El poder de sus caricias

Únicamente aplicando un ungüento de ternura olvidaremos los claroscuros del pasado.

10 DE OCTUBRE DE 2012 · 22:00

,
Creo en el Amor. En un amor fuera de raciocinio, fuera de toda lógica, un amor muy diferente al que los humanos conocemos. Creo en el verdadero amor de Dios para con el hombre, en el contenido puramente bondadoso de su entrega desinteresada, de su mirada atenta, de todas sus palabras tiernas que colman mi corazón de vigor. Todos, unos más que otros, hemos tenido que soportar los azotes de la vida, la incomprensión, el rechazo, la soledad... Una amalgama de sinsabores que sin desearlos han creado en nuestro subconsciente un abrumador dolor. Al conocer a Jesús descubrimos que ese ser de suprema grandeza tiene a bien regalarnos sus caricias, y aunque no las merezcamos, él siempre nos retribuye con algunas de ellas. Las secuelas que dejan los golpes recibidos en el alma, provocan en el presente un dolor que a menudo nos deja con una agria sensación de derrota. Al cruzar nuestra mirada con la de El Sanador, percibimos con agrado la convicción de que hemos de echar una capa de amnesia sobre aquello que nos produjo dolor en el ayer y así poder retomar el camino enarbolando la grata satisfacción del deber cumplido. Es entonces cuando podemos reconciliarnos con esa parte dolida que llevamos dentro, abandonar la queja y sucumbir al perdón. Hemos de eliminar cada escena rebasada de ahogo, echarla fuera de nosotros y reflexionar sobre su ineficacia, sólo así seremos conscientes de que su existencia nunca nos hicieron bien. Únicamente aplicando un ungüento de ternura olvidaremos los claroscuros del pasado, las tempestades que sin ser deseadas irrumpieron en el ayer y que han llenado nuestros corazones de tristes canciones, melodías que han de disiparse entre himnos de perdón. Cristo nos relata con cada una de sus cálidas caricias una historia de amor, del verdadero y único amor del gran Dios hacia el hombre, obrando una vez más el milagro de la transformación, releyéndonos con entusiasmo la parábola del hijo pródigo que vuelve a casa y recibe caricias en vez de azotes. Leo en las manos de Cristo lo que soy, una marca de dolor que él lleva muy cerca de sí y a la cual no mira con desaprobación, sino con ojos amorosos que me siguen llenado de admiración hacia un Dios amigo. Con el corazón sacudido de emoción puedo concebir como Dios sigue haciendo estragos en mi vida, vislumbrando la pasión que se me despierta cuando me acerco hacia él y soy premiada con una de sus paternales caricias.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Íntimo - El poder de sus caricias