Cuestión de palabras

La cuestión del machismo y del papel de la mujer en la iglesia a lo largo de la historia depende, en gran medida, de un puñado de palabras y de su traducción a las diferentes lenguas.

21 DE MARZO DE 2016 · 18:38

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En mi último artículo, sin proponérmelo, realicé un experimento sociológico. Encontré una forma casi palpable de demostrar cuánto poder tienen las palabras y lo influidos que vivimos bajo ellas.

Cuando utilizaba feminista no me refería, en absoluto, a señoras lesbianas de pelo rapado anunciando la inutilidad del varón en la sociedad presente, ni a las de Femen paseándose sin camisa para defender el aborto, ni a cosas por el estilo. A eso se asocia una clase de feminismo con la que no comulgo. Yo me refería, simple y llanamente, a la pura definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua: “1. m. Ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres”. Desde ese sentido estricto nadie me puede negar que la Biblia defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres; por lo tanto, sí que es feminista.

Sin embargo, las voces críticas se levantaron contra un vocablo que se ha usado mal y se ha manipulado al antojo de personas convencidas de que sus bajas pasiones y sus pecados son justificables. Del mismo modo se han usado mal palabras a lo largo de toda la historia de la humanidad. Fallo mío no ser más sensible a ese respecto.

Por ejemplo, inquisición no es más que el acto de inquirir, o sea, de averiguar, examinar. Si seguimos las palabras del apóstol Pablo, hemos de hacer una inquisición de todo y quedarnos con lo bueno. La pena es que no podemos usar esa palabra porque se asocia a algo básicamente desagradable, una institución que a lo largo de varios siglos, y en nombre de Cristo (algo repugnante), asesinó, torturó, persiguió y masacró a una sociedad entera.

Las palabras tienen un poder impresionante, algo que no es de extrañar ya que provenimos y estamos hechos a imagen de un Dios que creó lo existente por medio de su palabra, cuyo Hijo es llamado logos hecho carne. Nuestras palabras también llevan asociado el poder de crear o de destruir. Si a un niño se le repite diariamente que es un inútil, aunque se le haya criado bien, cuando sea adulto estará absolutamente convencido de que es un inútil, y no se esforzará en algo que no cree posible cambiar. Por otro lado, conozco casos de niños con síndrome de Down o con alguna discapacidad que se han criado con padres que les repetían lo valiosos y válidos que eran, que han llegado a sacarse carreras universitarias, a tener trabajo y vivir independientes.

Todo, al final, en una sociedad formada por humanos, se resume en la palabra. En las sociedades de hormigas no tienen estos problemas.

La cuestión del machismo y del papel de la mujer en la iglesia a lo largo de la historia depende, en gran medida, de un puñado de palabras y de su traducción a las diferentes lenguas. Las traducciones, como muchos sabrán, nunca serán cien por cien fidedignas. Una traducción siempre tendrá una parte del traductor, de su bagaje, su cultura, su historia, su sociedad. Los traductores, aun el mejor de ellos, aun el que intente pasar lo más desapercibido posible, pondrá de su parte sin querer. Cuando Bialik, uno de los padres de la lengua hebrea moderna, se propuso traducir el Quijote, se encontró con que no había equivalente. ¿Cómo hacer que suene antigua una lengua recreada en los albores del siglo XIX de trozos de toda una historia lingüística fragmentada? El traductor lo solucionó utilizando mucho vocabulario arameo. Para un lector de la época, lo arameo le sonaba a los antiguos rabinos. ¿Acaso hablaba don Quijote en arameo? ¡Qué osado el traductor! ¿Pero de qué otra manera transmitir la idea, que no la letra, de un libro tan importante a través del tiempo y del espacio?

No hace falta llegar a esos extremos, pero con la Biblia, a pesar de ser el libro más estudiado y traducido, sucede algo parecido. Debemos considerar, siempre, no solo el contexto del autor original, sino además el contexto del traductor que nos facilitó la opción de leerlo en nuestra lengua. ¿Cómo pensaban en su época? ¿Qué ideas tenían? ¿Qué papel tenía la mujer? Eso influye muchísimo en el momento en que el traductor decide por qué opción decantarse con un término o una expresión.

