Dando cobijo al Amor

Dios es Amor, por ello, no podemos glorificarle si no hacemos lo que le agrada, lo que nos demanda

29 DE FEBRERO DE 2016 · 15:53

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Cuando el Amor prepara su equipaje y abandona el corazón por la puerta de atrás, el ser que le daba cobijo se queda vacío, yerto sin el pilar fundamental donde edificar una existencia con sentido.

La vida carente de Amor se deteriora en un mar de banalidades, se vuelve recia ante vientos carentes de calidez, vientos que despeinan los valores que se alimentan de Amor y que sin él pasan anémicamente a engrosar una lista de desorientados principios.

Qué triste es observar cómo en las congregaciones cristianas donde se habla continuamente de Amor este se debilita de una manera considerable.

Nos volvemos individualistas, buscando nuestro bienestar sin reparar en los problemas de aquellos a quienes de una manera protocolaria llamamos hermanos.

Hemos sido encomendados por Dios a predicar el evangelio a toda criatura, a ser sal y luz en la tierra, a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Es imposible seguir estas indicaciones si carecemos del Amor genuino que nos hace ser diferentes. No podemos profesar algo que no vivimos, que no está comprometido con su creador y que por su inadecuado uso se transforma en egoísmo. A veces orientamos el amor hacia la dirección que más nos interesa, sin preocuparnos de la necesidad ajena, enfocándolo hacia nosotros mismos en un claro afán de protagonismo.

Dios es Amor, por ello, no podemos glorificarle si no hacemos lo que le agrada, lo que nos demanda.

Cuando amamos, conseguimos que Dios se muestre a través de aquello que otorgamos, pequeñas dádivas que reflejan la grandeza de su ser.

Vivimos en contacto con el mundo y aunque no pertenecemos a él, si estamos en él. Ese contacto nos salpica haciéndonos entrar en ese viciado rol de indiferencia, de insensibilización. Ante ello hemos de luchar con la fuerza del Amor, una fuerza arrebatadora que brotando de dentro ha de cautivar a aquellos que están fuera. Un Amor en vía de extinción que al ser expuesto ha de asombrar por su atípica forma de proceder, por esa entrega incondicional que hemos de hacer de él.

No os convirtáis a ellos, conviértanse ellos a vosotros.

Esa ha de ser otra máxima en nuestras vidas, mostrar Dios a través de nuestros actos provocando en quienes lo desconocen el deseo por conocerle, que queden asombrados, deseosos por andar en la senda de la verdead y el Amor.

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