, los cristianos, tanto individual como colectivamente, simplemente por ser lo que son, refrenan e impiden la depravación, el libertinaje y el egoísmo del mundo que los rodea. Son la sal de la tierra (Mateo 5:13)” (11).

A la vez que reconocemos la presencia de la gracia común y de sus instrumentos, debemos también destacar las limitaciones que dicha gracia tiene. La gracia común no es la gracia especial: esa gracia de Dios que regenera el corazón y produce la capacidad, dada por el Espíritu, no solo de obedecer la ley de Dios sino de deleitarse en ella. De forma parecida, en términos de cantidad y calidad, la revelación general de Dios no es la revelación especial de las Escrituras:

“En un mundo caído, donde se suprime la revelación natural con injusticia, se necesita esa revelación especial para contrarrestar, confirmar y corregir cualquier afirmación acerca del contenido de la revelación natural [...]. Además, no hay ninguna norma moral que se haya dado en la revelación natural que falte en la revelación especial (2 Timoteo 3:16-17); en efecto, el contenido y el beneficio de la revelación especial excede a los de la revelación natural”(12).

 

DEFENSA DE LA COBELIGERANCIA

Volvamos ahora al tema de la cobeligerancia con base en nuestros fundamentos de la antítesis y la gracia común. Una propuesta resumida podría ser la siguiente:

- Como cristianos tenemos un mandato cultural divino que obedecer: llenar la tierra y sojuzgarla, transformar el mundo y ponerlo todo bajo el señorío de Cristo hasta que Él vuelva. Se trata de un mandamiento, no de un suplemento opcional.

- Sin embargo, como “residentes extranjeros” (13) y como los que heredaremos la tierra, comprendemos la naturaleza y profundidad de la caída y de la maldición resultante, sabiendo que la liberación de la esclavitud a la decadencia solo se producirá cuando se manifiesten los hijos de Dios. Por tanto, tenemos una Gran Comisión que obedecer: proclamar el mensaje del evangelio.

- Existe una reciprocidad entre los dos mandatos: la Gran Comisión cumple mandato cultural, al reunir a un ejército de creyentes para transformar la tierra; y el mandato cultural cumple la Gran Comisión intentando mantener y preservar un entorno ordenado en donde se pueda predicar el evangelio.

- Sin embargo, también hay una asimetría entre los dos mandatos, no en términos de lo físico y lo espiritual, sino de lo temporal y lo eterno. Como señala Macaulay: “La idolatría y el pecado siguen siendo la raíz de la aflicción social y solo el evangelio de Cristo tiene poder para darles una solución adecuada. Sin embargo, a la luz del marco de la “resurrección”, es importante recordar que la prioridad del evangelio es de eficacia, no de sustitución. La eficacia del evangelio al traer pecadores a la salvación no descarta la importancia del orden creado, especialmente nuestra necesidad de interesarnos por un mundo quebrantado. Estas dos cosas no deben separarse” (14).

- Cuando hablamos de la antítesis entre fe e incredulidad, estamos tratando con tipos ideales. El “ya pero todavía no” de la escatología bíblica significa que, aunque podemos hablar de diferencias elementales de intenciones y compromisos entre creyentes y no creyentes, “el trigo y la cizaña” no solo crecen juntos, sino que la antítesis circula en el corazón del creyente (Romanos 7) y el inconverso está controlado y dotado por la gracia común.

- Por tanto, por amor a la Iglesia, los cristianos “se pueden apropiar de algunos objetos, formas y textos no cristianos para sus propios fines culturales” (15). En el caso de objetos culturales más utilitarios que expresan en menor grado la cosmovisión, la apropiación será mucho más fácil que con productos culturales acabados, procedentes de una cosmovisión incrédula: “Los cristianos deben estar en guardia para evaluar —según los estándares bíblicos (1 Corintios 2:15; 1 Tesalonicenses 5:21s; Filipenses 4:8)— los prejuicios ideológicos del medio y el contenido ideológico del mensaje de los artefactos no cristianos (y cristianos)” (16).