Voy a poner un ejemplo. He aprendido mucho en estas dos semanas, a raíz de los comentarios del último artículo, sobre los que no piensan como yo con respecto al papel de la mujer dentro de la iglesia. Con pesar he podido comprobar que sus argumentos, en gran medida, se basan en:

a) Una relación con Dios basada en el castigo y el miedo. Si no obedezco a Dios, me llevaré la condenación, presente y futura, de tales malas acciones. No cabe la idea bíblica de que hay veces que el pecado está más en quien observa que en la realidad (como le pasó a Pedro con la sábana llena de animales en Hechos 10). Esa es una visión muy judía de la Torá, pero que no contempla la nueva relación que tenemos con Dios por medio de Cristo. Un profesor mío lo resumía así: “El cristiano cree que a Dios le importa lo que creemos más que lo que hacemos o, si no, no habría opción de perdón; el judío cree que a Dios le importa lo que hacemos, no lo que creemos, y que dará igual lo que creamos siempre y cuando hagamos lo que tenemos que hacer”.

b) Una visión de la Biblia monolítica: no que la Biblia sea un monolito, sino que ellos la ven como una sola pieza sin tomar en consideración géneros literarios, momentos históricos, lenguas, autores, temas, traducciones, etc. No lo digo yo; los grandes teólogos y maestros de la hermenéutica de todos los tiempos advierten que hemos de considerar estas cuestiones para poder entender la Biblia.

c) Poca capacidad de diálogo. Eso sobre todo. No son personas acostumbradas a salir de sus círculos, a tener que vivir la vida cotidiana, donde la gente no es “santa”, no tiene una moral cristiana, no se rige por los principios de su iglesia, etc.

Los que opinan así interpretan el ayuda idónea de Génesis 2:18 (“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”) como que la mujer, al ser creada después del hombre, es inferior en el orden de la creación. Alguno me dijo, con toda tranquilidad, que la Biblia dice que la mujer fue creada para servir al hombre. Muchos sabemos ahora que el texto original se puede traducir de otra manera. De hecho, aunque en castellano ayuda tiene una connotación jerárquica, de subordinación, la palabra originar hebrea, ezer, no la tiene. De hecho, esa palabra se utiliza en la mayoría de los casos del Antiguo Testamento para referirse al Dios Todopoderoso que acude en auxilio y ayuda del pueblo de Israel, y nadie opinaría, siguiendo el mismo ejemplo, que Dios está por debajo de Israel por ofrecerle ayuda. Desde el original, la Biblia está señalando a la mujer no como sirvienta, ni ayuda de cámara, sino como representante del alivio, el consuelo y la misericordia de Dios en la Tierra, hacia el hombre, pero, en realidad, también hacia la mujer; hacia toda la humanidad. La mujer es el “tú” de la humanidad, la otra persona con la que relacionarnos y cumplir con el mandato divino. Mejor en compañía.

Es una diferencia sutil, pero ahí está. El traductor no tenía otra palabra de la que echar mano, y nuestra concepción patriarcal del mundo hizo el resto.

Cuando en 1 Pedro 3:7 se habla de que los maridos deben tratar a sus mujeres con respeto porque son “un vaso más frágil”, muchos quieren interpretarlo como que, ciertamente, Dios ha hecho más frágiles a las mujeres. La verdad es que el texto no da pie a esa idea, ni la alienta ni la rebate: somos nosotros, desde nuestros ojos, los que la interpretamos así. Del mismo modo podría entenderse que la mujer es una parte frágil de la sociedad, y sobre todo en su época, no porque Dios lo haya decidido así, sino por el pecado en que vivimos. Las mujeres y los niños son los eslabones débiles, el vaso frágil que no soporta golpes sin quebrarse. Qué maravilla las palabras de Pedro, en línea con todo lo que dice la Biblia desde Génesis: estar del lado de Dios es estar del lado del más desfavorecido, siempre. Y nuestro deber es contrarrestar eso, en la medida de nuestras capacidades, en la medida de nuestra posición, si queremos llamarnos hijos de Dios.

