La falacia modernista del biberón

El mito que estuvo en auge durante algunas décadas se vino abajo y, con él, tantas teorías que le habían acompañado.

11 DE JUNIO DE 2014 · 22:00

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	Lactancia materna. / enfemenino.con</p>
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Lactancia materna. / enfemenino.con

Desde los albores de la humanidad las madres habían criado a sus hijos con su propia leche y en caso de que no pudieran hacerlo buscaban a otra mujer que lo hiciera por ellas. Se trataba de uno de los actos más entrañables y llenos de significado para la recién estrenada madre, pues ¡qué podía reflejar mejor la especial relación con su criatura que alimentarla de ella misma! Así como en su vientre la había albergado, protegido, dado calor y nutrición, así ahora, ya nacida, continuaba suministrándole el excelente alimento necesario para su crecimiento. Entre las comadres se hablaba de la importancia de los calostros, esas primeras efusiones de líquido distintas a las posteriores, pero especialmente ricas en sustancias saludables e inmunológicas, según se supo después. Los pintores y escultores de todas las épocas se propusieron plasmar la escena de la crianza materna, que tanto mensaje transmitía sobre la naturaleza humana. Captar la sensibilidad, profundidad y ternura del acto era todo un reto, al que tantos artistas no querían sustraerse, a fin de inmortalizarlo y transmitirlo a todos los que contemplaran su obra. En el arte de la Edad Media son innumerables las representaciones de María amamantando a Jesús, en un claro intento de reflejar el aspecto enteramente humano del Salvador y de su madre. En realidad todos los mamíferos comparten esta característica con el género humano, hasta el punto de relatarse casos, realidad o leyenda, en que un animal amamantó a un ser humano. Así se dice que ocurrió con la loba que crió a Rómulo y Remo, o con la cabra que, en la ficción pagana, alimentó a Júpiter. Pero ya bien avanzado el siglo XX se comenzó a impulsar la idea de que la lactancia materna era cosa del pasado, porque se había descubierto que el biberón tenía infinitas ventajas respecto al pecho de la madre. No sólo era más cómodo para ella y para la criatura, sino también más rápido, seguro y fiable. La leche tratada en el laboratorio garantizaba sanitariamente la total asepsia de la nutrición. Ya no había que sufrir por los intentos infructuosos en los que el bebé no se enganchaba al seno materno; ahora, y gracias al caucho, se efectuaría esa operación sin ningún problema. Además, la imagen de la madre dando de mamar se correspondía con épocas ya superadas, pues en la sociedad occidental moderna tal cuadro era incompatible con la idea de mujer que se estaba diseñando, liberada y con otras cosas que hacer. En todo caso, tal cuadro quedaba relegado a etnias y culturas evidentemente atrasadas, que no iban al compás de los tiempos y en las que la existencia de la mujer giraba en torno a la maternidad. ¿Había algo más inadecuado que una madre moderna se pusiera a dar el pecho a su bebé en público? Casi era una ofensa al pensamiento políticamente correcto que estaba haciendo furor. Se trataba de un desaire al transformado pudor. Y si alguna mujer se atreviera a hacerlo se retrataba a sí misma. Lo moderno era el biberón; lo retrógrado el pecho. Expertos dixit. Con el biberón no se trataba simplemente de paliar los casos en los que efectivamente había madres que no podían criar a sus hijos de sí mismas, sino de sustituir en todos los casos ese tipo de crianza. Claro que detrás de toda esta ofensiva pro-lactancia artificial había grandes intereses comerciales, para los que el seno materno era un contrincante al que era necesario quitar de en medio. Los fabricantes de biberones diseñaban todas las boquillas imaginables, para que fueran infalibles en su propósito. De la leche artificial se narraban sus ventajas y ahora que la salud se había convertido en una obsesión y un derecho, se suponía que con ella se le daba lo mejor al bebé. Y así fue como al seno materno se le expulsó de este espacio que desde siempre le había sido propio. Era mucho mejor explotar sus atributos en el mundo de la pornografía, creando de ese modo todo un pingüe negocio al que tantos hombres quedarían enganchados fácilmente. Así que, por un lado, el pecho femenino era desterrado en beneficio de unos intereses comerciales y, por otro, era fomentado, en beneficio de otros. Pero en ambos casos se trataba de la instrumentalización de la mujer por el lucro y el pensamiento dominante. Pero he aquí que ya a finales del siglo XX se comenzó a sospechar que tal vez fuera verdad lo que nuestras abuelas y bisabuelas practicaban, pues no hay nada mejor ni más sano que criar a un bebé con la leche de su madre. Finalmente, todos terminaron admitiendo la sabiduría existente en la vieja práctica. De esta manera el mito que estuvo en auge durante algunas décadas se vino abajo y con él tantas teorías que le habían acompañado. Y así hemos llegado a la conclusión de que lo mejor es lo que ayer se consideraba anticuado y retrógrado. ¡Qué poco fiables son tantas supuestas brillantes ideas que, en un momento dado, parecen ser la nueva verdad que eclipsa a la antigua! ¡Cuántas declaraciones de los expertos no son más que descomunales meteduras de pata! ¡Qué papel tan engañoso tiene el marketing, que convierte en sospechoso lo bueno y a lo mediocre enaltece! ¡Qué ridículo hacemos cuando enarbolamos irreflexivamente la bandera del modernismo falaz! Y es que la falacia del biberón es aplicable también a otros aspectos de la vida.

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