Dios, el tigre y ‘La vida de Pi’

Como al final de este relato, lo que queremos saber es cuál es la historia auténtica. Pi dice que tenemos que elegirla nosotros, pero hay que escoger. No todas las religiones son iguales.

11 DE DICIEMBRE DE 2012 · 23:00

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“La vida de Pi es una fábula sobre la fe”, dice Ang Lee, uno de los mejores cineastas del mundo, pero también una persona de extraordinaria sabiduría y humildad. Sus películas no suelen ser apreciadas por cristianos –pues muestran a veces una confusa sexualidad–, pero es uno de los pocos directores que se atreve a hacer una “historia para creer en Dios” –como pretende Yann Martel en el sugerente libro que ha inspirado esta maravillosa película–. Una obra que ha sido calificada por el presidente Obama como “una elegante prueba de la existencia de Dios”. Aunque este es un relato de aire oriental, el protagonista nace en una antigua colonia francesa, al sureste de la India –Pondicherry–, que ha tenido influencia del catolicismo. Esta es la religión en la que han sido educados también el director y escritor de esta historia. Ya que aunque Lee es de Taiwán, tiene una madre católica, que le llevaba a la iglesia y le hacía rezar cuatro veces al día –hasta los 14 años–, mientras que el franco-canadiense Martel asiste todavía a misa cada domingo. Su idea de Dios va, sin embargo, más allá de la religión organizada. Son personas que buscan la fe, en medio de la desilusión y la duda. FE Y RAZÓN El padre de Pi es una persona racional de mente científica, que representa la nueva India. Para él, “la religión es oscuridad”. El nombre de Pi no viene, como podríamos imaginar, del número irracional de matemáticas, sino de una piscina, donde iba su padre en Paris. Ahora es dueño de un zoo, donde su familia crece en una especie de Edén, rodeada de todo tipo de animales y un entorno paradisíaco. El chico es atormentado por sus compañeros, que hacen burlas con su nombre. Hay en él una inquietud religiosa que le lleva a conocer algunos de los 330 millones de dioses que hay en el hinduismo. “En mi infancia, los dioses eran los super-héroes”, dice. El problema es que “nadie puede conocer a Dios, si no te lo presentan”. Después de interesarse por Krishna, su hermano le desafía a beber del agua bendita de una iglesia católica, que hay sobre una montaña. “Tienes que tener mucha sed”, le dice el cura –que le trae un vaso de agua–. Es así como “conoce a Cristo, el Dios que manda a su hijo a salvar a gente normal” –cuenta Pi, citando a continuación Juan 3:16–. “Me gustaba el Hijo de Dios”, dice Pi, Aunque no entiende “¿qué clase de amor sacrifica a un inocente?”. El sonido de las palabras le introduce entonces al Islam. Le gustaría ser bautizado, pero el padre le observa que “creer en tres religiones a la vez, es no creer en nada”. La religión para él, es sin embargo como “una casa con muchas habitaciones”. En casa le dicen que “tiene que pensar racionalmente. Pi piensa, por ejemplo, que los animales tienen alma, pero su padre le enseña que no se puede fiar de ellos. Le muestra el lado salvaje de la vida, que representa Richard Parker –el tigre que recibió el nombre de su cazador, por un error de papeles–. EL MAR DE LA VIDA En Las aventuras de Arthur Gordon Pym (1838) de Edgar Allan Poe, hay un marinero que se amotina en un ballenero, antes del naufragio en una tormenta. El personaje llamado Richard Parker, sugiere un macabro juego, para que uno de los tres supervivientes sirva de alimento a los otros. Cuando la familia de Pi se hunde en un barco en el Pacífico, al emigrar a Canadá en 1977 –cuando él tiene 16 años–, sólo sobrevive él con algunos de los animales, pero entre ellos está el feroz felino que conocemos como Richard Parker. “El barco que se hunde –dice Martel– es para mí, símbolo de los accidentes que ocurren en la vida, inexplicablemente”. El adolescente tiene que pasar 227 días con este tigre. El relato se convierte así en toda una parábola sobre la supervivencia, la aceptación y la adaptación, pero también en una prueba para la realidad de su fe. No hay aquí una visión idílica de la Creación. Si esto fuera una película de Disney, el chico se haría amigo del tigre, pero este es un animal de 250 kilos con dientes afilados como cuchillas, que se hace dueño y señor del bote. “La naturaleza no es sentimental –dice Lee–, el sentimiento es algo humano”. Parece que el director incumple aquí las dos reglas que Hitchcock cree que ningún cineasta debe transgredir – “no trabajes con animales, ni con niños” –, pero las imágenes generadas por ordenador para El origen del planeta de los simios, le dan la misma expresividad al personaje de Parker que a César en la interesante precuela de El planeta de los simios. Lee utiliza en el agua las tres dimensiones de una manera más justificada que en la introducción de la India, o las conversaciones en Montreal, donde el protagonista habla en la actualidad –impresionante, el actor Irrfan Khan– con un escritor que quiere creer en Dios –como Martel–. EL DIOS DE MARTEL El autor nació, curiosamente, en la ciudad española de Salamanca, en 1963. Viene de una familia diplomática canadiense de habla francesa, que le ha hecho recorrer muchos lugares del mundo. Después de estudiar filosofía en Canadá, se fue a la India, antes de escribir La vida de Pi (2002), que desarrolla en ambos países, pero sobre todo en medio del mar que los separa. Aunque la inspiración de su historia, siempre ha dicho que viene de un comentario en el suplemento de libros del New York Times sobre una obra brasileña, que comentó el novelista teológico John Updike. Trataba sobre un judío y una pantera negra, que se encuentran juntos en un bote salvavidas en 1933. Rechazada por las principales