Semillas de bondad

Relato con cadente voz las grandezas que me acontecen. Las emito susurrándolas por miedo a que el viento de la incredulidad les robe la frescura que poseen. Aún después de muchos años en el sendero de Dios, sigo sorprendiéndome con suma facilidad ante su derroche de amor para conmigo, y para con quienes me rodean.

27 DE DICIEMBRE DE 2007 · 23:00

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No creo ser merecedora de tanto amor, de ese despliegue afectuoso que desprende en forma de caricias. Me sobrecoge la manera en la que suele presentarse ante mí. Sus formas tan delicadas y especiales que siguen suscitando mi asombro. Sigue mostrándome cada día las grandezas de una entrega sin igual, el delicado trazo de sus planes en contraposición a los míos. Resuelve mis incógnitas aplicando sobre ellas pinceladas de espera, y sólo cuando creo que no voy a soportar más la larga pausa de su silencio, resuena su voz con la respuesta adecuada, la solución perfecta. Ahora que el invierno se hace notar y las tardes te invitan a la tertulia, suelo desnudar mis sentimientos a la lumbre del calor que proporcionan los amigos. Hablamos de mil asuntos, todos variados, pero siempre llega ese momento en el cual, sobrecogidos por un común espíritu, salen de nuestros labios esas expresiones agradecidas que intentan resumir torpemente las grandezas de nuestro Dios. Si hay algo que aún después de tanto tiempo sigue despertando mi interés, es sentir como Dios me sorprende cada día. No existe un solo instante en mi rutina diaria que no encuentre señales de su amor para conmigo. Una amalgama de buenos propósitos derramados sobre mí, un sin fin de semillas de bondad depositadas en el sendero por el cual transito. Hoy, mientras escribo, vuelvo a sentir su apoyo, el exquisito sabor de su complicidad, vuelvo a sentir la pequeñez de mi alma ante él.

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