- Desde la perspectiva del mandato cultural, hay personas que no son cristianas pero que por su inconsecuencia (en virtud de la gracia común de Dios), pueden estar de acuerdo con una postura cristiana sobre determinada cuestión cultural. Cuando esto sucede, puede haber oportunidad para la cobeligerancia. De hecho, lejos de desvirtuar la proclamación del evangelio, esta cobeligerancia muy bien podría suponer una ocasión para el testimonio de Cristo. No obstante, debemos tener cuidado de no convertirnos en piedra de tropiezo para otros cristianos, y que nuestra cobeligerancia no comunique a un mundo que nos observa, la posibilidad de neutralidad y disolución de la exclusividad de Cristo y del evangelio.

Me doy cuenta de que la declaración anterior es solo tentativa, evocadora y está cargada de preguntas adicionales; pero consideremos ahora algunas cuestiones prácticas para aquellos que se embarcan en el sendero de la cobeligerancia.

 

PARTICIPACIÓN EN LA COBELIGERANCIA

Primeramente, debemos estar agradecidos a Dios por su gracia común. Como comenta Murray: “Esto implica un profundo respeto y aprecio por toda cosa buena y noble, y constituye la filosofía y la ética que ha hecho del cristianismo, en su expresión auténtica, una fuerza en todas las áreas de legítimo interés y vocación del hombre. El cristianismo, cuando ha sido fiel al espíritu que lo anima, no se ha manifestado como ascético o monástico. Más bien ha considerado que todo lo que es bueno y recto tiene la dignidad del mandato divino (17)”.

También debemos ser personas de amor, amar a nuestros enemigos y a nuestros cobeligerantes, que en otros contextos quizá bien podrían ser enemigos del evangelio. A causa de ello, nos ocuparemos de testificar, de palabra y de hecho, a nuestros compañeros de lucha, no pretendiendo que exista terreno común entre nosotros, sino aprovechando las oportunidades para demostrar, amablemente, el hecho de que cualquier cosa “verdadera” que digan es inconsecuente con la cosmovisión que sustentan, y con el capital prestado de la fe cristiana trinitaria ortodoxa. Nuestro interés por ellos se verá acrecentado si conocemos ese principio bíblico de que, cuanto mayor sea la revelación rechazada, tanto mayor será la condenación final (Mateo 11:20-24).

En segundo lugar, hemos de distinguir quién debe hacer cada cosa en términos de autoridad, vocación y dones. Por un lado, creo que no hay ninguna diferencia marcada entre lo secular y lo sagrado, o incluso entre “dos reinos” distintos, donde la Iglesia y el mundo estén sujetos a diferentes revelaciones divinas, leyes, normas o estándares. La revelación especial de Dios es suficiente para cada área de la vida, y debería ser la autoridad suprema de todo cristiano. Por otro lado, creo que la Palabra de Dios en sí hace distinción entre las diferentes esferas de la vida. La Iglesia, por ejemplo, no es el Estado, ambos tienen diferentes metas y objetivos, diferentes áreas de autoridad y diferentes medios para imponer dicha autoridad. Así también, hay un solo Cuerpo pero muchos miembros, y cada cual posee sus propios dones y vocación especial. El político cristiano y el pastor de una iglesia local tienen llamamientos relacionados pero distintos, con sus dones correspondientes y deberían reconocerlo. Mientras que participar en cobeligerancia con otros puede muy bien constituir el pan de cada día para un político cristiano, resulta improbable que sea así para el pastor o la iglesia local.

En tercer lugar, nuestro compromiso con la cobeligerancia debe ser cauto. Aunque afirmamos la gracia común, aún estamos conscientes de las profundas consecuencias de la Caída y del principio de la antítesis. Debemos estar alerta para que el mundo no nos seduzca ni nos conforme a su norma.