Pero hay otro texto más oscuro que quienes defienden la visión monolítica de la Biblia lanzan a los que no son de su opinión, y es otro texto que también tiene mucho que ver con el uso de la palabra. Lo cierto es que yo estoy totalmente a favor de lo que Pablo advierte en 1 Timoteo 2:11-15, pero no, no creo que se deba interpretar como algo que debe hacerse universalmente, como una regla fundacional de la iglesia, porque el propio texto no da margen para ello. Los que defienden que no es bíblico que la mujer predique ni siquiera se paran a observar que el texto de 1 Timoteo 2 no habla de pastores ni de predicaciones; habla de cómo se enseñaban las cosas en aquel entonces, cuando aún no estaban escritos los evangelios ni se había formado el canon reconocido de las cartas de Pablo: la enseñanza se hacía en grupos pequeños, de forma oral, a través de los apóstoles, y después de quienes habían sido discipulados por ellos, y así sucesivamente. Siempre había gente nueva en la iglesia, y siempre había que volver a enseñar lo básico, y es muy presumible que se hicieran grupos específicos de aprendices de Jesús para irles enseñando, aunque se compartiera con el resto de la congregación la reunión, con lo cual, hacían falta maestros. No es como ahora, que a veces les damos una Biblia (en el mejor de los casos) y esperamos que durante la semana se las apañen lo mejor posible hasta el siguiente domingo. De hecho, en aquel entonces las reuniones eran casi a diario, o muy a menudo, y no solamente un día a la semana. Más aún, esas reuniones no se hacían en un lugar santo, o especial, sino en las propias casas de los creyentes.

Un inciso interesante: con esto en mente, el otro día me topé con un comentario de 1 Corintios 11:10 acerca del velo de las mujeres, y el autor del comentario, supongo que con toda su buena intención, decía: “La insubordinación de una mujer que no se cubre (…) ofendería a los ángeles que observan la conducta de los creyentes en sus reuniones de iglesia”. No digo que no, pero en una carta tan obvia y clara como esta que Pablo se ve obligado a escribir a los corintios que no se enteraban de nada, que eran como niños espiritualmente, ¿esa referencia espiritual no es un poco rebuscada? Yo me decanto por una cuestión muy sencilla: en vez de traducir angelos como ángeles, quizá hubiera sido más sencillo traducirlo como mensajeros, que en sí es su significado original. Si Pablo está enseñando a las mujeres de Corinto que aunque su identidad nueva en Cristo les otorgue una libertad y una situación muy diferente a la que tenían en su sociedad romana, vivían todos los días en esa sociedad, rodeadas de personas a las que no servía de nada escandalizar gratuitamente (algo que repite mucho Pablo en 1 Corintios). Simplemente, a causa de los mensajeros, una figura muy común en la época y en aquella ciudad, personas que entraban y salían de las casas (que no cerraban las puertas) donde se realizaban las reuniones para entregar paquetes, cartas, o comunicar recados (y puesto que esas personas consideraban a una mujer sin velo como una prostituta), para que esos mensajeros no fueran después diciendo que los cristianos practicaban la prostitución o cosas peores, era mejor que las mujeres llevaran el velo puesto aunque estuvieran dentro de sus casas. En realidad es una opción sencilla y cotidiana. Solo cambia la traducción que le otorgamos a una sola palabra.

