La locura de Shutter Island

La nueva película de Scorsese te atrapa desde el primer momento –la niebla, el barco, la sirena, la música–, la tensión del mundo febril y enigmático de Shutter Island te engancha como una retorcida tela de araña. Esta isla infernal nos lleva a los registros religiosos habituales de este director italo-americano, que estudió teología en el seminario de la catedral de Nueva York. Enviados, sacrificio, redención, culpa, expiación, inmolación, aquí está el católico Scorsese en estado puro…

02 DE MAYO DE 2010 · 22:00

,
En la bahía de Boston hay una isla escarpada, en la que antaño se construyó una fortaleza, convertida en los años cincuenta en un penal psiquiátrico de máxima seguridad. Es imposible que un demente criminal pueda burlar la vigilancia, sobrevivir en los acantilados y llegar a la lejana costa a nado sin morir de frío. En el ferry que lleva a Shutter Island han embarcado sin embargo dos agente federales (Leonardo di Caprio y Mark Ruffalo), para investigar la imposible fuga de una psicópata (Emily Mortimer), una joven viuda que asesinó a sus tres hijos. Las primeras imágenes de la isla maldita y el inquietante director del hospital (Ben Kingsley), son todo un homenaje al cine de serie B, que ha fascinado al director desde que era niño. Los géneros se mezclan en esta historia de policías, conspiraciones y terror. Doctores sospechosos, noches tormentosas, escaleras de caracol, la trama es todo un parque temático de referencias al cine negro, el
misterio gótico y el terror psicótico que produjo la RKO en los años cuarenta y cincuenta. Martin Scorsese adapta aquí la maravillosa novela de Dennis Lehane, un apasionante escritor, cuya obra ha sido llevada con bastante acierto al cine por autores como Clint Eastwood (Mystic River) o Ben Affleck (Adiós, pequeña, adiós) y la televisión (The Wire). Esta es una película tensa, compleja e hipnótica, que nos absorbe en el mundo enigmático de una isla azotada por tormentas y tempestades. TORMENTA INTERIOR Scorsese narra con maestría el angustioso acorralamiento de este universo desasosegante, que nos ofrece sutiles pistas que nos indican que aquí nada es lo que parece. Esta historia nos hace bucear en la locura de un mundo en el que la pesadilla se mezcla con la realidad. Estamos al límite de la delgada frontera que separa la enfermedad de la cordura, el sueño de la vigilia… En Corredor sin retorno (1963) de Sam Fuller, una de las películas más inquietantes sobre manicomios, junto a tal vez Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), aparecía en los títulos de crédito inicial esta temible frase: “A quien los dioses se empeñan en destruir, primero lo vuelven loco”. Esta obra indaga en los más violentos y perturbadores rincones de la psique humana.
El personaje de Leonardo di Caprio (Teddy Daniels) es un veterano de la Segunda Guerra Mundial, que participó en la liberación del campo de concentración de Dachau. Ha visto en la guerra innumerables horrores y se ha enfrentado al mal de muchas maneras, pero las más turbadoras son las que ha encontrado en su propio corazón. KAFKA EN LA ISLA INFERNAL Estamos en la postguerra, una época desestabilizadora, llena de miedo y sospecha, en un ambiente paranoico de guerra fría. En una entrevista realizada en 1962, a propósito de su adaptación de El proceso de Kafka, Orson Welles explicaba sus razones para resituar su “pesadilla” en 1963, como una historia más cercana a la postguerra. La obra kafkiana “permitía al cineasta hablar de la alienación de ese hombre moderno surgido de la Ilustración” –dice Ángel Quintana en Cahiers du Cinema–, “ese individuo atrapado en sus propios laberintos cuya existencia había desembocado en el horror de los campos de exterminio nazis”. Teddy Daniels es un hombre herido por los efectos de la barbarie, pero es también un ser humano que se enfrenta con sus propios demonios. Si en El castillo el agrimensor de Kafka intenta penetrar en un mundo ajeno, el protagonista de El proceso, Joseph K, es alguien atrapado en un mundo al que cree que pertenece. Lo que le interesa a Scorsese no es el problema legal del crimen, sino la tenue frontera moral que separa la bondad de la monstruosidad. Al igual que el personaje de Sam Fuller en Corredor sin retorno, Teddy Daniels no se da cuenta de que está perdido en el interior del laberinto y nunca podrá llegar a encontrar la salida. CONCIENCIA ATORMENTADA Una de las pesadillas recurrentes del personaje de Di Caprio en Shutter Island le recuerda su entrada en el campo de Dachau, como soldado de las tropas aliadas. Las montañas de cadáveres judíos parecen salidas de un grabado infernal de Doré o una pintura negra de Goya.
El mayor horror que produce la pesadilla no viene sin embargo de la barbarie nazi, sino de su participación en la venganza que supone la ejecución sin proceso de los guardias que encuentran en el campo, suplicando perdón.
“Dios ama la violencia”, dice el guardián que le encuentra perdido en el bosque, después de la tormenta. “No hay un orden moral tan puro como el temporal que acabamos de tener”. La violencia, le recuerda a Teddy, “está en nosotros, sale de nosotros, tan natural como respiramos”. Según el cínico vigilante, lo único que hacemos es seguir el ejemplo de Dios. El problema no es sin embargo de Dios, sino de nosotros. Nuestra culpa nos recuerda que nuestro mal tiene consecuencias. La depravación es una parte de nosotros que nunca abandonamos, ni podemos conquistar. ¿Cómo nos enfrentamos entonces a nuestros traumas, fracasos y pecados? Como dice uno de los médicos, “la clave para cualquier tipo de curación es reconocer la verdad de las heridas que hemos producido o hemos recibido”. Esto no es sólo verdad para la psicología moderna, sino también para la teología bíblica. SANIDAD PROFUNDA Dios es el Médico divino, que hace una obra misericordiosa y sobrenatural en nuestras vidas. “Os lavaré con agua pura, os limpiaré de todas vuestras suciedades y pondré en vosotros un corazón nuevo y un espíritu nuevo”, dice Ezequiel 36:25-26. “Os libraré de todo lo que os manche” (v. 29). ¡Él puede sanar nuestro interior! “Cuando os acordéis de vuestra mala conducta y vuestras malas acciones, sentiréis vergüenza de vosotros mismos por vuestros pecados y malas acciones” (v. 31). Esa conciencia nos impedirá creer que su perdón es algo que nosotros merecemos –nuestra es la vergüenza y la confusión (v. 32) –, pero ¡lo que para nosotros es imposible, para Dios es posible! A lo largo de la investigación de Teddy, vemos repetidamente la necesidad de enfrentarnos a la verdad de nuestro pasado, nuestras heridas y pecados. Unida a ella está sin embargo la mentira de que por algo que hayamos hecho, estamos condenados a ser un fracaso, un monstruo, un mal marido, un inepto padre o alguien terriblemente malo. Es evidente que la atrocidad nos rodea y el mal nos paraliza. Puede parecer locura creer en un perdón dado por gracia, que nos limpia de todo pecado. La verdadera cordura nos ha de hacer desechar toda noción de mérito, pero debemos actuar sobre la base de ese amor que nunca decrecerá. Fuera de la gracia y el perdón, sólo hay mecanismos de defensa, mentiras, dolor y una culpa que nos consume. ¡Necesitamos una sanidad profunda! Sólo ella podrá saciar nuestra sed de redención.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - mARTES - La locura de Shutter Island