editoriales de Londres, La vida de Pi es finalmente publicada por una casa dedicada a temas escoceses, que había empezado a reimprimir libros de la Biblia, prologados por personas que no se suelen relacionar con la religión. Galardonada con el premio Booker de este año y traducida a 42 idiomas, es un ejemplo más de cómo el interés de los lectores a menudo no coincide con el de los editores. Adquiridos sus derechos para el cine por el indio de formación católica Night Shyamalan, pasan luego al mexicano Alfonso Cuarón., que tampoco logra hacer el film. “Yo pensaba que no se podía hacer una película sobre la religión –dice Lee–, pero sí sobre el valor de una historia para dar sabiduría y estructura a una vida”. Ya que esta es una obra también sobre la madurez. El adolescente descubre la vida por el amor –como en La tormenta de hielo, la emocionante recreación del novelista Rick Moody, sobre lo que fue crecer en Estados Unidos en los años setenta, poderosamente llevada al cine por Ang Lee, en 1997–, la lectura –La isla misteriosa de Julio Verne y El extranjero de Camus, que no están en la novela original, pero sí en la película–, y sobre todo la búsqueda de un sentido trascendente a la vida. Ya que, como dice Lee, esta historia trata sobre “el salto de la fe”. La cuestión es: ¿qué fe es esta? Para la mayor parte de la gente, lo mismo da una religión que otra, ya que se supone que, en el fondo, todas vienen a decir lo mismo. El problema es que poco tiene que ver Brahma con el Padre de Jesucristo, el Nirvana del hinduismo con el paraíso de Mahoma, el panteísmo con el monoteísmo, o la salvación cristiana con el camino del budismo. Como el teólogo inglés Ronald Knox ha dicho: “las religiones comparadas son una admirable receta para hacer a la gente comparativamente religiosa”. RELIGIONES COMPARADAS La idea de que todas las religiones llevan a Dios es indudablemente atractiva, pero ¿cómo puede ser igual un Dios que manda la guerra santa que Aquel que muere en nuestro lugar? Hay aquí un problema lógico: ¿cómo puede ser que todos los caminos vayan al mismo sitio? O ¿es que decimos que todas las religiones son iguales, para no tener que molestarnos en profundizar en ninguna? En un mundo lleno de tantas ideas y religiones, ¿cómo podemos saber dóndeestá laverdad? La vida de Pi nos habla de la dificultad de vivir con la incertidumbre. Muchos, por lo tanto, pretenden no creer en ninguna religión en particular, para que tomando lo que les parece mejor de cada una, formen su propio credo personal. Lo que está muy de acuerdo con esta época de relativismo y sincretismo, donde no hay blanco ni negro. Todo depende. La única virtud es la tolerancia. Esto da además una cierta apariencia de humildad. No hay duda que es atractiva la idea de Gandhi de que “el espíritu de las religiones es uno, pero aparece en multitud de formas”. Por lo que “la verdad no es propiedad exclusiva de una única Escritura”. Para él, “Jesús es tan divino como Krishna, Rama, Mahoma o Zoroastro”. Es una idea bonita, pero eso no quiere decir que sea verdadera. Como al final de este relato, lo que queremos saber es cuál es la historia auténtica. Pi dice que tenemos que elegirla nosotros, pero hay que escoger. No todas las religiones son iguales. Si tienen puntos de vista, no sólo diferentes, sino opuestos sobre Dios, el mundo, el mal, la muerte, la justicia, la salvación, ¿cómo podemos decir que son lo mismo? Hay una clara superficialidad en este tipo de comentarios. EL ÚNICO CAMINO No todos los caminos van a Roma, ni todas las religiones llevan a Dios. Van de hecho a lugares muy diferentes: extinción o salvación, perdón o castigo, conocimiento personal o disolución en un todo… No le hacemos ningún bien a nadie, diciendo que da igual lo que crea o lo que piense. Cuando andamos como ciegos, al borde del precipicio, no hay mayor cinismo que decir: “no importa el camino que vayas”. Necesitamos conocer la verdad. Si creemos que Dios existe y ha hecho todas las cosas, Él está más allá de nuestra mente e imaginación. ¿Cómo podemos llegar entonces a conocerle? Es por eso que muchos se hacen un dios a su imagen y semejanza. Un dios que podamos comprender y manejar a nuestro antojo. Pero ¿es ese el Dios verdadero? Ninguna religión, en ese sentido, como esfuerzo humano, nos puede llevar a Dios. Si Él no toma la iniciativa, no podemos saber nada de Él. Para verdades divinas, necesitamos certezas divinas. Es por eso que el cristianismo es diferente a cualquier otra religión. Ya que no es la historia de los hombres buscando a Dios, sino de Dios buscando a los hombres. No podemos llegar a Dios, pero Él puede llegar a nosotros. Él está ahí, pero no está callado. “Habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras”, ahora nos habla por medio de su Hijo (Hebreos 1:1-4). Jesucristo es la Palabra del Dios vivo (Juan 1:1). No hay nada de Dios que no veamos en Él, y nada de Él que no sea de Dios. Jesús no muestra la verdad, como Buda, apuntando al Camino, sino que Él mismo dice ser el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14:6). Es por eso que su muerte es especial. Porque la muerte de cualquier fundador de una religión es la pérdida de un sabio, pero la muerte de Cristo tiene significado eterno. ¡Por ella nos salva! Puesto que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). La buena noticia del Evangelio es que Él no está muerto, sino vive. Ya que la tumba de Mahoma es hoy lugar de peregrinación, pero la de Cristo está vacía. Resucitó y subió a los cielos, de donde también ha prometido volver. Por lo que la verdad no está en ninguna religión, sino en el Cristo vivo. “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5). ¡Esta es la fe que nos salva!

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