Volviendo a Timoteo, ¿cuál es el problema de la mujer? Su problema era que hasta la llegada de Jesús no servía para nada más que para lo que servía: para criar hijos. No tenían valor, no merecía la pena educarlas ni enseñarles a leer, su vida pertenecía al hombre de turno (su padre, su hermano, su marido), y no podían tomar ninguna decisión por su cuenta. En el mundo grecorromano, si su marido se cansaba de ellas, podía despacharlas y divorciarse sin dar explicaciones, y esas mujeres perdían la custodia de sus propios hijos y a veces no podían volver a verlos, si el marido se empeñaba en ello y era poderoso. Y ellas no podían reclamar absolutamente nada. Solo es un comentario acerca de la luz, la paz y la bondad que significó Cristo para una mitad entera de la humanidad. Nos preocupamos del versículo en que las mandan callar, pero no prestamos atención en que todo descansa en la parte en que las mujeres debían aprender. Eso sí que era revolucionario, y más viniendo de un fariseo como Pablo. ¡Nada menos!

Sin embargo, quienes quieren interpretar este pasaje como una orden universal, no se fijan ni en el antes ni el después: ¿por qué habla Pablo de que los hombres levanten “manos santas sin ira ni contienda”? No lo sé, pero la verdadera pregunta es: ¿por qué nunca se insiste en esta enseñanza de forma tan literal como nos han impuesto la enseñanza de la segunda parte? Se ha enseñado que la mujer debe callarse, que ninguna mujer puede enseñar a un hombre (difícil encajar esto con el propio testimonio de Timoteo, que fue enseñado por su madre y su abuela), pero no se enseña con la misma vehemencia que los hombres deben levantar manos santas sin ira ni contienda. Y mi solución es que, simplemente, solo miramos lo que queremos ver. La enseñanza de la Palabra no oprime a la mujer, pero la enseñanza de los hombres, sí. No hay más. Se toma y se descontextualiza lo que conviene.

El caso es que, de repente, Pablo se pone a hablar de forma muy rara de Eva, de Adán, de quién es el origen de quién, e incluso se atreve a decir que la mujer “se salvará engendrando hijos”. Y vuelvo a preguntarme cómo es posible que se enseñe que el pasaje de guardar silencio y no enseñar a los hombres es literal siendo que justo dos frases por debajo es imposible que sea literal, porque si tomamos este pasaje en su totalidad literalmente, el versículo de la salvación de las mujeres debemos tomarlo literalmente, y eso sería una catástrofe. ¿Dónde marcamos el límite de lo que es universal y de lo que no? ¿Qué es literal y qué no? Básicamente, lo que al predicador de turno le interese; porque se ofrecen explicaciones para el texto de la salvación de las mujeres, pero no para el de que debe callarse. Si la mujer se salvará engendrando hijos, si realmente es así, tenemos un problema muy gordo. Primero, porque contradice todo el evangelio, y una declaración tan clara como Romanos 10:9: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.

Sproul, un gran teólogo y maestro, explica en Cómo interpretar la Biblia que los textos oscuros siempre deben interpretarse a la luz de los más claros. Si interpretamos el texto oscuro (1 Timoteo 2) a la luz del claro (Romanos 10), queda claro que no podemos interpretar 1 Timoteo 2 en su totalidad de forma literal, sino como una enseñanza aplicada a una situación específica, porque no podemos separar las partes que a nosotros nos interesa que sean literales de las que no lo son. Así pues, trataré de entender bien el contexto de 1 Timoteo 2 para encontrar su explicación y su enseñanza. Pero si interpretamos el texto claro (Romanos 10) a la luz del oscuro (1 Timoteo 2) de repente me veo ante la angustiosa cuestión de que, si es verdad que yo no me salvo creyendo en Jesús, sino teniendo hijos, en tal caso existe una Palabra de Dios para hombres y otra para mujeres. En tal caso, no tenemos acceso a la misma salvación, ni hemos sido creados iguales. En tal caso, por ejemplo, como el Salmo 1 habla de que “Bienaventurado es el varón”, significaría que yo, siendo mujer, aun haciendo lo mismo, no sería bienaventurada ni bendecida por Dios. Y qué oscuro destino es el de estar apartado de la luz de Dios y no tener acceso a su salvación. ¿Qué pasaría con las mujeres estériles? ¿Qué pasaría con las que mueren jóvenes sin haber podido tener hijos? No son más que unas cuantas palabras, pero espero que entendáis de forma general la confusión y el desánimo que genera interpretarlo así.

