Calixto de Roma y Francisco de Roma

El papa Francisco, con su golpe de timón, pone en entredicho la afirmación de que la Iglesia siempre ha enseñado lo mismo en temas morales.

04 DE FEBRERO DE 2015 · 19:50

El papa Francisco. / Infovaticana,
El papa Francisco. / Infovaticana

Una de las arduas cuestiones que a lo largo de los siglos han venido planteándose en la Iglesia es la cuestión de la disciplina. Recientemente he oído de casos en los que algunos pastores evangélicos se han extralimitado en el ejercicio de la autoridad y han abusado de ella, tratando a los miembros como si fueran propiedad suya y sometiéndolos a humillaciones que han producido heridas y daño muy difícil de reparar. Si además de un trato denigrante se suma que dicho trato es la respuesta dada al miembro que quebranta enseñanzas de hombres, entonces la cuestión disciplinaria se convierte en una excusa para el dominio personal.

Claro que está la otra cara de la moneda, consistente en la ausencia total de disciplina, donde todo vale y donde no hay ninguna referencia ni límite que establezca una raya de separación entre lo que un cristiano puede y no puede hacer.

Algunos de los enfrentamientos más enconados que hubo en los primeros siglos de la historia de la Iglesia giraron en torno a la cuestión de la disciplina, siendo uno de los detonantes las persecuciones contra los cristianos. Es sabido que hubo en el seno de la Iglesia una variedad de actitudes ante la hostilidad pagana, pudiéndose constatar desde el heroísmo capaz de llegar a las últimas consecuencias hasta la cobardía de negar la fe para salvar la vida, pasando por intentos de hacer una componenda que evitara el castigo sin dar la impresión de apostatar. Ahora bien, cuando la persecución cesaba y las condiciones volvían a ser más llevaderas, muchos de los que habían, abierta o subrepticiamente, negado la fe, pedían el reingreso en las filas cristianas. Entonces es cuando surgió el dilema de qué hacer con estas personas. ¿Se les daba la entrada sin más?, ¿se les negaba rotundamente? o ¿se les daba la entrada con condiciones? Al haber dirigentes que eran partidarios de cada una de estas opciones, el enfrentamiento entre ellos no tardaría en llegar. Las posiciones iban desde el laxismo total hasta el rigorismo más absoluto, pasando por una postura intermedia. Cornelio y Novaciano serían representantes de las dos primeras y Cipriano de la tercera.

Pero además de las persecuciones, otra de las razones que dio pie a la confrontación por la disciplina fue el nivel moral exigible a quienquiera que se llamase cristiano. Es evidente que las condiciones en las que vivía, y vive, la Iglesia afectan a sus miembros. De ahí que se produjera, en un momento dado, una colisión entre dos maneras de entender el grado de santidad que debía ser patente en las vidas de los cristianos. Uno de los motivos por los que Tertuliano (c. 155 - c. 220) abandonó la Iglesia católica de su tiempo fue el bajo nivel espiritual y moral en el que vivían muchos de sus miembros, razón por la cual se unió a los montanistas, que predicaban una ética más elevada, aunque con la adición de ser portadores de nuevas revelaciones, además de la contenida en la Biblia.

Por ese mismo tiempo se desató en Roma una polémica entre Calixto e Hipólito que supuso un cisma en la iglesia de esa ciudad, encabezando cada uno de ellos una facción, de acuerdo al entendimiento que tenían sobre la disciplina. Según Hipólito, Calixto permitía lo que no era permisible y le acusó de acoger en la iglesia a los caídos en las ofensas más serias, lo que aumentaba el número de las mismas al ser fácil obtener el perdón. Basándose en eso, Hipólito fundó su propia iglesia, convirtiéndose de ese modo en el primer antipapa, según el juicio de la Iglesia católica.

No es fácil dilucidar en estas polémicas el grado de razón que tenía cada una de las partes enfrentadas, porque resulta complicado delimitar lo real de lo exagerado y lo razonable de lo pasional en las disputas personales. Sea como sea, la disciplina eclesiástica es una cuestión vital, como lo es en el seno de la familia, donde una rigurosa disciplina puede dejar una huella difícil de borrar en los hijos, al igual que ocurre con la ausencia de la misma.

El papa Francisco parece seguir más los pasos de Calixto que de Hipólito, porque a diferencia de tantos antecesores suyos ha levantado el veto de comulgar a los divorciados, no tiene problemas en admitir a los que cohabitan sin casarse, mantiene una actitud de simpatía hacia quienes practican la homosexualidad y defiende la limitación de la procreación en el matrimonio, cosas que hasta ahora habían sido condenadas por la Iglesia de la que él es jefe.

Este cambio de rumbo plantea dos problemas. El primero es sobre el lema semper idem, siempre igual, que ha sido una seña de identidad de la que la Iglesia católica se ha jactado. Según esa divisa, dicha Iglesia siempre ha enseñado lo mismo. Pero el papa Francisco, con su golpe de timón, pone en entredicho la validez de esa valorada afirmación. El segundo problema puede venir del lado de aquellos católicos que sientan que se están rebajando los niveles de exigencia moral y lleguen a la conclusión de que su Iglesia ha abandonado cuestiones vitales que no pueden comprometerse, con la consiguiente salida de su seno.

La historia se repite. O como dice el sabio: 'Nada hay nuevo debajo del sol.' (Eclesiastés 1:9)

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Claves - Calixto de Roma y Francisco de Roma