John Langlois nos ofrece algunos consejos prácticos en un ensayo sobre la cobeligerancia (18). Después de argüir acerca de la necesidad de claridad en nuestras creencias, unidad, principios, propósito, resultados y lenguaje, Langlois señala los peligros de la cobeligerancia: el peligro de perder el control, de la contemporización inaceptable, de la distorsión del resultado final por parte de nuestros cobeligerantes y de la incomprensión de nuestra propia gente. Él cree que dichos peligros se pueden minimizar estando atentos a lo que hacen nuestros cobeligerantes, manteniendo un control común del proceso y una comunicación fluida —tanto con los nuestros como con nuestros compañeros de lucha— y, finalmente, confiando en los recursos de Dios y no en los nuestros.

Sin embargo, en tanto que observamos esta precaución en nuestra interacción con los no creyentes, creo que aquellos cristianos que, como yo, subrayamos la antítesis, deberíamos estar más dispuestos de lo que hemos estado a unirnos y formar alianzas con otros creyentes. Si bien resulta adecuado hablar de distintos niveles de coherencia en cuanto a la fe, la antítesis no es entre creyentes más y menos consecuentes, sino entre la fe y la incredulidad. Ciertamente, deberíamos estar más dispuestos a trabajar más estrechamente con aquellos que creen en el mensaje apostólico del evangelio, aunque discrepemos en cuestiones secundarias.

En cuarto lugar, hemos de ser realistas en cuanto a lo que la cobeligerancia cultural es capaz de conseguir. Si no debemos unirnos en yugo desigual, en nuestra cobeligerancia necesariamente debería haber un enfoque claramente definido que será de naturaleza pasajera. El propio Schaeffer estaba bien consciente de esto:

Los cristianos deben darse cuenta de que hay una diferencia entre ser un cobeligerante y un aliado. A veces pareceremos estar diciendo exactamente lo mismo que dicen aquellos que no tienen una base cristiana [...]. Debemos decir lo que la Biblia dice, aun cuando eso nos haga parecer estar diciendo lo que otros dicen [...]. Pero jamás debemos olvidar que se trata solo de una cobeligerancia pasajera y no de una alianza (19).

Otra dosis de realismo se enfoca en la esfera política. Puesto que solo la conversión producirá una transformación duradera en cualquier sociedad, y dada nuestra condición de minoría en nuestra sociedad, necesitamos ser realistas en cuanto a lo que podemos conseguir en la esfera política. Esto no significa que tengamos que ser gente resignada, más bien realista. Nuestro llamado es a ser fieles donde Dios nos ha colocado.

Por último, tenemos la capacidad y la libertad de pensar estratégicamente. ¿Cuán abiertos debemos ser en cuanto a la cobeligerancia? Un asunto decisivo tiene que ver con lo espesa o fluida que sea nuestra descripción. “¿Empleamos el sustancioso discurso de nuestra propia particularidad confesional, y nos arriesgamos a que se nos malinterprete o ignore? ¿O es legítimo traducir los términos que utilizamos entre nosotros a un discurso público “poco profundo”, que utiliza un [...] lenguaje menos específicamente cristiano, a fin de defender nuestras propuestas políticas, de una forma que pueda convencer a alguien que no comparte nuestras convicciones teológicas?” (20).

Jesús dijo que debemos ser “prudentes como serpientes y sencillos como palomas” (Mateo 10:16). Aunque nunca podemos dejar de lado el señorío de Cristo en nombre de la neutralidad (ya que la antítesis significa que no hay terreno neutral), la naturaleza de las relaciones son, por lo general, de crecimiento gradual. Ganarse la confianza de la gente no es automático. Por ejemplo, al desarrollar relaciones en el evangelismo, ¿tratamos de esbozar una cosmovisión cristiana completa la primera vez que hablamos con un inconverso? Lo mismo podría decirse en la esfera política. Como señala Olasky, tenemos que:

[...} escoger las batallas y las tácticas meticulosamente. A veces no podemos elegir el campo de batalla; si se nos ordena dejar de orar a Dios o inclinarnos ante los ídolos, debemos permanecer firmes, estemos donde estemos, como lo hicieron Daniel y sus amigos en la antigua Babilonia. Pero si tenemos la opción, tenemos que hacer énfasis en los asuntos que transforman la vida, tales como el aborto y el matrimonio (21).

