La soledad del lector

Los libros se escriben en soledad, intimando con los detalles, los sintagmas, los verbos, la metáfora, el presente y el pasado.

07 DE JUNIO DE 2007 · 22:00

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Los libros se escriben en una enigmática soledad sólo compartida y agasajada por los muchos visitantes que acuden a la mente del escritor implorando un papel en la obra que va a dar comienzo. Es bien sabido el aislamiento que circunda al autor antes de parir un trabajo. Esos mismos libros que tan profusamente se escriben, si se les otorga la gracia de ser leídos, encuentran a un lector que de forma también solitaria engulle las palabras que plasmadas en el papel desean dialogar con él. Hoy me detengo en ese ensimismamiento de quien se dedica a la lectura, ese detener el tiempo y dejarse llevar por el oscuro color de la tinta. He manifestado en otras ocasiones la pasión que me mueve hacia la lectura, un sano vicio del que soy víctima desde mi adolescencia y que admito haber sido una tabla de salvación en los momentos más confusos. No alardeo de haber leído a los “grandes” ni he plasmado mis ojos en aquello que dicen ser de lectura obligatoria. Siempre he leído lo que me ha parecido interesante, aunque a ojos de intelectuales y eruditos en letras sea algo carente de valía. A mi parecer no hay mejor crítico que uno mismo. Pero volvamos a ese placer solitario, ese mundo silencioso donde a través de las palabras uno recibe el ramalazo frío de un contexto hostil, y la grácil mano que acaricia el tiempo. La sutil frase oculta que te descubre el secreto de un misterio y el candoroso poema vertido al viento. Descifras en silencio lo que te susurran desde el papel, las frases revestidas de un colorido que hace volar tu imaginación a lugares desconocidos, desenvolviendo el envoltorio de vidas distantes y conociendo el significado de palabras que antes ignorabas. Los libros pueden parecernos mejores o peores, gustarnos más o menos, pero todo libro escrito lleva impreso el deseo de un escritor o escritora que abandonándose regala parte de sí a extraños que entremetidos entre sus páginas absorben el elixir que las palabras emiten. Y entre todos los libros, los leídos y por leer, está ese compendio de muchos libros contenidos en uno, todos dictados por el mismo autor. Esa magistral obra que se desmenuza poco a poco aportando un mensaje sorprendente y admirable. Esa Palabra divina que al ser leída hace que el lector, ungido por un halo de fe, descubra que las frases toman un significado distintos convirtiéndose en expresiones portadoras de vida, encontrando en cada pasaje una lección a aplicar en la rutina del día a día. Al orar hablamos con Dios, pero cuando leemos su Santa Palabra, es Él quien nos habla.

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