Tránsito de la primavera al estío

Verdaderamente la creación —tendría que torcer mi espontaneidad, mi naturaleza, para llamar naturaleza a la creación— tiene instantes de gloria.

06 DE JUNIO DE 2012 · 22:00

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El día Mundial del Ambiente fue establecido por la Asamblea General de Naciones Unidas, en su Resolución (XXVII) del 15 de diciembre de 1972 con la que se dio inicio a la Conferencia de Estocolmo, Suecia, cuyo tema central fue el Ambiente. Se celebra desde hace 39 años. La fecha elegida para su comienzo fue el 5 de junio de 1973. Su misión principal es concienciar a gobiernos y personas particulares en beneficio de un futuro más próspero al cambiar de actitud, principalmente, respecto al trato que damos a la Naturaleza, bien común de la humanidad. En nuestros días, se siguen realizando vertidos tóxicos en contra de las leyes establecidas. Para ilustrar la parte positiva de esta celebración, he elegido un texto recogido en el libro Dentro del Tiempo, Memorias de una tregua, publicado por Litoral y escrito por Dionisio Ridruejo. Deseo que la hermosura de su contenido nos anime, aún más, a colaborar con esta causa. UNO DE JUNIO Dionisio Ruidrejo Verdaderamente la creación —tendría que torcer mi espontaneidad, mi naturaleza, para llamar naturaleza a la creación— tiene instantes de gloria. ¿O no son instantes de ella que palpita y reluce siempre, sino instantes de nuestros ojos, generalmente ciegos? Esa gloria de la creación me toma cuando, subiendo a la montaña, vuelvo a vivir el tránsito raudo de la primavera al estío. Una primavera ya madura, un estío aún tierno, sin razón, sin el patente temor de su mortalidad. He visto aparecer esa gloria en lo alto del Montseny, cuando el viento se llevaba —blancas, redondas— las últimas nubes. Allí en los prados, con hierba alta y las advierte al tomarlas, al individualizarlas ya cerca de la pupila. En los prados, de los que se alzan como innumerables e invisibles puntas de diamantinas agujas, los cantos de los grillos. Allá arriba, con millares de pájaros que enseñan a volar a sus crías, bajan a los valles del trigo y el centeno y regresan a las encinas copudas, a los pinos y a los cipreses, a los castaños, olmos y robles, haciéndose ensordecedores. Con las abejas —virgilianas, pero de ahora mismo— que zumban con aquel orden que parece tan vagabundo y con aquella diligencia que parece tan ociosa y tan lúcida. Todo, hasta la simple y majestuosa proporción de las masas de las montañas, se exalta, tan lleno de vida, tan fervorosamente actual que parece colmar en su acto todo el anhelo del ser. Hay instantes de gloria así, por abundancia, como los hay también por desnudez, cuando el anhelo está abierto del todo al infinito como la rosa que va a deshojarse. Y hay instantes así en cualquier estación y en cualquier sitio y en cualquier día. Haciendo consistir aquello en un don milagroso. Pero aún aquí y ahora, se añade algo —porque se limita algo— a la realidad de aquella gloria. Al esplendor original y gratuito se junta otro esplendor puesto y logrado por el esfuerzo. El hombre es ahora un poco más divino porque puede ponerse a contemplar lo hecho, su obra sutilmente entreverada con la obra de Dios. Es ya el momento en que se manifiestan —aún no se recogen, aún queda un punto de zozobra— los frutos de la tierra cultivada.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Tránsito de la primavera al estío