Boardwalk Empire y el poder del mal

Entonces como hoy, los cristianos tienen una mentalidad de campaña, creyendo que pueden mejorar la sociedad imponiendo normas morales

23 DE ABRIL DE 2012 · 22:00

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“Una manzana podrida arruina el cesto”, dice el refrán popular. La Biblia dice algo diferente: Un poco de levadura leuda toda la masa” (Gálatas 5:9). La nueva serie de televisión de Martin Scorsese, Boardwalk Empire –publicada ahora en DVD en España– lo ilustra perfectamente. En ella vemos el poder de la codicia y la corrupción, que nos muestra el lado oscuro del sueño americano. El relato de Terence Winter –creador de Los Soprano– nos traslada a la ciudad costera de Atlantic City, en plena época de la Prohibición, en los años veinte. La acción comienza el mismo día que entra en vigor la ley seca, el 16 de enero de 1920. Justo antes, el político Enoch Nucky Thompson –elextraño protagonista que interpreta el siempre eficaz Steve Buscemi, entre irritante y fascinante se dirige a la Liga Femenina por la Temperancia, uno de los grupos que nace del movimiento eclesial protestante, que se enfrenta a los salones donde se consumían bebidas alcohólicas en 1895. La sorpresa viene a continuación, cuando ese mismo hombre, que es tesorero de la ciudad, celebra la Prohibición en una sala de fiesta, ante la perspectiva del dinero que van a ganar con esa ley. Es el comienzo del crimen organizado, que conocemos por las historias de la mafia. Thompson “no es un gangster –dice Scorsese–, sino alguien corrupto”,que está dispuesto a hacer negocio con la importación de licor en Atlantic City. Está basado en Nucky Johnson, la persona real que manejó los hilos de esta comunidad, donde su propio hermano era el sheriff. Como muchos políticos, es alguien capaz de cualquier cosa, para poder mantener el poder. En torno a él, encontramos a personajes reales como Arnold Rothstein, Charlie Lucky Luciano y Al Capone, pero no como los conocemos hoy, sino al principio de sus actividades mafiosas –tal y como cuenta el libro de Nelson Johnson–. El gangster judío Rothstein es todavía un jugador, que comienza a traficar con drogas y alcohol. Luciano es un inmigrante siciliano a su servicio. Y el actor inglés Stephan Graham encarna al joven Capone con un asombroso parecido. Aunque nunca lo hemos visto así, antes de su época de mafioso en Chicago, cuando hacía de chófer y guardaespaldas de Johnny Torrio. Lo vemos en su casa con su mujer y su hijo, como un hombre que puede ser tanto afable como cruel, que se entretiene tocando la mandolina. Es el mejor Capone que ha mostrado la pantalla, según su biógrafo Jonathan Eig. LOS TURBULENTOS AÑOS VEINTE Boardwalk Empire nos presenta un retrato poliédrico de los Estados Unidos en aquella época, desde el punto de vista de la política, la religión y el crimen, asistiendo a los inicios del movimiento feminista y los conflictos raciales o étnicos. Conocemos a los héroes desahuciados de la Primera Guerra Mundial, que anticipan ya a los veteranos del Vietnam de las películas de los setenta –la década que evoca, por cierto, la música de la sintonía de la serie–. Y aunque la policía se enfrenta a los fuera de la ley, los protagonistas son los que están al poder en la sombra, por encima de ellos. Aunque se ha comparado a la serie con Los Soprano ya que hay mafiosos y cuenta con el mismo guionista–, tiene más relación con otras producciones de la HBO, como el sorprendente western Deadwood o incluso la mítica The Wire. Thompson es en este sentido un héroe ambiguo, que puede ser tanto benevolente como cruel –igual que el protagonista de la serie del Oeste, creada por David Wilch–, mientras la corrupción lo invade todo en Baltimore –como en la obra de David Simon–. El agente de la Prohibición, Van Alden, es un hombre religioso. Ve como una misión divina su lucha contra la corrupción moral, que no puede soportar espiritualmente. Se flagela a sí mismo, pero su fanatismo es tan ciego como el de los cristianos que impulsan la ley seca. El Partido Nacional por la Prohibición es formado en 1869 por un grupo de protestantes blancos. Sus motivos eran admirables, pero el resultado de aquellos veinticinco años de campaña, que llevaron a la Prohibición, fue totalmente contraproducente. Se provocó aún más abuso del alcohol, que aumentó con el comercio ilegal de los bootleggers en los locales clandestinos, conocidos como speakeasies. Por lo que fue abolida la medida por el presidente Roosevelt en 1933. MORALISMO Y EVANGELIO Entonces como hoy, los cristianos siguen teniendo una mentalidad de campaña, por la que creen que pueden mejorar la sociedad imponiendo normas morales de acuerdo a la voluntad de Dios, como si el corazón humano pudiera cambiar por medio de leyes. La verdad, sin embargo, es que sólo el Espíritu de Dios puede hacernos vivir tal y cómo El quiere. No es la moral, por lo tanto, la que nos hace vivir como cristianos, sino a la inversa. Es porque nacemos de nuevo y recibimos el Espíritu Santo (Juan 3), que podemos vivir de forma diferente. Muchos cristianos temen, sin embargo, el mensaje de gracia, porque creen que es contraproducente para una sociedad permisiva, que ha dado la espalda a Dios y a sus leyes. Nos dicen que en nuestro mundo hoy, el problema ya no es el fariseísmo y el moralismo, sino la ruptura con todo tipo de normas, que hace que vivamos bajo el juicio de Dios. Lo que pasa es que es el Señor mismo quien nos enseña a distinguir el Evangelio del moralismo. La respuesta apostólica a los que viven en contra de la voluntad de Dios, no es la ley, sino la gracia(Romanos 6:1-4). La única forma en que podemos obedecer a Dios, es por la aceptación radical e incondicional que Dios nos da, como pecadores. El poder que nos salva de la corrupción, es el Evangelio (1:16), no la fuerza de la ley (7:13-24). Puesto que es la bondad del Señor la que nos lleva al arrepentimiento (Romanos 2:4). Tanto la Biblia, como nuestra experiencia diaria, nos demuestran que cuanto más fallamos, no es cuanto más pensamos en la gracia, sino cuando menos la tenemos en cuenta (6:1). Es por eso que necesitamos hablar, no menos, sino más de la libre gracia de Dios, que nos acepta tal y cómo somos, en Cristo Jesús.

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