Posesiones materiales (III): la justa medida (I)

Cuando Jesús llegó a Jericó (Lucas 19) decidió quedarse precisamente en la casa de Zaqueo, un hombre que no sólo era rico sino además jefe de una casta tan poco recomendable como los publicanos.

20 DE FEBRERO DE 2014 · 23:00

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Siguen existiendo zonas pobres en India, pero el avance económico en los últimos años resulta prodigioso.

Sin duda, uno de los caballos de batalla más recurrentes en veinte siglos de cristianismo es el de la posible relación entre la riqueza y la vida del Evangelio. La cuestión ha venido enturbiada por no pocos condicionantes históricos. Por ejemplo, desde la Segunda guerra mundial, debido a la influencia del marxismo, se ha hecho común repetir una y otra vez que los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres.La afirmación resulta ideal como forma de agitación política, pero es radicalmente falsa.Los ricos son, en general y salvo crisis o revoluciones, más ricos y los pobres… también. El avance experimentado por las clases más humildes y las naciones más pobres ha sido en las últimas décadas verdaderamente espectacular. Basta mirar en torno nuestro y cualquier persona que tenga más de medio siglo sabe que los pobres de hoy en España viven infinitamente mejor que no poca de la gente de clase media de hace cincuenta años. Lo mismo sucede con el panorama mundial. Durante mi infancia, la India era un paradigma de pobreza y es lógico que así resultara porque pasó del régimen colonial al socialismo no-alineado. Al igual que en el caso de China, los dragones de Extremo Oriente y otras economías asiáticas – y hablamos de un porcentaje nada baladí de la población mundial – el salto económico ha sido astronómico. Siguen existiendo zonas pobres en India, pero el avance resulta prodigioso y es prácticamente imposible dar con una aldea sin servicio de internet o de telefonía móvil.El que escribe estas líneas lo ha comprobado en varios viajes. Es verdad que el socialismo del siglo XXI está quebrando, por otro lado, economías como la de Venezuela, pero, en términos absolutos, en el conjunto del globo, los pobres no son más pobres sino menos e incluso en centenares de millones de casos han dejado de serlo.No sólo eso. Por primera vez, en la Historia de la Humanidad, los organismos internacionales coinciden en que la meta de acabar con el hambre en el planeta es posible y alcanzable en un plazo relativamente breve. Otro factor que enturbia el análisis es definir exactamente la pobreza. Si ésta queda señalada por los criterios del siglo I habrá que conceder que incluso un porcentaje nada pequeño de los miserables de hoy son enormemente ricos. Salvo en algunas zonas muy localizadas de África, los pobres de la actualidad están mejor alimentados, mejor vestidos y mejor atendidos que la inmensa mayoría de la población del imperio romano en época de Jesús.Incluso en el caso de las clases altas, las vacunas o la odontología configuran un universo que, al menos ocasionalmente, resultaría envidiable para un emperador como Tiberio o Nerón… o incluso para alguien que hubiera vivido en la primera mitad del siglo pasado. Por si todo lo anterior fuera poco, los intereses de las entidades eclesiales han contribuido también no poco a emborronar la cuestión. Por ejemplo, la iglesia católica no tuvo nunca problema en aceptar que un sector del clero fuera pobre siempre que la riqueza que esos “pobres” tenían siguiera en manos eclesiales.Teóricamente, los benedictinos deberían haber sido pobres centrados en el “ora et labora”. Sin embargo, al cabo de pocas generaciones, no sólo habían acumulado inmensas riquezas sino que habían abandonado el “labora” descargado sobre siervos para dedicarse sólo al “ora”. Cuando algunos personajes, como Francisco de Asís, intentaron regresar al pauperismo inicial, la Santa Sede no tardó en controlar al movimiento.Antes de su muerte, Francisco había perdido el control de su orden y aquellos de sus seguidores que pretendieron seguir el impulso inicial – los fraticelli – acabaron condenados conciliarmente y procesados por la Inquisición. La pobreza estaba bien, sin duda, sobre todo para inspirar legados y donaciones, pero, por supuesto, no podía erosionar lo más mínimo el