En tanto que la cobeligerancia puede ser una actividad necesaria en nuestro contexto actual, también es una actividad que requiere de constante cuidado, atención y madura reflexión teológica por parte de los implicados. Debemos ser humildes y reconocer que en tales situaciones no podemos depender de nuestros propios recursos, sino que debemos pedirle a Dios su sabiduría y discernimiento si decidimos, y cuando decidamos, participar en cobeligerencia.

 

Daniel Strange.

El Dr. Daniel Strange es colaborador invitado de los Cambridge Papers, enseña Teología y Estudios religiosos en la Universidad de Bristol (Inglaterra) y su doctorado versó sobre las respuestas evangélicas al tema de la suerte de los no evangelizados. Daniel ha sido coordinador de la Fraternidad de Estudios Religiosos y Teológicos (parte de UCCF) durante cinco años y acaba de aceptar el puesto de tutor en el área de Cultura, Religión y Teología Pública en Oak Hill Theological College, Londres.

 

Notas

Traducido por Manuel Serrano y Mayra Ileana Urízar de Ramírez.

1 www.dougwils.com/index.asp?Action=Search&searchstring=co-belligerency 

2 Albert Mohler, “Standing Together, Standing Apart: Cultural Co-Belligerence without Theological Compromise”, Southern Baptist Journal of Theology, Vol. 5 No 4, Winter 2001, p. 5. 

3 Cita atribuida a Timothy George en Chuck Colson, “Modernist Impasse, Christian Opportunity”, First Things, 104, June/July 2000, p. 19. 

4 Francis Schaeffer, Plan for Action: An Action Alternative Handbook for “Whatever Happened to the Human Race?”, Flemming H. Revell, 1980, p. 68. 

5 El término “antítesis”, como se usa aquí, no se refiere al pensamiento hegeliano, es más bien un término teológico técnico, asociado con la teología reformada y que tiene que ver con la diferencia entre el creyente y el no creyente. 

6 Herman Bavinck, Our Reasonable Faith, Eerdmans, 1956, p. 48. 

7 Ibíd. 

8 John Murray, “Common Grace”, en Collected Writings of John Murray, Vol. II; Systematic Theology, Banner of Truth, 1977, pp. 93-122; Donald Macleod, Behold Your God, Christian Focus, 1995, pp. 145-176. 

9 Murray, op. cit., p. 96. 

10 Macleod, op. cit., p. 150. 

11 Ibíd. 

12 Greg Bahnsen, “The Theonomic Position”, en God and Politics, op. cit., p. 21. En nuestra cultura, gobierno y sistema legal occidental, a la diferencia entre gracia común/revelación general y gracia especial/revelación especial le falta claridad, puesto que resulta muy difícil desenmarañar lo que procede de las Escrituras y es un eco del evangelio, y lo que viene de la gracia común y la revelación general. 

13 Tomo este término prestado de David Bruce Hegeman, Plowing in Hope: Toward a Biblical Theology of Culture, Canon Press, 2004, p. 88. 

14 Macaulay, op. cit., p. 3. 

15 Hegeman, op. cit., p. 79. 

16 Ibíd., p. 84. 

17 Murray, op. cit., p. 117s. 

18 John Langlois, “Co-Belligerency: Right or Wrong”, online document at Hope for Europe.

19 Francis Schaeffer, “The Church at the End of the Twentieth Century”, in Complete Works of Francis Schaeffer, Vol. 4, Crossway, 1982, p. 30s. 

20 Richard Mouw, He Shines in All That’s Fair: Culture and Common Grace, Eerdmans, 2002, p. 84. 

21 Marvin Olasky, “The ABCs of Political Involvement”, aquí.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Jubileo - ¿Puede el enemigo de mi enemigo ser mi amigo?