Solo por eso cualquier cristiano sincero mira con cautela este texto. Ahora bien, ya sabemos que es oscuro, ¿cómo añadirle luz?

A mí me enseñaron que cuando uno lee la Biblia y la estudia, debe estar pendiente tanto de lo que dice como del cuándo lo dice y cómo lo dice.

Hay cosas importantes que observar: 1 Timoteo 1:3 habla de que había algunos que estaban enseñando una doctrina diferente. En Efesios 4:14 Pablo le recuerda a esta misma iglesia que no se dejen llevar por cualquier viento de doctrina. Así que era un tema importante, aunque no se especifique el qué. El papel empleado en escribir cartas y el medio manual de hacerlo eran costosos, y los medios de mensajería aun más. Lo normal en la época era omitir los detalles sabidos por todos para acortar. Qué pena que en aquel momento Pablo no fuese consciente de que el Espíritu Santo haría que su texto fuese leído por generaciones de creyentes a lo largo de todos los tiempos y los lugares, y no solamente por su estimado discípulo Timoteo. De todo esto cabe deducir que la carta de 1 Timoteo tiene una aplicación particular a una situación muy particular, teniendo todo ello de fondo una verdad que es la que debemos destilar y aplicar.

No podemos pasar por alto que en aquel momento, en aquel lugar, se estaba desarrollando entre la población judía (de la que, recordemos, todavía no se había desligado completamente la iglesia cristiana) la filosofía gnóstica, una mezcla de conceptos, muchos de ellos helenísticos, que, entre otras cosas, negaban la resurrección del cuerpo, rechazaban el matrimonio, se entregaban a prácticas deshonrosas y consideraban que había sido Eva la que había traído el verdadero conocimiento a la raza humana (Muñiz, 2010). No es casualidad, pues, que Pablo esté hablando de Eva.

Y volvamos a las palabras: lo cierto es que tiene mucho sentido que Pablo niegue aquí, con la intención de contener el error, que estas mujeres llevadas por creencias contrarias a la verdad expandiesen sus enseñanzas. De hecho, si ordena que no lo hagan solo puede deberse a que era una práctica extendida que sí lo hicieran. Nadie diría: “No le eches cebolla a la tortilla de patatas” si no existiese el hecho de que mucha gente lo hace pero tú no quieres que sea así. Con unas mujeres que en la enseñanza a los recién llegados les estuvieran compartiendo estas herejías, yo también las habría hecho callar, y estoy totalmente de acuerdo con Pablo en que estas mujeres deben aprender en silencio, y no intentar imponerse con una falsa autoridad sobre ningún hombre. Las mujeres, al contrario de lo que creían los gnósticos, y al contrario de lo que creen muchos movimientos feministas de hoy, no son buenas simplemente por ser mujeres. Estamos bajo la misma condenación, porque no nos dividimos en hombres o mujeres, sino que somos una misma humanidad perdida en el pecado contra Dios.

Así pues, ¿qué se deduce de este texto? Que las mujeres enseñaban a hombres de forma habitual, pero que debido a la facilidad con la se expandían las malas doctrinas en la iglesia de Éfeso, era mejor que en ese momento no lo hicieran, hasta que todos aprendieran lo mismo, unánimes, para poder enseñar lo mismo. También se deduce, coherentemente con el resto de la Palabra, que quien enseña debe ser alguien de fiar, de buena condición y buena instrucción, inspirado por Dios. Y Pablo se detiene a molestar las falsas doctrinas recordando un par de verdades bíblicas.

Yo solo he dado algunas pinceladas, y se podría hablar mucho de todos los detalles, pero no lo voy a hacer por el espacio. Me conformo con que a alguien le haya picado la curiosidad.

Tengo la esperanza de que quienes interpretan el texto de 1 Timoteo de forma literal no lean este artículo, siguiendo su propia norma de no aprender nada de ninguna mujer. A los demás, espero que en esta ocasión mis palabras no les ofendan, sino que les animen y les den consuelo, porque para eso he sido llamada a la existencia.

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