El sermón del monte (III): La Torah (2)

Vimos la pasada semana que Jesús, lejos de ser un personaje contrario a la Torah, enmarcó su enseñanza en la que, con mayor o menor fidelidad, había seguido el pueblo de Israel durante siglos. No había venido a anular o derogar la Torah sino a cumplirla y eso resultaba de aplicación tanto para los preceptos más relevantes como para los, aparentemente, mínimos."/>

Jesús y la Torah

El sermón del monte (III): La Torah (2)

Vimos la pasada semana que Jesús, lejos de ser un personaje contrario a la Torah, enmarcó su enseñanza en la que, con mayor o menor fidelidad, había seguido el pueblo de Israel durante siglos. No había venido a anular o derogar la Torah sino a cumplirla y eso resultaba de aplicación tanto para los preceptos más relevantes como para los, aparentemente, mínimos.

17 DE SEPTIEMBRE DE 2009 · 22:00

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Ya analizamos en el artículo anterior que la exposición de la Torah que encontramos en Jesús abunda en paralelos con la de la literatura rabínica en diferentes textos(1). Un planteamiento similar de colocar una “cerca en torno a la Torah” lo encontramos en la enseñanza de Jesús sobre el adulterio: Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Mas yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo, y arrójalo de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado a la Guehenna. Y si tu mano derecha te fuere ocasión de caer, córtala, y arrójala de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado a la Guehenna. También fué dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio. Pero yo os digo, que el que repudie á su mujer, salvo caso de fornicación, hace que ella adultere; y el que se case con la repudiada, comete adulterio. (Mateo 5, 27-32) De nuevo, Jesús utilizó en este caso el principio de la “cerca en torno a la Torah”. El adulterio –una conducta también condenada universalmente por las más diversas culturas– es un comportamiento prohibido por la Torah, pero además hay que tener en cuenta que se inicia cuando alguien contempla con deseo a una persona casada. Hasta el día de hoy, los rabinos se dividen ante la idea de si existe adulterio cuando quien lo perpetra es un hombre casado y la mujer es soltera. La tradición askenazí ha entendido que sí hay adulterio, pero la sefardí mantiene que no apelando a que la poligamia nunca ha sido abolida formalmente. La posición de Jesús resultaba obvia. El adulterio también puede ser cometido por los hombres –es un hombre, de hecho, el protagonista de su ejemplo– y para no llegar a esa situación hay que evitar conductas que anteceden al pecado. Pero Jesús va todavía más allá e introduce un elemento propio del contexto judío que en la actualidad sigue planteando problemas en el seno del judaísmo y que, quizá por esa circunstancia, ha dado lugar a no pocas interpretaciones erróneas de autores gentiles. Nos referimos al divorcio que no ha sido correctamente formalizado de acuerdo con lo que establece la Torah. Según la enseñanza dada por Dios a Moisés, el divorcio tenía que contar con un motivo y además ir acompañado por la entrega a la mujer de un documento formal (Deuteronomio 24:1-4). Ese documento no sólo salvaguardaba la honra de la mujer y establecía su situación como distante de la desprotección, sino que además dejaba de manifiesto que la citada persona era libre y podía volver a contraer matrimonio si así lo deseaba. El hecho precisamente de que servía para salvaguardar los derechos femeninos tenía como consecuencia el que no pocos evitaran ese importante trámite –el mismo fenómeno sigue produciéndose a día de hoy en el seno de las comunidades judías– para eludir responsabilidades. Semejante acción, claramente infectada por sus motivaciones egoístas, es condenada por Jesús de manera tajante. Al no haberse disuelto el matrimonio tal y como indica la Torah, esa mujer seguía legalmente casada y, por lo tanto, al contraer nuevas nupcias cometía adulterio y lo mismo sucedía con su nuevo cónyuge. Por supuesto, semejante norma no era de aplicación en los casos en que no existía aún matrimonio como, por ejemplo, sucedió cuando José supo que María, la madre de Jesús, estaba embarazada y se propuso repudiarla en secreto, para no infamarla, sin la menor referencia a un documento público de divorcio (Mateo 1:19). Evitar, por lo tanto, el adulterio incluía en la halajah de Jesús no sólo no cometer el acto físico concreto sino rechazar los deseos pecaminosos con la misma repulsión con que se rechazaría la mutilación y no caer en conductas, como la de evitar el trámite legal del divorcio, que pudieran llevar a otros a cometer adulterio incluso de manera inocente. Este mismo enfoque de colocar una valla en torno a la Torah, lo encontramos también en relación con la práctica de la veracidad. Tras referirse al adulterio, indica Jesús: Además habéis oído que fue dicho á los antiguos: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Mas yo os digo: No juréis de ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer que uno de tus cabellos sea blanco o negro. Mas sea vuestro hablar: Sí, sí; No, no; porque lo que va más allá de esto, del maligno procede (Mateo 5:33-37) Una vez más, la halajáh de Jesús resulta enormemente reveladora. La Torah establecía una exigencia de veracidad en especial en aquellos casos en que se empeñaba la palabra ante Dios. No resultaba lícito jurar en falso y lo que se hubiera jurado debía ser cumplido. Jesús va mucho más allá. Desde su punto de vista, el juramento surge porque los hombres no se rigen por un comportamiento veraz y sincero y acaban teniendo que recurrir a garantías extraordinarias para ser dignos de confianza. Por eso, hay que, primero, rechazar todo tipo de juramento y, al mismo tiempo, actuar y hablar de una manera tan veraz que baste con decir sí o no. Las razones son obvias. De entrada, un juramento no garantiza nada por la sencilla razón de que no puede lograr algo tan sencillo como sería cambiar el color del cabello, pero es que, por añadidura, cualquier uso de la palabra que no sea claro y evidente en su contenido muestra un peligroso origen diabólico ya que, al fin y a la postre, el Diablo es el inventor de la mentira. CONTINUARÁ
1) La presente serie está tomada sustancialmente de un libro que con el título de Jesús, el judío será publicado en breve por la editorial Plaza y Janés. En la citada obra, de notable extensión, el autor muestra las conexiones de la enseñanza de Jesús con el judaísmo de la época y procede a interpretarla sobre ese contexto.
Artículos anteriores de esta serie:
 1El sermón del monte: las Bienaventuranzas 
 2La Torah y las bienaventuranzas 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - La voz - Jesús y la Torah