inmenso caudal de riquezas y propiedades que la iglesia católica iba amasando con el paso de los siglos y que sólo podían aumentar gracias a mecanismos como el régimen de manos muertas – suprimido por la Reforma en el siglo XVI y en otras naciones por los liberales en los siglos XVIII y XIX – o el celibato del clero. La misma teología de la liberación – uno de los mayores dislates teológicos de todos los tiempos – podía utilizar el marxismo como instrumento de análisis como reconocían abiertamente algunos de sus autores e igualmente podía subrayar la denominada “opción por los pobres”, pero, de manera bien reveladora, en los lugares donde alcanzó el poder, como Nicaragua, no socializó ni una sola propiedad eclesial. No es sorprendente que, con el paso de los años, en la Nicaragua actual, el cardenal Obando, antiguo enemigo de los sandinistas, se abrace con Daniel Ortega y con su programa de “¡Viva Nicaragua socialista, cristiana y solidaria!”, consigna, por cierto, ideada por la esposa de Ortega, una ferviente católica que, a la vez, practica la hechicería. A día de hoy, sin duda, las proclamas del papa Francisco en pro de la solidaridad y de los pobres pueden conmover a muchos. También al autor de estas líneas le conmueven hasta lo más hondo de su ser porque no termina de comprender cómo se puede afirmar todo eso viviendo en un edificio con centenares de dependencias y siendo la cabeza de una institución que es la mayor propietaria de bienes raíces – sin entrar en otro tipo de bienes - del mundo y que cuenta con un banco cuya opacidad resulta proverbial. Dicho sea de paso, se trata de una institución que desde mediados de los años noventa y sólo en España se está apoderando de millares de propiedades sobre las que no tiene título alguno. Lamento haber sido farragoso con la introducción, pero me parece indispensable antes de abordar un tema que exigirá varias entregas y que ha sido desenfocado vez tras vez por condicionantes históricas nada inocentes que deben desbrozarse de manera previa. Y, sin embargo, en las Escrituras todo parece meridianamente claro. Cuando Jesús llegó a Jericó (Lucas 19: 1 ss) decidió quedarse precisamente en la casa de Zaqueo, un hombre (v. 5) que no sólo era rico sino además jefe de una casta tan poco recomendable como los publicanos (v. 1). Lejos de asumir las críticas propias de la lucha de clases – y de la pésima teología de la liberación – que descalificaban a Zaqueo (v. 7), Jesús entró en aquella casa porque vio a Zaqueo como un hijo de Abraham que necesitaba salvación (v. 9).El Hijo del Hombre, a fin de cuentas, no había venido a hacer demagogia, a pronunciar discursos pauperistas ni a proferir majaderías interesadas como la de la “opción preferencial por los pobres”.Había venido “para buscar y salvar lo que se había perdido” (v. 10). Poco sorprende que Zaqueo, de manera voluntaria, decidiera cumplir con la sanción que la Torah marcaba para los casos de apropiación indebida de la propiedad de otros e incluso anunciara que entregaría una parte de su patrimonio a los pobres (v. 8). Como en tantas ocasiones en que el Reino de Dios se hace visible, las categorías que actúan resultan mucho más profundas – y veraces – de lo que la mayoría de los seres humanos puede ver. En la acción de Jesús, estaba el mesías buscando y salvando al pecador y el pecador, transformado, cambiando radicalmente su punto de vista. Es cierto que, a consecuencia de lo sucedido, Herodes no creó una partida del presupuesto para que de ella, bajo excusa de acabar con el hambre, viviera gente mantenida por los impuestos que Zaqueo hasta entonces había sacado a los pobres habitantes del territorio. Tampoco un comité local se apoderó de la casa de Zaqueo o la llenó de okupas. Mucho menos Jesús se dedicó a pedir el exterminio de Zaqueo y de los que eran como él. Pero, por mucho que desilusione a algunos, en la acción de Jesús y en la respuesta de Zaqueo hay una profundidad, un calado e incluso una belleza que supera lo anterior de la misma manera que un ángel está muy por encima de una cucaracha. Deberíamos reflexionar en ello. Pero del tema, centrados en la Biblia y desprovistos de condicionantes históricos, seguiremos hablando en próximas entregas. CONTINUARÁ

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