Entonces Simón Pedro, que tenía
una espada, la desenvainó e
hirió al siervo de sumo sacerdote,
y le cortó la oreja derecha.
Y el siervo se llamaba Malco

(Jn 18:10)

Con cuánta prontitud desenvainó Pedro su espada y arremetió contra aquel siervo. En un acto de furia; muy habitual en él, se tomó la libertad de defender al maestro de una forma que distanciaba mucho de la manera de proceder que Jesús había enseñado."/>

Malco, una vida transformada

Entonces Simón Pedro, que tenía
una espada, la desenvainó e
hirió al siervo de sumo sacerdote,
y le cortó la oreja derecha.
Y el siervo se llamaba Malco

(Jn 18:10)

Con cuánta prontitud desenvainó Pedro su espada y arremetió contra aquel siervo. En un acto de furia; muy habitual en él, se tomó la libertad de defender al maestro de una forma que distanciaba mucho de la manera de proceder que Jesús había enseñado.

12 DE ABRIL DE 2007 · 22:00

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Malco, un hombre sumido a las órdenes del sumo sacerdote sufrió en su propio cuerpo las consecuencias de aquel acto violento. Jesús se acerca hasta él y obra el milagro. Recubre con amor lo que Pedro ha mancillado. Sana la herida, mitiga el dolor, expande ternura propagando el significativo e inigualable aroma de una bondad sin precedentes. Manifiesta que Él el Dios, y lo hace de la manera más correcta, más sublime, posicionándose en el umbral de la humildad unida a la perfección. ¿Qué pasó en la vida de Malco? ¿Qué cambio experimentó la trayectoria en la existencia de éste hombre? Desconozco que fue de él, pero alegóricamente pienso que su vida no pudo seguir siendo la misma, nadie puede permanecer igual tras haber tenido un encuentro con Jesús. Cada tramo de vida rozada por las manos del Maestro experimenta un cambio significativo, una ineludible transformación. Malco la experimentó, al igual que aquella mujer que valientemente en un acto de fe tocó el manto. Lo experimentó la mujer viuda cuyo hijo fue resucitado, lo hemos experimentado cada uno de nosotros que de una forma u otra hemos llegado hasta sus pies recibiendo la salvación. Cuando Jesús toca una vida es imposible olvidarlo. Hay quienes después de conocerle abandonan sus sendas arrinconando lo descubierto, ciñéndose a formas de vidas diferentes a las que a Dios le agradan. Pueden, y de hecho son muchos los que así lo hacen, pero llego a pensar que quienes se conducen de esta manera no han tenido un verdadero encuentro con Dios. El roce de su mirada, una tierna palabra suya, las caricias de sus manos sanando heridas, son ingredientes más que suficientes para ser conquistados por Él. Tras una cita con el autor del amor la vida es coloreada con suaves matices de indescriptible belleza y algo así, no puede pasar desapercibido.

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